Imposible no verte.
Inocente como una nene que juega y sonríe sola.
Inquieta, brillante y elegante.
Es tan lindo saber que ahí estarás todas mis noches.
Que duermes sobre mi techo cuando ya va terminando la noche.
Sé que me quieres ver todos los días, lo noto en el amanecer.
Y al caer el atardecer ahí estás, como una bebé tratando de quitarse la cobija de encima porque le molesta y no la deja ver.
El crepúsculo me avisa que casi estás lista.
Con tan sólo verte me iluminas el alma, me regalas calma, el arte nace con tu mirada… En fin, hay más que suficiente en ti.
Para ser franco te sigo desde chico y no imagino un mundo sin ti… Y sonreíste aquella primera vez porque siempre lo supiste, sabías que estaría enamorado de ti.
Al caer la oscuridad y sus estrellas ahí estás, dejándote ver para quienes te admiran, para aquellos que van sin rumbo, para locos como yo que se toman el tiempo para escribirte y compararte, para deleitarme y siempre recordarte.
Mantente ahí como de costumbre, sonriente y brillante, con esa luz que hace que mis noches sean distintas cuando cae el invierno y trae consigo a la lluvia.
Para mí es difícil no mirar al cielo y observarte.
Querer, tenerte, anhelarte y tocarte, sueño con visitarte y más nunca mudarme.
Te pido, por favor, no te ocultes tanto que me haces daño, como chocolate al sol, como hielo en calor, como un árbol al que le quitas sus ramas y ya no baila, no respira, no da vida.
Puedes estar incluso en tus días y esconderte por pena, pero a mí por más bella que seas cuando estás llena, verte a medias tintas también me gusta porque aun así te ves coqueta.
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A veces hay días en los que extrañamos esos momentos de la vida en los que fuimos felices, en los que la nostalgia invade el cuerpo y la única manera de sobreponernos es darle paso al recuerdo, como se aborda en “Lo peor de las despedidas es cuando te quedas con todos los anhelos de una vida perfecta”.