El día que morí

Fotografía de Brian Oglesbee Cuenta la leyenda que cuando vas a morir, lo sabes. Yo lo supe el sábado por la mañana. Me desperté con una opresión en el pecho que me dificultaba la respiración, sentía los músculos del cuerpo como ligas. Del corazón ni hablamos, era el órgano más maltrecho. ¿Y el alma? No

El día que morí

Brian oglesbee - el día que moríFotografía de Brian Oglesbee

Cuenta la leyenda que cuando vas a morir, lo sabes. Yo lo supe el sábado por la mañana. Me desperté con una opresión en el pecho que me dificultaba la respiración, sentía los músculos del cuerpo como ligas. Del corazón ni hablamos, era el órgano más maltrecho. ¿Y el alma? No sé, andaba de vacaciones. No, no era un malestar físico el que me estaba llevando a pensar que probablemente moriría, era algo más. Era un presentimiento. Era un saber que sólo sabes, que sólo sientes y que no se lo puedes decir a nadie porque se reirían de ti. Yo lo sabía, me iba a morir pronto.

Tomé café pensando que probablemente sería el último. No sé si fue por mi presentimiento pero,  fue la primera vez que le puse tanta atención a la preparación y observé paso a paso lo que mis manos hacían. Vi fijamente el cronómetro que marca el microondas 2:10 minutos, de adelante para atrás. ¿Qué pasaría si pudiera irme de adelante para atrás? Nada, haría las mismas pendejadas que he hecho. Supongo.

El primer sorbo de café lo tomé como una condenada sabiendo que era el último, cerré los ojos y sólo pensé: “qué lástima que a donde yo fuera no iba a existir esto nunca más”. Se me dificultó el trago porque las lágrimas se me atoraron justo ahí, en la traquea. Empecé a llorar. No sabía que no pararía.

Me quedé parada en medio de la sala con la taza caliente entre las manos y mis ojos se posaron en todos y cada uno de los objetos que adornan o habitan mi casa. Todos ellos tienen una historia que contar y ahora que yo me muera se quedarían en el olvido. Corrí a mi escritorio. Tomé unas fichas bibliográficas, una pluma y empecé a escribir una pequeña reseña de cada objeto.

“Este poster de Kandinski lo compré en un museo en Berlín, recuerdo que me aburrió la exposición. No soy mujer de museos”. Y así, empecé a escribir lo más relevante, lo más significante. Todos merecemos una historia y mis objetos también. Alguien tenía que contar su origen cuando yo ya no estuviera. Puede ser que lo único que quería era dejar una prueba de que sí estuve viva, de que sí disfruté mi vida.

English garden kandinski - el día que morí

Terminé la tarea un poco cansada pero no podía parar, era ahora o nunca, me quedaban pocas horas de vida y tenía que aprovecharlas en mí. Me senté enfrente de la computadora y empecé a borrar cualquier historial vergonzoso que pudiera ser agresivo para mi madre. Estaba segura que cuando le avisaran de mi muerte, ella o mi hermana o alguien iban a arreglar mis cosas para donarlas, regalarlas o tirarlas. No quería que encontraran nada vergonzoso. Borré correos, fotografías, cartas. Sólo deje mi música. Escribí en un post-it con todas las contraseñas de mis correos, de mi blog, de mi FaceBook, de mi Twitter y una nota que decía: “Favor de eliminar todas mis cuentas de cualquier lugar, no quiero ser una muerta con replies, mensajes en mi muro de Facebook o un correo”.

Lo mismo hice con mi celular. Borré todas las fotos pero dejé todos los contactos, quien me encontrara muerta tendría que llamarle a alguien, ¿no? Eso indica la lógica. Si algo me ha enseñado CSI es que llaman al último número marcado, así que le hice una llamada perdida a mi madre ya que mis registros de teléfonos no tienen el típico “mamá, casa, hermana, oficina, abogado, contador”. Tengo claves de nombres, ya saben, uno que es paranoica y que piensa en las extorsiones telefónicas. A mi padre lo tengo como “Paul MacCartney”, a mi madre como “Holly Golightly” y a mi hermana como “Elizabeth de Bathory”. Entre lágrimas me reí al imaginar que quien encontrara mi cuerpo le llamaría a Holly Golightly y mi madre diría que no la conoce y que está equivocado. Me reía y lloraba.

Importante fue desbloquear la pantalla de mi iPod y de mi teléfono, pensé que si la muerte me agarraba en la calle la gente no iba a tener tiempo de estar adivinando cuatro numeritos, les facilité el trabajo y los desbloquée. Tiré los calcetines y los calzones que se veían viejos, que Alá me libre de que piensen que aún usaba esos trapos tan cómodos.

Me cayó la noche encima y mi presentimiento de muerte crecía. Pensé que morir de madrugada tiene un toque de glamour, pero tenía que apurarme a dejar las cosas en orden y bañarme para tener el cabello impecable. Pensé que si no moría este fin de semana, el lunes tendría que ir con un notario para dejar una carta en la que indicara que mi coche se quedaba a nombre de mi hermana, que mis cuentas de banco a nombre de mi mamá. Todo esto, una vez más, con la idea de facilitarle las cosas a la gente que se quedaba. Que las vendieran, que se las quedaran, que las regalaran.

A esta hora de la madrugada, me explotaba la cabeza de tantos trámites, de tanto pensar, de tanto tirar, de tanto romper, de tanto borrar. Cuánta vida hay en una casa, cuántas historias caben en una fotografía, cuántos olvidos caben cuando rompes un papel, cuánto amor cabe en una carta borrada en Word. Qué afortunada fui, pensé. Mis ojos se hacían cada vez más chiquitos y mi cansancio era abrumador. Me fui a la cama, puse a Elvis Presley y antes de la segunda canción caí dormida. Domingo, dos de la tarde, y el teléfono me despertó. Era Holly Golightly asustada. “Pensé que te había pasado algo, te estoy llamando desde las diez de la mañana”. Ay, mamá, si supieras.

Me levanté de la cama con la misma rutina. Ir directo a la cocina a preparar café. Se me cruzó el calendario de los Beatles que tengo colgado en el refrigerador. Era 15 de julio de 2012. Se me cortó la respiración y todo se me vino de golpe, me senté en el piso de la cocina y rompí a llorar, otra vez. Ya entendí. Por fin.

Este domingo descubrí porqué sentía que me iba a morir. Este domingo cumplía un año de haberme ido de ti. Mi mente bloqueó la fecha pero mi cuerpo tiene memoria propia. Sonreí. Ya entendí. Morí un poquito cuando nos dejé.

Cuenta la leyenda que cuando vas a morir, lo sabes. Yo morí un domingo 15 de julio y resucité el mismo día. Y tú, ¿cuántas veces has muerto?

Poesia para las mujeres - el día que morí

“Sing me to sleep
And then leave me alone
Don’t try to wake me in the morning
‘Cause I’ll be gone
Don’t feel bad for me
I want you to know
Deep in the cell of my heart
I will feel so glad to go”

The Smiths – Asleep.

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CC