La película “Tito: The phantom monk” (2015), dirigida por Dani Montlleó, se integra en una tradición documentalista en la que la objetividad del cine contribuye a dar una imagen misteriosa de un personaje real. En esta misma tradición se enmarcaría, por ejemplo, “Peter Lorre – Das doppelte Gesicht” (1984), dirigida por Harun Farocki y Felix Hoffmann, en la que se homenajea al actor en cuestión con un repaso a su biografía partiendo de documentos fílmicos y fotográficos, testigos, etcétera. Al tratarse de un homenajeado fallecido, Farocki y Hoffmann se debieron de encontrar con que todo lo que dijesen sobre él respiraría un halo enigmático; siendo proyectada hoy en día, la película nos muestra un Peter Lorre todavía más lejano y mítico; un Lorre a veces tan incomprensible y distante como el de “M” (1931), la película de Fritz Lang por la que la mayoría de nosotros lo conocemos.
En el documental de Montlleó también hay testigos. Muchos testigos. Algunos de ellos los reconoceríamos por situarse en esa esfera de artistas famosos que gran parte de la población ve continuamente en los telenoticias o en los diarios: Miquel Barceló y Sergio Caballero, que relata algunas de sus correrías por París con Tito Díaz.
¿Pero quién es Tito Díaz, el hombre que da título a la película? Hasta la fecha, ha sido peluquero, escultor, músico… Pero, evidentemente, todos estos adjetivos no llegaron a definirlo de sopetón, sino que fue cuestión de tiempo que descubriese las distintas disciplinas que mantuvieron y mantienen su vida ocupada.
Díaz es, principalmente, un creador que, a lo largo del tiempo, ha investigado esos medios que favoreciesen la expresión de sus preocupaciones; unas preocupaciones que giran alrededor de la materia, del cuerpo humano, de la relación entre lo vivo y la muerte… Montlleó nos permite ver las diferentes capas que han abrigado la vida de un artista que, nacido en 1958, ha permanecido fiel a su propio arte, incluso descuidando sus necesidades básicas (se habla del ascetismo de sus estudios, lo poco que necesita para vivir, la mentalidad desarraigada que lo llevó de Barcelona a Madrid, París o Tokio y de su valentía ante el trabajo agotador [“Todo lo que sea trabajar duro le gusta”, se dice]) y perdiendo el interés por el dinero (“Parecía que lo hiciese básicamente para él mismo”, comenta uno de sus mecenas en referencia a su proceso artístico).
Los inicios de Díaz estuvieron en el mundo de la peluquería. Como muestra de su destreza en esta, podríamos fijarnos en las fotos en que sale retratado de joven; Montlleó nos enseña un Díaz parcialmente calvo, con dos cuernos de cabello en su frente y que ya suponen un adelanto de sus creaciones posteriores: Más allá de la obra que constituyese su físico y su porte de dandi (ropa negra, sombrero de copa, calzado de duende…), sus primeras producciones fuera de sí mismo consistieron en esculturas de pelo, sustentadas gracias a estructuras de hierro y con constituciones que nos recordarían a il Parmigianino o a Giacometti, como señala una entrevistada.
En un momento bastante avanzado de los noventa minutos de película, Barceló recalca un detalle que no debería pasar inadvertido: “Comenzó como peluquero, pero nunca renegó de esto.” Puede que se encontrase con algunas reticencias por el hecho de tener tal profesión (Madrid es remarcada como una ciudad interclasista que lo acogió con menos prejuicios que Barcelona), por llamarse Tito… pero no renunció a quien él mismo fue en una primera época. A la película de Montlleó le aplaudimos cómo argumenta y da pruebas de la nobleza de este artista.
Es, Díaz, un artista del que se desmiente que sea un diletante. Su empeño ferviente, casi alquímico, por encontrar la forma de expresión que mejor encajase con sus ideas (empezando, como hemos dicho, por el manejo del pelo y pasando por hacer esculturas con huesos de animales, tocar música con los dichos huesos, cincelar piedras para darles forma de calaveras o calacas…) nos da de él una imagen fluctuante. Ha tenido innumerables residencias y apariencias; ha trabajado en tantas disciplinas como le han sido necesarias para dar con la que se ajustase mejor a lo que quería decir.
Tal como nos lo presentan, debería ser un artista con una mayor presencia en los medios de comunicación, ¿no? “¿Cómo es posible que no lo haya conocido hasta ahora?”, nos preguntamos algunos espectadores. La respuesta puede encontrarse dentro mismo del documental: Hacia el final, la cámara se dirige a una llanura de cerezos y olivos en la que destacan dos contenedores de metal herméticos. Tan herméticos como el artista lo ha sido y lo es en el presente.
A diferencia de Peter Lorre cuando Farocki hizo un documental sobre él, Díaz sigue vivo, y, sin embargo, no deja de cubrirlo el mismo halo enigmático que pudimos ver en el primero. Es un artista que vive escondido. Y Montlleó, pese haber hecho una película que rinde cuenta de su producción y figura con atención e interés, reconoce la imposibilidad de definir quién es Tito Díaz con total certeza: “En ningún momento he tenido la intención de contarlo todo.”