No hay que olvidar que el ser humano, en ocasiones, puede llegar a ser algo impaciente y destructivo cuando se trata de crear algo innovador. Olvida la dificultad técnica que se le presenta en el momento. Nunca está satisfecho cuando recrea un “espíritu moderno y hermoso”, lo que alguna vez William Blake hizo en sus Cantos de Inocencia y Experiencia. En estos se palpa una desesperanza que busca ser lo más honesta y precisa posible.
La poesía se ha convertido en algo dócil,en una especie de arte domesticado. Los poetas contemporáneos prefieren estar en el lado seguro donde puedan ser aceptados en una cafetería o en la revista de la universidad; quieren caer bien.
La gama de expresión en la poesía contemporánea se ha ido reduciendo desde hace años; el verso libre ha perdido su prestigio ya que la poesía se ha comprometido en un acto que implica una doble función de las palabras. El poeta de hoy se levanta muy dolorosamente en una posición que no puede ocupar indefinidamente. Busca la perfección, insiste en encontrar una forma propia a las palabras: una gran revelación, una dulzura conmovedora, la oda encantadora que abarca su vacío y la de otros. Muchos argumentan que la poesía debe “elevar” y mostrar lo mejor de uno; comprender y perdonar las debilidades de cada quien. En realidad, es una concesión condescendiente a la propia vanidad.
La verdad es que el oficio del poeta es arder. En una especie de contrición, el que escribe debe dejar correr a través de sus venas una corriente incontrolable de palabras sueltas; como dijera Paz: “chillen, putas”. Sin embargo, en esa obsesión tan de hoy, tan del joven siglo XXI, apenas y se les palpa. Se miden, hacen que cuadren pero no se profundiza en cómo suenan, en qué viento agitan o cuál es el mar donde naufragarán intempestivamente.
Pocos ven en las llamas una oportunidad de perpetuarse en una ruina; más bien ocupan su tiempo en crearse un monumento. En erigirse por encima del vuelo de algún pájaro y su batir de alas.
Y no se trata de ser alguien insensible. Parece que la buena voluntad de la poesía tratara de escabullirse, pero no lo logra. Es una barrera difícil de traspasar. El uso extenso, exquisito y a la vez preciso del idioma de Shakespeare resaltó de manera impresionante la síntesis de su lírica, dejando fuera el juicio de valor a las actitudes de sus personajes y permitiéndoles encerrase en ellos mismos, con todos los defectos y virtudes que un ser humano posee. Baudelaire, un hombre dividido por el asombro y la indiferencia, introdujo la percepción de los colores, sonidos y olores, experiencias humanas a través de la metáfora, pero manteniendo la forma, buscando la perfección, una melodía al descubierto. Los contemporáneos tratan exhaustivamente en rebasar estas características. Escapan y caen en la ignominia porque los críticos son muy severos en ellos. Tiemblan. Entonces, ¿qué es lo que falta? ¿Qué es a lo que no se atreven? Es inquietante darse cuenta de que se trata más allá del lenguaje o del estilo; está en su valor y la razón directa en la que se habla; es obstinarse a no comprender al poeta por manifestar lo inexpresable.
Por otro lado, parece que la satírica está fuera de su alcance, no se atreven a lidiar con su intensidad y su humor. No tienen que proponer algo atroz como comerse a los niños en tiempos de hambruna o ser extremadamente optimistas en tiempos de oscuridad; provocar una acción específica sería perverso e inconmensurable. Nadie lo ve como una reparación de la experiencia, tomando la realidad de la sensación y de la fantasía debajo de la superficie de las ideas convencionales para que así se construya una nueva estructura más fina y enriquecedora a las tendencias de nuestra naturaleza, pero se terminan por destruir para crear sólo ideales. Se insiste en ordenar con prisa, sin plantear el sentido de la originalidad y encuentra defectos aún más grandes como el hartazgo.
Con tanta poesía que se hace, sería espléndido pensar que el mundo es un lugar de revelación y luz, y que los poetas están ahí para mostrar el camino. Pero hasta lo mejores poetas olvidan que la luz terminan por conducirnos a un lugar más oscuro que a la verdad misma. Se convierte en una idea doblada y altruista, sin evolucionar; es solamente una creación de otro mundo utópico. Se trata de mostrar la diferencia entre la virtud y el vicio, no ser radical. Cualquier esquema métrico es útil para reconstruir la ilusión rota de la libertad y el suspenso dramático en la evolución de una idea. La barrera es una compleja distracción.