«Yo te quiero viva, burra». Esta fue una de las frases más conmovedoras y sinceras que Julio Cortázar escribió a Alejandra Pizarnik. A pesar de la plegaria, la poeta se quitó la vida dejándole a Julio una sensación de impotencia que –probablemente– le duró el resto de su días. Este es un ejemplo de las intensas relaciones epistolares que tenía Cortázar con sus amigos. De hecho, el Cronopio hizo de las cartas un hábito, tras su muerte se recopilaron todos la hojas sueltas y se compartieron al mundo en cinco extensos tomos. El compendio inicia en 1937 y culmina en 1984, el año de su muerte.
¿De dónde salió el gusto por las cartas? Desde temprana edad, Julio mostró un interés por los libros. Con escasos años se pasaba días enteros leyendo; un día su madre lo llevó al doctor con miedo de que padeciera algún mal. Lo único anormal –ahora lo sabemos– era la increíble sensibilidad para conocer al mundo a través de las letras. Con el paso años y el lanzamiento de sus textos, Cortázar nos mencionó a los autores que construyeron su universo, entre ellos estaban Benito Pérez Galdós, Pedro Salinas, Guy de Maupassant, Guillaume de Apollinaire y John Keats. Este último lo impactó tanto que le escribió una obra completa.
John Keats fue uno de los poetas británicos más importantes del Romanticismo. Su obra cumbre es “Oda a un ruiseñor”, la cual fue escrita poco antes de morir a los 25 años de tuberculosis. Su vida estuvo llena de tragedias, oscuridad y enfermedad; aunque al filo de su existencia lo acogió una luz: Fanny Brawne. Keats se enamoró de ella y le dedicó toda su felicidad, sus versos más intensos y una sensación de apego que nunca antes había experimentado. El verdadero amor trágico se desató cuando el poeta tuvo que distanciarse de su amada e inició una correspondencia de amor, celos y muerte.
La figura literaria de Keats trascendió hasta Cortázar y él la abrazó como una de sus principales fuentes de inspiración. De 1951 a 1952, Julio se dio a la tarea de crear una “especie de diálogo donde John estuviera lo más presente posible”. En esta obra, titulada “Imagen de John Keats”, el escritor argentino analiza una de las cartas que escribió el poeta romántico a su amada Fanny Brawne. Aquí un extracto del diálogo escrito en 1819:
«Mi señora muy querida:
Me alegro de no haber tenido oportunidad de enviarte una carta que te escribí el jueves por la noche; se parecía demasiado a las de Héloïsa, de Rousseau. Esta mañana soy más razonable. La mañana es el único momento apropiado para escribir a la linda niña a la que tanto amo; porque de noche, cuando el día solitario ha concluido y mi cuarto vacío, silencioso, sin música, está esperando para recibirme como un sepulcro, entonces, créeme, la pasión me avasalla; por nada quisiera que vieses los raptos a los que jamás hubiera pensado que me entregaría, y que muchas veces me hicieron reír en otros; temo que me creerías o demasiado desdichado, o quizá algo loco.
Ahora estoy junto a la ventana de un bonito cottage, mirando un bello paisaje ondulado, donde se entrevé el mar; la mañana es espléndida. No sé cuán ágil sería mi espíritu, qué placer me daría vivir aquí, respirando y correteando libre como un ciervo por esta hermosa costa, si tu recuerdo no pesara tanto sobre mí.
Nunca conocí una felicidad completa».
Es imposible asegurar que John Keats le enseñó el camino de las relaciones epistolares a Cortázar, sin embargo, podemos asegurar que el poeta inglés causó gran impacto en la consciencia del Cronopio. La prueba más contundente está en que Cortázar escribió un libro híbrido (biografía y ensayo) con el único fin de revivir a una de las figuras más trágicas de la litera romántica. «Me interesa este diálogo con un poeta, porque no puedo sentir a Keats en el pasado. No me lo encuentro en la calle, ni espero oír su voz en el teléfono (y qué hermoso hubiera sido oír su voz, verlo venir pequeñito y un poco compadre, riéndose por lujo) pero a veces ando por ahí y me encuentro a poetas de mi tiempo, veo en una esquina –siempre como huyendo de un gavilán– a Eduardo Lozano, desemboco en Ricardo Molinari que me acepta un café […]. Y John es uno entre ellos».
En lugar de narrar de manera lineal la vida de Keats, Julio analiza los pasajes de su vida a través de sus letras; poemas, ensayos y correspondencia. De aquella carta de John escrita en 1819, el escritor argentino demuestra cómo detrás de un aparente discurso de amor se encuentra una tragedia enfermiza que se autoimpone como anuncio prematuro de su fallecimiento. Sólo así se puede entender quizá la frase más profunda de la carta a Fanny Brawne: «Dos voluptuosidades tengo que meditar en mis caminatas: tu belleza y la hora de mi muerte».
Como dice el poeta español Francisco José Cruz, «Para Cortázar, la poesía que Keats escribe tras las odas es nocturna y coincide con la decadencia personal y la enfermedad que arrastra a la muerte». Si bien Julio está a miles de kilómetros de distancia del Romanticismo, su vida también estuvo llena de tragedias y defunciones. Quizás esa sea la razón por la que el gran Cronopio siente afinidad por el joven John, aunque, con todo el pesar del mundo y el dolor de ver herida a su querida Latinoamérica, Julio Cortázar siempre río, jugó y alegró a cada lector comprometido que siguió sus pasos.
En portada: collage del retrato de John Keats por William Hilton y Julio Cortázar escribiendo a máquina.
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