Las mejores experiencias suceden cuando decides viajar lejos, como lo narra Clara Morales en el siguiente texto:
Hay veces que recorro las palabras, observo sus formas y siento su peso.
Un día me dijeron que se hace camino al andar y quise comprobar la verdad de aquellas palabras. Vacié la mochila y me dispuse a andar sola.
Supongo que como todos los comienzos, asusta. Desde el momento en el que creas la idea hasta el punto en el que la llevas a cabo, la mente —supongo que es ella— ataca a tus planes con una serie de temores inútiles que sólo tú puedes aniquilar. Y es en ese justo momento cuando empiezas. Vacías tu mochila de tonterías innecesarias dándote cuenta de lo realmente necesario.
Las primeras etapas siempre son las más duras, reina la incertidumbre que te atrapa y te pone los pelos de punta, como en el primer beso, un nuevo colegio, un viaje a 10 mil km… Pero tú, cierras los ojos y te dejas llevar.
Y de pronto, un día te ves envuelta en la historia perfecta de la película con más Oscares del Universo. Y eres la persona más feliz de la Tierra donde todos los planetas giran a tu alrededor y nada ni nadie puede estirar tanto la mano como para bajarte de esa nube rosa. Pero, querida, ni las películas son eternas ni las nubes son rosas.
Llega la tormenta y llueve, llueve tanto que la nube te invita a caer al suelo con los ojos tan abiertos como platos, y tú y tu vestido de princesa se ven empapados de rabia mientras el príncipe azul se aleja a la velocidad de los relámpagos. Y otra vez te das cuenta de que tu mochila estaba llena de cosas banales.
A las oportunidades no hay que dejarlas escapar. Y yo me propuse cazarlas todas con mis propias manos sin saber lo que eso suponía del todo. He ido quitándole peso a los problemas y dolor a las noches más cerradas, he tratado de cambiarle la cara a la mala suerte de las monedas y he vestido de baile a las preocupaciones para que le cedieran el paso a lo importante.
Y caminas despacio, descubriendo lugares inimaginables, intercambiando pensamientos con desconocidos, dándote cuenta que a 10 mil km la gente tiene los mismos problemas tontos que tú, se enamora igual que tú y come y engorda menos que tú. Pero todos lo hacemos; pensamos en llenar y llenar y cuando llegamos protestamos por lo cansados que estamos, lo resentidos que están nuestros hombros o lo que nos duelen los pies por culpa de nuestros bonitos zapatos. Y cuelgas la mochila, definitivamente.
Llega el día en el que abres los ojos y ese beso clandestino se ha consumado, el nuevo colegio son viejos amigos y una universidad en lengua extranjera y aquel viaje a 10 mil km es un año en una ciudad nueva. En la segunda etapa te das cuenta de que tu mochila está a salvo en casa, que tu cerveza de los viernes, tu copa de los sábados y tu tren de los domingos están a salvo con tus amigos. Te haces consciente que tu cama, las discusiones y los tuppers de paella volverán. Has descubierto que sin mochila se llega más lejos de lo que pensabas porque el peso de lo innecesario limita tu camino. Has descubierto que una mochila a salvo es un lugar seguro al cual volver por refuerzos.
Hay veces que recorro las palabras, observo sus formas y siento su peso. Hoy me atrevo a decir que vale la pena recorrer camino con ellas, observar nuestras formas y aprender de todas ellas. Vale la pena sentir el peso que tiene tu mochila tan lejos de ti.
Hoy me atrevo a decir que los besos saben mejor cuando abres los ojos, que a 10 mil km el mundo siempre será el mismo pañuelo y que, definitivamente, se hace camino al andar.
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Las fotografías que acompañan al texto pertenecen a Oleh Slobodeniuk.