Alguien miró una casa e imaginó ser feliz en ella.
Imaginó que sus cimientos eran fuertes y resistirían los embates de vientos de dudas, inundaciones de tristeza y sismos de desventura; que su puerta estaba de par en par abierta para cualquiera y que los prejuicios serían sacados en bolsas como residuos del tiempo.
Imaginó que no habría lugar para los miedos.
Visualizó ventanas abiertas como bocas que ríen, la generosidad como una alacena que siempre está llena.
Espacios lúdicos, espacios de entendimiento, lugares para que la música sea el silencio.
La felicidad como un espejo empañado de nuestro vapor donde podemos escribir lo que nos plazca.
Cuando el caracol siguió su camino sintió que llevaba su hogar a cuestas y con él todos sus rincones. Todas sus paredes húmedas, todos sus cajones que no cierran, todo su desorden y las cuentas que entran bajo su puerta.
Recién ahí entendió que un hogar no es un montón de ladrillos y arena. El hogar es la construcción de lo que queremos ser.
Tan importantes es saber nuestro hogar que Cuando el amor se muda debemos tener cuidado… , pues no sabemos los embates a los que nos enfrentaremos llevando a cuestas un corazón roto.
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Las fotografías que acompañan el texto pertenecen a Bryan Durushia, conoce más sobre su trabajo en su perfil oficial.