A veces las coincidencias se vuelven mágicas, como lo narra Ulises Franco:
Hubo un punto en que todo coincidió: las baldosas guardaban tantos soles, los ecos del mundo se remolinaban en los cabellos de las personas distraídas, los tonos se suavizaron a su punto máximo. El número de carros era preciso y del tráfico nadie conocía. Las noches eran un extenso pliegue de ronroneos jamás escuchados. Y mis ojos gatunos eran justos a los tuyos. Hubo un tiempo en que las paredes de la ciudad gastada nos veían pasar, y de las coladeras se desvanecía el vapor de nuestras dolencias. El aceite viejo del pavimento nos reflejaba y los semáforos nos guiñaban.
Existió un tiempo en el que creí y quise la muerte del tiempo, para que todo se mantuviera suspendido, encerrado en un aparente momento en que todo coincidió. Que ni el más pequeño de los árboles se saliera de sus oleajes ya establecidos. Sin embargo, no advertí que en la igualdad hay diferencias y si hay diferencias nada coincide perfectamente. No advertí que el aceite que nos reflejaba provocaba inconvenientes al transeúnte. Que los árboles siguen al ritmo de la vida y así como ella, son impredecibles.
Las calles nunca fueron suficientes para los automóviles y en horas pico eran un sólido bloque de metal. Las baldosas medio dibujaban a un sol inalcanzable y por más reproducciones que hicieran de él, jamás serían él. Y las noches nunca fueron ese extenso pliegue de ronroneos jamás dichos, eran el asomo de nuestros nacimientos. Comprendo que la eternidad se limita a nuestra muerte y como tal no existe para mí. Entiendo que todo es transitorio, dinámico, cambiante; de igual manera nos revelamos unos a otros.
Nada es idóneo. Ni la forma de tus ojos se asemejaba a los míos.
Hubo un tiempo en el que tu espíritu coincidió con el mío, y relativamente todo coincidió.
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El amor nace de aquello que no esperamos, de las coincidencias que el destino nos pone en el camino, pues a veces te parece ridículo que alguien te guste porque el estómago se te llena de mariposas.
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Las fotografías que acompañan al texto pertenecen a Alessio Albi.