De nuevo voy tropezando con mis recuerdos, dejando que se arrastren al ritmo del roce con otras hojas que el viento arrancó. De nuevo sentado en esta inerte banca, que cansada está de verme esperar. De nuevo y en solitario, como si la simple idea de tener una pizca —por efímera que fuese— de compañía, significase profanar la pulcra imagen de tu sonrisa.
Los meses han sido tan aplastantes y los segundos tan filosos que el único remedio sería apagar todos los relojes de la ciudad, detener las aves en pleno vuelo y condenar a un eterno instante mi paciencia. Tal como se apagaron, se detuvieron y condenaron cada uno de los besos que estuvieron en mi boca dispuestos a convencerte de que debías quedarte, aquella noche, la última desde que no estás.
Lo recuerdo como si estuviera a punto de pasar, tu vestido y tú por última vez. Y es que ha sido imposible de olvidar cuando cada día tengo que recorrer las mismas calles que fueron testigos de nuestra cruel despedida, aun cuando era madrugada y yo rogaba por favor que no amaneciera. Imposible, cuando cada día proyecto las mismas imágenes sobre las aceras: el pronunciado arco de tu espalda alejándose y yo en la penumbra arrancándome las ganas de gritar tu nombre y poner un beso en cada pestaña, en cada cicatriz.
Sin embargo aquí estoy de nuevo, en la plaza que ya se aburrió de mí, a la sombra de un samán. Ya he memorizado las caras de cada persona que a diario atraviesa los senderos, los nombres de cada can que se detiene a olerme, las notas de cada canción que los sirios le ofrecen a su versión del cielo. Aquí estoy de nuevo, imaginando que estás.
Así es como te cuento cómo estuvo mi día, cada que veo tu rostro en el humo con olor a nicotina que exhalo. Y me alegra escuchar que estás de lo mejor, en el susurro del ardor de la brasa en mis labios. Me sorprendo riendo al imaginar tu cara y tus brazos cruzados, pidiéndome que por favor lo apague, que me hace daño. Te diría que hay cosas que matan con más crueldad, lo sé, desde que no estás.
Aquí me tienes esperándote, como si imaginaras dónde estoy, lo adivinaras por capricho divino o tengas la ruta marcada en las venas de tus muñecas. Aquí me tienes esperándote, como si realmente fueras a llegar y decirme que fue un error haberte ido así, mientras lucho por no romper a llorar de la felicidad. Aquí me tienes esperándote, y un día más termina sin que suceda, pues jamás sucederá.
Y digo adiós al samán, a la banca, al obelisco, a los senderos y al olor que dejo. Les digo “hasta mañana” cuando veo al autobús de las 6:15 que está por llegar, pidiéndoles que estén al pendiente por si te ven pasar. Y ellos se quedan solitarios en la plaza, buscando tu rostro en otras tantas caras, deseando conocer a esa chica de la que tanto me escuchan hablar. Y disfrutan de las horas que invierten en sentir un ápice de humanidad, imaginando que estás.