La cosa no se detenía. Una erección me delataba. Observaba los cuerpos contonearse sin pudor. Yo no era un tipo agraciado, tenía lo mío muy escondido. Era la ocasión para sacar lo mejor de mí y agenciarme alguna “presa”. Una yonki, una recatada, alguna intelectual, una voluptuosa. Todo valía ante la ausencia de pasiones.
Me había invitado Ricardo, un amigo que conocí en un bar de poca monta. En común teníamos el gusto por la bebida y la vida nocturna.
Hoy estaba en su reunión y él era el rey.
Yo bebía un buen trago que me había servido previo al acecho.
Me dirigí a una chica rubia oxigenada. Lucía sonriente sin razón alguna. No parecía muy solicitada aunque portaba una buena figura y reflejaba carisma. Cuando el interior luce quieto, el exterior se mueve con atractiva gracia.
Movía su cadera en sintonía con los “beats” que surgían de una tornamesa a la par que sostenía una cerveza.
-Hola, comenté.
Ella, sin responder, me jaló con su mano libre en dirección a la simulada pista de baile. Nunca he movido el cuerpo, sólo en ocasiones especiales, ésta era una de ellas.
Poseída y en trance se movía con exquisita gracia. Flexionaba ambas piernas sin moverse del piso. Con los ojos cerrados y sonrisa de oreja a oreja se desfogaba. La erección estaba en su punto. Ella se volteó para restregarme su culo y toda su silueta. Me olía inexperto. Yo la tomé de la cintura e intente fluir ante su cadencia. De pronto volteó su cuerpo y rostro buscando mi cara.
-Voy por otro trago, acompáñame.
La seguí como buen perro obediente. En el camino hablamos poco. Con sólo sonreírme me incendiaba.
-¿A quién conoces de aquí? Comentó.
-Ricardo me ha invitado, respondí.
-Tienes ojos caídos. Me agradan.
Ese tenue coqueteo me relajó. Pidió un whisky. Ordené un vodka. Le pegamos un buen sorbo a nuestras bebidas y regresamos de nuevo al ruedo de los movimientos.
El Dj sampleaba buenas melodías. Unía las almas. La energía de Roxanna me atrapaba. Así se llamaba este espíritu ardiente.
Nos suministramos otros bailes. Más bien, ella desplegaba su encanto. Yo reaccionaba.
Charlamos sobre los viajes, los ambientes, los estilos de la gente allí presente, sus formas… el chisme puro en definitiva.
Ricardo se paseaba entre todos los asistentes. Nosotros no fuimos la excepción. Roxanna le abrazó sin dejar de sonreír. Él la correspondió con un gesto de aprobación y un toqueteo a sus cabellos, escupió dos que tres comentarios y se esfumó.
Seguimos con lo nuestro. Ella contempló mis párpados sin dejar de sonreír. Me acerqué a su cuerpo sin que ella se opusiera. Agarré confianza. Le susurré frases previas, acartonadas. Ignoro si las creyó; no obstante, dejaba que yo fuera y viniera en su espacio. La tomé de la mano, la jalé hacia mí. La besé como pajarito: de piquito y de inmediato.
-¿Estás borracho?- Cuestionó.
-Estoy en mis diez sentidos- reviré.
-Vayamos a la terraza- secundó.
La velada tenía lugar en un quinto piso de un edificio de apartamentos ubicado en la zona sur de la ciudad de México. Salimos a tomar aire.
Allí, en plena noche, con la luna de testigo, comenzó la fiesta. La tomé por detrás mientras ella se apretujó hacia el falo despierto. Se aprestó con sutileza. Le besé la parte alta de la espalda.Ella rodeó mi cuello con sus brazos, con medida exacta. Sin vernos a los ojos intuíamos lo que venía.
Traía una falda encima de una licra oscura. Con prontitud se despojó de la prenda sombría. Yo le subí la falda, nada me costó desabrocharme el pantalón. Cuando el afán apremia, la maña surge.
Desnudos quedamos de la cintura hacia abajo. Nos acariciamos con fuerza. El aire estaba fresco. Los deseos ardían. Me empujó hacia un sillón que estaba esquinado. Me dejé caer sin oponer resistencia. Se quitó la chaqueta. Se deshizo de su blusa. El sostén que portaba contenía un par de senos redondos y un poco apretados. Prometían.
Sin permitir que yo accionara, se arremolinó en torno a la erección expectante. Embonamos con discreción. El fuego corría. El aire fluía. Los líquidos nacían. La tierra nos sujetaba. Los cuatro elementos comulgaban extasiados. Roxanna me mostraba el horizonte, yo intentaba saciar su ansia. Incendiamos nuestro gusto.
Compartimos a placer en diversas posiciones. Me pidió que nos masturbáramos para llegar al clímax. Aún no, yo mascullaba.
Ella asentía. La tome de las piernas y la cargue. Entendió a la perfección, Se dejó guiar. La apoyé contra la pared mientras la penetraba. Hacia arriba, yo mantenía el ritmo. No más de un minuto.
Los brazos no me daban para escenificar milagros. Aun así el encanto no sucumbía. Al cabo de ese instante la senté en el sofá y le abrí las piernas mientras le lamía los muslos. Ella, humedecida, se introdujo algunos dedos entre sus labios subterráneos.
Acerqué el falo rozando su clítoris. Ambos estaban erectos y bien dispuestos. Me agaché y me dispuse a recitarle poesía explícita, sin palabras. Mordí con suavidad aquel volcán a punto de erupción. Con la lengua recorrí cada labio, la introduje en el cráter hirviente. Ella aullaba. Yo disfrutaba verla gozar. Sus líquidos invadían mi boca. Quería que explotara. Pasaron algunos instantes. En el placer, el tiempo sale sobrando. Observé cómo se iba liberando.
-¡Estoy cerca!- Jadeaba.
Yo arreciaba el jugueteo a tambor batiente. Sin distraerme de sus partes, de reojo admiré su belleza. Su abdomen se contrajo seis veces. Los alaridos desmedidos acompañaron el instante. Sus piernas se estiraron recibiendo la descarga. Sus líquidos desembocaron sobre mis labios. Roxanna sudaba con sensualidad desbordada. ¿Yo? desde hace un rato hacía lo propio. Me alejé para que disfrutara su momento. Tomé mi mano izquierda para acariciar mi erección que yacía intacta. Ella notó el movimiento. Excitada, se volcó al miembro. Me levanté con fuerza. Ella se puso de cuclillas. Comenzó a succionar con timidez. Luego fue subiendo la intensidad. Miraba su enjundia. Eso me enloquecía. Con maestría me succionó desde la entrepierna hasta el ombligo. Me provocó ciertos aullidos únicos.
Decidida estaba a corresponder con elegancia. Yo no dejaba de admirar y gozar. Su inusitada habilidad me extasiaba.
-¡Estoy cerca Roxxy!- (ya me había encariñado)
Ella se apartó de mí, se levantó ipso facto, se tumbó en el sillón, se deshizo del sostén y apretó sus hermosos senos.
-¡Ven acá!
Obedecí de nuevo, entendiendo el desplazamiento. Hundí mi pedazo de carne entre sus curvas. Sus pezones erguidos bailaban al unísono. De un vaivén a otro yo ya estaba al punto.
La explosión surgió cuando me pidió que descargara el fuego sin cuidar las formas.
Emití un alarido hondo y sincero. ¡Hasta la luna se estremeció!
Ella incendiada, yo en llamas, caímos rendidos ante la pasión. Nos miramos sin decir “ni pío”. Todo estaba expuesto y bien consumado. Admiramos las estrellas. Observamos una que otra chispa fugaz. De regreso a la reunión todo transcurría con aparente armonía. Los beats envolvían la atmósfera. Ricardo brindaba, los cuerpos se movían. Roxanna se incorporó de nuevo al baile. Yo, entre tanto, fui por otro vodka para soltarme y socializar sin reserva.