A muchos escritores se les dice que escriban sobre lo que saben, así es como adoptan un género: narrativa, ciencia ficción, comedia o cualquiera del que se valgan para presentar sus historias. Normalmente la obra del autor se relaciona con su forma de ser, con sus creencias y su gusto. Sin embargo, al leer la obra de algún escritor se puede suponer que es de alguna manera y estar completamente equivocado. Estos son algunos de los autores que no tienen nada que ver con la obra que escribieron:
J.R.R. Tolkien odiaba a sus fans hippies
El señor de los anillos vio la luz en 1954, y no fue hasta los años sesenta que alcanzo éxito literario gracias a la creciente cultura hippie, de la que sus miembros se sentían identificados con los libros de Tolkien debido a la fantasía, la mitología y el contacto con la naturaleza que los libros mostraban.
Pero a Tolkien no le agradaban sus fans; de hecho, en ocasiones tachó sus comportamientos de “inútiles y futiles”, además de señalar que los hippies eran un “culto deplorable”.
Tolkien era un cristiano ferviente, y en un intento de arreglar la situación en sus libros, al escribir El Simarillion habló de la creación del Universo de una forma muy parecida al génesis: con un solo Dios cuya creación se revela. Pero a pesar de esto los seguidores del universo que Tolkien creó no escucharon y continuaron considerándolo uno de los grandes escritores paganos.
Kurt Vonnegut
El famoso autor de la contracultura de los años 60, quien todo el tiempo parecía un vagabundo educado, uno de los grandes escritores que le escupía al sistema, en verdad no era lo que parecía. Vonnegut era una persona pulcra, y su apariencia desaliñada sólo fue parte de una campaña para no ser despreciado por sus seguidores. Él temía que si sus lectores se enteraban que a quien leían en realidad se trataba de alguien de la clase alta norteamericana, sus libros no se venderían. De hecho, llegó a mentir sobre logros académicos que nunca consiguió. El autor de Matadero cinco y Desayuno de campeones logró mantener esto en secreto hasta hace pocos años.
Louisa May Alcott no era la “mujercita” que se creía
La autora de uno de los libros más famosos de la literatura estadounidense, Mujercitas, no era para nada como sus personajes dejarían entrever. Mientras que la novela tiene muchas connotaciones cristianas, habla de los buenos modales, de los pecados y sus consecuencias; una obra bastante moralina que invita a la gente a ser buenas personas unas con otras, Alcott no era como sus personajes, pues escribió el libro para poder ganar dinero, no le interesaba la moralidad de la historia y sólo la creó para poder vender a la idiosincrasia de la época. En sus palabras: “el dinero es el principio y fin de mi mera existencia”. También era adicta al opio, puede que hubiera disfrutado más escribir sus cuentos menos conocidos, los cuales están llenos de drogas, venganza y lujuria.
Anne Rice es una ferviente cristiana
Famosa por su novela Entrevista con el vampiro y autora de la trilogía BDSM de la bella durmiente, sus libros están llenos de erotismo, vampiros que se consideran dioses y una vasta insinuación al paganismo. Pero Rice fue cristiana durante su juventud, y a pesar de considerarse atea durante algunos años, en 1998 regresó a practicar el cristianismo devotamente. Durante toda su vida sólo ha tenido una pareja sexual, su esposo Stan Rice, quien murió en 2002, y describió la vida monógama como “algo invaluable”.
Charles Dickens observaba cadáveres por gusto
Muchos escritores necesitan emociones fuertes para poder escribir; quieren experimentar situaciones que los lleve al límite para así poder contar sobre ello. Pero los libros que Dickens escribió nunca tuvieron nada que ver con cadáveres en la morgue, o nunca hizo un análisis detallado sobre difuntos. Pero así como para algunos resulta un pasatiempo observar trenes, aves y hasta paisajes, para el autor de grandes obras que tenían a la Revolución Industrial de fondo, su pasatiempo consistía en visitar la morgue y observar cadáveres. Esto no era con un fin intelectual, filosófico ni laboral, Dickens decía: “soy arrastrado a las morgues por una fuerza invisible”.