El rechazo esplendoroso lo respiramos a diario en tantos actos diversos. Gente pateando traseros olvidando que los suyos y los de su raza también podrán ser golpeados. La indiferencia en mayoría sigue marcando el ritmo. Bailamos a su merced en busca de variados sentidos para no enloquecer. Imaginemos que no necesitamos superarnos, procrear, seducir, mentir, luchar, jodernos los unos a los otros, aspirar grandezas, temer a lo desconocido, enamorarnos, hacer algo de provecho que nos haga olvidar el tiempo que corre en silencio.. ¿Qué podríamos hacer sin nada en concreto? La locura es segura, mas, donde está la cordura en éste tiempo? La corrupción corre en nuestras venas, el apetito voraz que no se detiene nos mantiene en la pelea sin tregua.
Estar bien estructurados no nos ha hecho mejores, quién sabe si corriendo sin reglas seríamos felices, ya no digamos libres pero, aún con sistemas buscamos romperlos y saturarlos una y otra vez. Ladrones de emociones, ratas cobardes podemos ser con solo un credo que nos justifique. Nietzsche creía que los desamparados debían seguir así, que ayudarles era una distracción para los que estaban destinados a superarse día con día. Darwin expuso que la evolución sólo era posible gracias a la sobrevivencia de los más agraciados. En El Hombre Mediocre, el sociólogo José Ingenieros describe a detalle la condición humana, su estructura de comportamiento, las emociones que le gobiernan: Envidia, Mediocridad, Egoísmo, El genio, los ciclos que marcan una historia predecible una y otra vez cada dos o tres siglos. Las cosas siguen su marcha, el tiempo no perdona, ¿por qué habríamos de hacerlo nosotros?
Románticos, pragmáticos, sensibles, engreídos, liberales, pusilánimes, cobardes, decididos, agraciados, callados… La lista es larga, más no relevante. Lo que nos hace comunes es que vivimos en la misma jungla, bajo las mismas reglas, con oportunidades de superación y con las carencias propias de nuestra condición. Nada nuevo aquí se descubre. Se acentúa porque acostumbrarse es volverse más excretable, es caminar por la calle con los orines entre el culo y la entrepierna creyendo que nada apesta. No importa si somos modelitos o espantos, lo que cuenta son los actos, las consecuencias, los resultados. Una vez más la ciencia derriba a la religión. Nos guste o no Dios es una idea, un concepto. Él hace los milagros, nosotros hacemos lo que podemos. Sólo tú sabes lo que haces, sólo yo sé lo que pienso, pero si te veo o me miras, si me observas o te espío, si esperamos al final de la calle para ver caer la noche sabremos con quién y con qué estamos lidiando. Estamos de moda desde hace miles de años y seguimos siendo cíclicos. Tal vez sea nuestra condena o gloria. Llegar a ser mecánicos, estar danzando al congal seguro para no desesperarnos en la nada, en lo incierto. Si nacemos para morir, ¿por qué molestarnos en vivir?
Mejor seguir a gusto y a placer, tener los sesos entretenidos en el “bien” o en el “mal”, ¿qué importa? Lo peligroso es pensar o mantenernos desocupados, en el ocio a pierna suelta. Eso sí altera nuestro ecosistema. Servir, producir, crear, expresarnos, todo aplica mientras lo hagamos en los tiempos y lugares adecuados. Lo demás es repulsivo, atroz, bestial. Espabilarse es ser demente, raro y vulgar. El consumo desmedido, la doble moral, los castigos, el poder, la preservación de la especie es lo que cuenta. Aún a costa de nuestra propia raza, espacio y demás especies que nos estorban. Asco es no entender que somos polvo en movimiento. Comienza en este espacio la primera palabra de un abecedario desabrigado, al amparo de algunos(as) al olvido del silencio, a la crítica veloz y despiadada de nuestro tiempo, para bien o para mal… qué es correcto? Qué es lo inapropiado.. Lo sabes tú?
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