Primero, apenas sea el primer minuto del 25 de diciembre, cante “Las Mañanitas”. Recuerde que es su cumpleaños.
Segundo, reflexione en su mensaje, su actividad política-religiosa y su filosofía. Reflexione en la relación entre su “Buena Nueva” y las instituciones que lucran con su simbología. Reflexione en su pensamiento y las incoherencias de la mayoría de sus representantes. Reflexione en las consecuencias ontológicas de su revolución como la inversión de los valores griegos. Reflexione en su papel en la Historia.
Tercero, más allá de los milagros y genealogía divina, ponga en práctica su filosofía. En su original mensaje la praxis es la teoría misma.
Cuarto, reflexione en el amor. Para él el amor es Dios y Dios es el amor que hay en ti. La proyección del Absoluto a través de cada uno de nosotros, a través del amor que hay en cada uno de nosotros. Reflexione en el amor y sea auténtico en dicha reflexión.
Quinto, haga el amor. Ame, ame y ame. Y perdone a aquellos que no le aman (ellos se lo pierden). Porque el amor es relación. El amor es cosa, mínimo, de dos. El amor es interacción. Hacer lo que uno siente con quien uno quiere (porque uno quiere, legítimamente, lo que uno siente).
Sexto, no se persigne. Ya está, de antemano, en su corazón, en su acción de amar, y no en rituales simbólicos que cualquiera puede realizar. Persignarse es fácil, amar auténticamente no lo es.
Séptimo, beba vino y piense en su lucha y objetivo. La popular llegada aquel domingo y su confrontación con las jerarquías. Piense en su crucifixión como el clímax de su filosofía.
Por último, si quiere regale obsequios a sus seres queridos, sin embargo, no haga de este acto la esencia de su cumpleaños. Si lo que quiere es festejar, lo único que tiene que hacer es perdonar.