Ser madre es vivir con constantes preguntas para las que no existe una respuesta simple, no hay un manual mágico que te enseñe lo que debes hacer y cómo debes actuar ante cada adversidad. A pesar de ello, nuestra madre parecía tener siempre la solución a todo, como si de ella nacieran fortalezas físicas y mentales sobrehumanas.
En este día de la madre te presentamos un texto del poeta Lucsor en el que se expone a detalle todo el misterio que está detrás de la figura materna.
No se les notificó, no se les avisó, a unas las tomó por sorpresa. En algunas hubo llanto, miedo, tragedia, desquicio, incertidumbre, pánico; para otras fue un regalo inesperado, la búsqueda de algo mágico. Pero tal vez una vez que sintieron a un ser creciendo dentro surgió una paz y un amor insospechado.
Nadie les enseñó cómo ser madres, pero muchas se graduarían con honores. Forjadoras de sueños, consuelo desmedido, ternura a boca jarro, fuerza inagotable; sueño ligero y siempre alerta, sueño sin sueño hasta vernos cruzar la puerta. Desayuno por la mañana, “la comida ya está lista”, “cómete esas verduras”, “tómate este té para la garganta”, “ponte el suéter”, “acomódate ya en tu cama”. Conocedora de mil juegos, maga, con una chistera repleta de golosinas que se niegan. Un reloj de 25 horas, una pomada que alivia todo, cualquier cosa que pidas aparece, ¡bruja! Con ojos en la nuca, ocho brazos, dos pares de piernas intercambiables —por eso nunca se cansa—, el poder de leer la mente, olfato que capta tu miedo y tu tristeza, previsora del futuro se anticipa a tus movimientos, y siempre —jodidamente siempre— dictadora, o te las verás con “la chancla”.
El verdadero amor lo encontrarás en su casa, sentado en sus piernas, en su regazo, en su abrazo, en sus amorosas palabras. Maestra de vida, perdón de nuestros pecados, sacrificio tangible y visible, bendición vuelta carne, gritos, llanto, manos veneradas.
Las conozco con errores, enojadas, tristes, poderosas, con alegría desbordada, impacientes, indulgentes, dulces, comprensivas, exitosas, exigentes, incansables, consentidoras, confiables, irreductibles, tercas, con momentos de fragilidad, intachables, humanas.
Por ellas daríamos la vida, pero ellas pueden dar por sus hijos —sus retoños, sus ángeles, sangre de su sangre, sus tesoros, su orgullo— dos vidas y media sin esperar nada a cambio.
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