¿Cuánto tiempo de la vida pensamos en la muerte? Es una sentencia de la que no podemos escapar, un cuerpo espacial que gravitamos, que nos mueve y que en algún momento nos devorará. Hablar de nuestra propia muerte no debería ser motivo de miedo o de angustia, sino una síntesis en la que comprendemos la vida misma. El siguiente cuento de Chizo nos hace plantearnos ese miedo absurdo que tenemos a algo tan inevitable como la muerte.
HACER EL VIAJE
Cuentan, me dicen, que uno sabe que se va cuando en los últimos alientos de vida vienen por nosotros. Y es entonces que dejamos de ver con los ojos mortales y vemos con los otros ojos, los del alma, quizás. Vemos cómo es que van apareciendo de una en una todas esas personas que se nos adelantaron, que ya no pertenecen a este plano material.
Todos los moribundos ven lo mismo, porque quienes han estado cerca son testigos de oírlos hablar con ellos, de jugarse el último póquer de la vida con la muerte, pero con las cartas marcadas ya. Algunos sonríen al ver a quienes hace mucho tiempo no veían, algunos otros con melancolía dejan escapar las lágrimas sabiendo en ese hilo de vida que su tiempo ha llegado. Y muchos dicen lo mismo, dicen que los están invitando a irse con ellos, que ese es el momento. Para los que estamos “vivos”, los que estamos más acá que allá, es el peor de los momentos; porque sin quererlo una parte se va con ellos y no regresa, un poquito de nosotros nos abandona para siempre, un poquito de nosotros se muere, un poquito de nosotros se inmaterializa. Y nos cuesta aceptar que al final de todo, lejos de toda distancia que puede ser medida, no podemos cruzar ese río, aún no. Y aunque no queramos, acabamos por comprender la lógica más preponderante sobre la existencia humana, necia e irreductible: desde que nacemos llevamos como condena algún día, en algún lugar y en alguna hora, cambiar de barca y hacer el viaje. Afortunadamente, me cuentan, me dicen, nunca lo hacemos solos. Y es así que mucho miedo ya no da irse; miedo, lo que se dice miedo, da el quedarse.
**
Algunos grandes poetas mexicanos han escrito sobre la muerte. Si te interesa conocer sus obras, te recomendamos leer a Jaime Sabines y al joven escritor Gerardo Arana.