Ilusiones muertas

Estaba por terminar el día y ocultarse el Sol cuando salí de la oficina, esta vez acompañada del Contador, quien alegraba las mañanas y tardes en las que permanecía más de 10 horas sentada sudando frente a un monitor. Su elegancia, su postura y aroma cautivaban mi ser. Así fue durante casi cuatro años que llevo

Ilusiones muertas

Estaba por terminar el día y ocultarse el Sol cuando salí de la oficina, esta vez acompañada del Contador, quien alegraba las mañanas y tardes en las que permanecía más de 10 horas sentada sudando frente a un monitor. Su elegancia, su postura y aroma cautivaban mi ser. Así fue durante casi cuatro años que llevo en este edificio viejo de la Ciudad de México, sólo miradas y sonrisas ya no tan discretas.

En realidad no sabía mucho sobre él, sólo su nombre que no quiero mencionar. Estuve parada a su lado esperando un taxi que me llevaría a mi destino. Durante estos casi cuatro años las miradas eran el único medio en que nos comunicábamos, si así se le puede llamar. Era lo que nos unía. Hasta hoy esas miradas se convirtieron en palabras, cuando él, sin ninguna razón, entró a la oficina del Director mientras yo permanecía firmando unos contratos y escuché una invitación a tomar una taza de café al salir. Por supuesto que acepté; mis ojos saltaron y la emoción que sentía en ese momento, al igual que una niña al recibir un premio, no la pude controlar.

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Esa era la razón por la cual me encontraba parada a su lado, mirando fijamente su rostro y atenta a sus palabras mientras esperamos el transporte. Al llegar el vehículo, abrió la puerta y le dio la dirección de una cafetería al conductor, y dirigiéndose a mí me dijo que me alcanzaba en 15 minutos, que prometía no hacerme esperar, que sólo iría por un obsequio para mí.

Con una sonrisa cerró la puerta, el chofer avanzó y al mirar atrás lo vi subirse al transporte público. En ese momento empecé a sentir que los nervios recorrían todo mi cuerpo, quería ya estar junto a él, conocer todo acerca  de su vida.

Llegué al café acordado y pedí una mesa para dos; el mesero se acercaba insistiendo que debía ordenar algo, porque no podía ocupar un lugar sin consumir. Tomé cuatro tazas después de 80 minutos de espera. No tenía un número para localizarlo, no sabía nada de él. Me dejó sola, jugó conmigo, fui su burla, me humilló…

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Pasó el tiempo, mis esperanzas se esfumaron junto a mis ilusiones, decepcionada opté por levantarme y salir con la mayor discreción posible. Me sentía avergonzada, caminaba a casa sin pensar, sin sentir, sin saber qué hacer; sin una persona que me escuchara y me diera una palabra de ánimo, sólo una.

Me recosté sin probar alimento, las cuatro, cinco o seis tazas de café me tenían asqueada. Sólo permanecí llorando. Sin saber en qué momento, me quedé dormida profundamente hasta el día siguiente, que llegó sin desearlo. Me desperté minutos más tarde de mi hora habitual, no me quería levantar, no quería seguir viviendo, mucho menos ir al trabajo y dar la cara después de lo sucedido, seguro todos se burlarían de mí

Después de mucho pensar, de analizar lo ocurrido, decidí darme un baño para ir a cumplir con mi deber. Afrontar.

Camino a la oficina, se sentó junto a mí un hombre mayor que venía leyendo el diario, la nota de cabecera hablaba de un accidente con varios muertos cerca de la calle donde yo trabajaba, quise leer más, pero la posición en que me encontraba me lo impidió y decidí no prestar atención. Olvidarme de todo a mi alrededor por lo menos unos minutos más.

Al llegar al edifico 340 el ambiente se sentía extraño y tenso, todos estaban distraídos y silenciosos. Se sentía tristeza. No faltaba nadie, bueno…sólo él, que entraba después que todos.

Al pasar unos minutos entró el Director, que fue el único que sabía de mi cita con el Contador, poniendo un diario en mis piernas, abierto en la página que ya había leído momentos antes en el autobús, sobre  aquel accidente, sí del camión donde viajaba él.

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