Nahui Olin nos lleva, a través de este poema, por sitios que hemos querido dejar en el olvido, continúa leyendo…
Por las madrugadas me despiertan las ganas de volverte a sentir, de escucharte cerca, las ansias de contarte despacito y bajito cuánto me enloqueces. Porque hablar de ti es volverte a sentir por todas partes, frente a mí, inmutado y sorprendido, como quien encuentra el oasis en el desierto, casi incrédulo de tanta suerte.
“Me encontró, le encontré”, pensé, sonriéndote como señal de que era yo, de que eras tú al que estaba conociendo y reconociendo: de otro lugar, de otra vida, porque apenas te vi y supe que el fuego se avecinaba.
Qué maravilla es recordarte con tu playera rayada, con tu tierna mirada que me aceleraba a lo lejos. “Ya no hay más naufragio, Mariana”, me dije.
Qué más daba, ya nos habíamos reconocido, estábamos con las mismas ganas de no dejarnos de mirar, ya podía darme el lujo de voltear sin titubear, de sonreír con insistente pretensión, para que confirmaras que sí, que estábamos en el camino al viaje que tanto buscábamos, el desierto era pretérito.
Y ni hablar del abrazo que habló por sí solo, que me acercó a tu perfume, al de tu piel que despide pulcritud y jovialidad, al de tu risa: hablo del perfume de tus ojos.
Qué maravilla es evocar tu recuerdo, tu seguridad con la que no tropezaba, que no me hacía caer, ya me impulsaba directo al vuelo, a tu vuelo, a darle vuelo.
Maravilloso lo que brota, no tanto de ti como de tu recuerdo: lúcido, vívido, lívido.
Alguien me dijo que en cada viaje uno se encuentra, hoy sé que tus ojos son viaje, porque en ellos yo me encontré.
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Si deseas seguir sumergiéndote en las líneas amorosas de las letras pierde el miedo y salta al vacío, porque Cuando el amor es amor no hay nada peor que no intentarlo.