Despiste psicológico
Jugueteaba con mis pies y frenéticamente pasaba las manos por mi cabello, jamás despegaba mi mirada del suelo y sentía mi ritmo cardiaco acelerado. Sé que era evidente que me invadían los nervios.
Aunque se suponía que debía sentir libertad para hablar, por el contrario me sentía a la defensiva, mejor dicho a la deriva. Y después de algún tiempo se volvió completamente agotador tener que armar un guión con la finalidad de llegar al punto en el que no sabría qué decir. Era aterrador sólo imaginarlo.
El temor era el protagonista de mis días, aumentando la intensidad conforme se acercaba nuestra cita. A la espera de nuestro encuentro me invadían infinidad de emociones que pasaban por la máxima felicidad hasta las más terribles depresiones.
Las terribles mañanas, marañas mentales, que provocaban en mí la necesidad de abandonar la vida real mientras mi mundo giraba en torno a un mundo fantástico de ideas guajiras, añoranzas y lejanas ilusiones.
Me preguntaba ¿qué tanto puede saber de mi la persona indagaba en mi ser? Mientras ignoraba todo el teatro que había armado con tal de no delatarme. Mi razón seguía ahí, diciéndome que no podía ni debía permitir a mi locura llegar tan lejos. Y aquel supuesto control sólo me hacía caer en negación y me preguntaba una y otra vez ¿cómo puede pasarme esto a mí?
Solo se trataba de una flaqueza, debilidad de mi parte y por lo poco que comprendía, sabía que el miedo al rechazo a su vez me lanzaba directamente al terreno de la imposibilidad. Sin embargo seguía ahí cada semana, sintiendo y sobre todo pensando, rechazando y cuanto más lo hacía iba perdiendo progresivamente el control.
Caí en la obsesión de saber de él, necesitaba llamar su atención. Cada día lo llamaba o le escribía contándole pequeñeces o exageraba situaciones que sabía que podía controlar por mi cuenta, con tal de que su interés… Tropezaba sin parar en la incongruencia, quería ser un enigma, algo que saliera de sus manos.
Comenzaba a desahogarme con desconocidos en fiestas, con taxistas, compañeros del trabajo e incluso chicos que me cortejaban, recibí mil y un consejos que optaba por no tomar. Me congelaba y me hacía vivir en la melancolía, sabía una solución, pero no me atrevía a tomarla, y al no hacerlo sabía perfectamente que vivía una farsa. Entre sueños y caídas de golpe a la realidad. Lo tenía frente a mí de nuevo escuchando mil y un historias.
Mentiras y entre realidades se escapaba la que me atormentaba. Corrijo, no había mentiras sino verdades a medias. Mi mirada siempre baja, sabía que bastaban 5 segundos mirando sus ojos para que supiera todo lo que con recelo me encargaba de ocultar, no quería que se descubriera que me enamore de mi psicólogo.
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Las imágenes que acompañan al texto son propiedad de Marta Bevacqua.
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