Ernst Hemingway postuló una suerte de teoría para escribir relatos que todo aspirante a escritor debería tomar en cuenta: una historia debe ser como la punta del iceberg, pues sólo se ve una pequeña parte de algo que en realidad es más grande y contundente. En un sentido estético, lo que subyace bajo el agua es pesado, duro y contundente, pero intangible y no puede verse. Podría en este caso hablarse de una imagen ausente.
Sin embargo, solamente un autor tan difícil de catalogar como Pascal Quignard, cuyas obras desdibujan las fronteras entre la narrativa y el ensayo, parece complejizar aún más este tema. En La imagen que nos falta comenta acerca de lo que pasa después o antes del instante que la obra o la experiencia representa. Tomemos por ejemplo una fotografía, que consiste en mostrarnos un instante capturado en el tiempo, suspendido y despojado de su temporalidad, con lo que sólo da a quien la mira un poco de información, aunque por sí misma cuenta una historia completa. La fotografía de Robert Capa ilustra bien esto, pues congela en una imagen el momento justo del desembarco en la playa de Normandía durante la Segunda Guerra Mundial. En las imágenes ausentes está el resto, como la antesala al desembarco, el silencio y el pavor ante el desenlace. Posteriormente, la muerte de los soldados, el principio del fin del conflicto, la terca resistencia del fascismo, el heroísmo, etc.
El mismo principio puede entenderse con la pintura, que representa una acción, con vida, contexto histórico y cultural, en fin, hechos de fondo.
Para comprender mejor que una imagen siempre tiene una imagen ausente, desde la perspectiva de Quignard pueden proponerse otros campos de estudio. Cuando pensamos en los astros como protagonistas del cambio de las estaciones tratamos de recordar cómo son, cómo se sienten, huelen, ven, etc., pero no nos imaginamos la causa de este cambio e ignoramos lo que hay detrás.
En un sentido categórico, en La imagen que nos falta se determina que el hombre puede ver algo que no está, en una dimensión de la ausencia por excelencia como un mundo sin cada quien, silencioso e inconcluso en su profunda intimidad, en lo que Quignard señala como anterioridad. De ahí el deseo vital del hombre por saber algo, por revelar esa imagen. La paradoja está en que así como nadie pudo presenciar la escena sexual que le dio vida, nadie llegará vivo a su propia muerte, por lo que sólo puede imaginarla, como un descenso a los infiernos o un ascenso al paraíso.
A modo de conclusión, no es descabellado sostener que la imagen faltante en toda imagen, la que no vemos y no percibimos, no es totalmente ausente porque tenemos la creatividad de hacerla en nuestra mente. Cuando vemos la imagen presentada y queremos una respuesta sobre sus acciones anteriores y posteriores, imaginamos lo que está a nuestro alcance, pues usamos a la realidad que tenemos para poder componer lo que no está en nuestras manos. En un sentido amplio, la imaginación es un lugar en el que se sitúa eso que nos falta.
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El ser humano puede formar en su mente la representación de sucesos, historias o de imágenes de cosas que no existen en la realidad o que son o fueron reales pero no están presentes. Esto se llama imaginar.