Hasta hace un siglo o dos, el ser humano nunca imaginó que podría sobrevivir al aislamiento de sus semejantes. Por supuesto, eran tiempos donde la compañía del otro se expresaba y se pensaba como una forma de supervivencia: el hombre cazó en grupos y luego construyó comunidades a cuatro manos. La inmediata herencia histórica de todo eso fue una necesidad de cercanía que se asumió cultural. Las habitaciones familiares eran ocupadas por los hijos, sin que hubiese espacio para la intimidad o el espacio personal. Se comía, se dormía, se amaba y se moría en comunidad. Pero eso terminó con la modernidad. En medio de cambios en la concepción de “estar solos”, llega Eleanor Oliphant está perfectamente, el libro sobre la soledad moderna que ns explica las complicaciones de la comunicación actual.
Para la escritora Gail Honeyman la idea de la soledad moderna es un ciclo necesario que, de hecho, parece ocultar ese gran reclamo de lo social que se oculta bajo el auge de las redes sociales y la comunicación incesante. Su novela debut, Eleanor Oliphant está perfectamente, es una historia en la que el aislamiento, la percepción del otro y la cultura hipercomunicada contemporánea son los grandes enemigos a vencer. Eleanor, tímida, aislada y con graves problemas para socializar, lleva una vida tan frugal como helada: de lunes a viernes lleva a cabo la misma rutina para llegar a la oficina en que trabaja, en la que toma asiento frente a la pantalla del computador y teclea hasta el cansancio. Come las mismas porciones de los mismos alimentos, no habla con sus compañeros y, cuando lo hace, no se desvía ni una palabra sobre lo esencial. Finalmente, cada viernes come trozos de pizza, toma vodka y se encierra en su pequeño departamento hasta el lunes siguiente. El ciclo existencial de Eleanor parece enlazar en una necesidad imperiosa de hacer lo más clara posible la percepción sobre su propio peso e importancia en el mundo. Para Eleanor “existir es una labor dolorosa”, y lo es en tal medida que prefiere desaparecer en ese silencio que se extiende de un lado a otro de su vida. Eleanor tiene mucho de metáfora, pero a la vez es tan profundamente sensible y multidimensional que resulta imposible no creer en las motivaciones secretas e invisibles que le hacen esconderse a la periferia de lo cotidiano.
Por supuesto, no es un tema novedoso. Durante los últimos años, las historias sobre pacientes con graves trastornos mentales relacionados con el aislamiento han sido frecuentes. No obstante, la llamada “epidemia de soledad profunda” no forma parte de esa concepción. Tal pareciera que la mera idea de la decisión voluntaria de estar a solas no formara parte del mundo moderno. Después de todo, en esta época en que la concepción de la comunicación globalizada y masificada resulta incomprensible que alguien no desee formar parte de la conversación universal. Pero para el personaje y su mundo, las invasión de las redes sociales, el análisis constante y persistente sobre la realidad a través de la transmedia, no tiene ningún valor. De hecho, para Honeyman, la concepción sobre la rutina enlazada con la soledad perpetua forma parte de una mirada durísima sobre la vacuidad de nuestra época. El mundo que describe la escritora está saturado de conversaciones online, referencias pop y todo tipo de concepciones sobre la accesibilidad de medios; pero también de ese punto ciego en que una porción considerable de la población está condenada.
El misterio de la soledad de Eleanor es el centro de la novela, y Honeyman no se prodiga demasiado en revelar sus motivos o su origen. Lo hace en trozos comedidos de información que se van uniendo poco a poco para contar una historia de dimensiones desconocidas. Pero más allá de eso, la novela tiene la particularidad de actuar como un espejo inevitable. La gran pregunta sobre el aislamiento de Eleanor confronta al lector con su propia percepción sobre el mundo y la época que le tocó vivir. ¿Qué ocurre con Eleanor? ¿Realmente debe ocurrir algo por el mero hecho de que no forme parte de la idea de la comunicación extendida que define a nuestra cultura? ¿Es el comportamiento de Eleanor aceptable o sólo parece que no lo es porque no actúa según los parámetros de un mundo obsesionado con la información? Además, Honeyman crea a un personaje adorable, hilarante y lleno de graduaciones emocionales, con un humor involuntario que la hace entrañable. Eleanor no tiene algún de referencias pop ni tampoco las necesita, no reconoce a los cantantes de moda, los íconos de la época le resultan indiferentes y los grandes temas que obsesionan a la cultura no forman parte de su punto de vista sobre el mundo.
¿Existe alguien en nuestra época que se comporte de ese modo? La gran disyuntiva que plantea Honeyman se enlaza con la concepción sobre lo contemporáneo que todos hemos asimilado y avanza hacia algo más sombrío: ¿qué tan real puede esa mirada desapasionada del tráfico mundial de la información? El libro transcurre en una plácida mirada a esa comprensión de la identidad más allá de los estímulos y conceptos modernos, lo que le brinda una singularidad casi dolorosa. ¿Eleanor es en realidad un ser humano normal en mitad de una dura crítica a nuestro modo de vida? Honeyman no lo aclara y la novela se desliza con lentitud hacia la búsqueda de significado.
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