“Sabia virtud de conocer el tiempo” decía Renato Leduc. Poeta y diplomático que supo la hora exacta de partir a Francia, el minuto preciso para conocer a Leonora Carrington y el segundo correcto para llevarla a México. Un vago de la vida bohemia quien reconocía la destreza de amar a tiempo y desatarse de igual manera, de ver con claridad el pasado y sentir coherentemente el dolor del presente. De advertir las imprudencias y lamentarse de lo irrealizado. Lo no hecho. Eso que nos roe en el pensamiento y acribilla en el corazón. Lo jamás llevado a cabo; un amargor de lo que se quedó en un “si hubiera”. La fascinación por el pretérito se debe en parte, considerando todo lo anterior, a la nostalgia causada por lo perdido o lo inexplorado. El alguna vez esposo de la “Novia del viento” tuvo que aprenderlo a fuerza de manecillas y memorias.
“Nacemos tristes y morimos tristes, pero en el entretiempo amamos cuerpos cuya triste belleza es un milagro”.
El viejo amor. La sonrisa extraviada. Los días de estruendo donde hubo pasión, soledad o apatía. En cualquiera de estos casos hay tiempo; y no de naturaleza indiferente, sino de ése que se quisiera de nueva cuenta entre los dedos. Ya sea para volver a disfrutarlo o para aprovecharlo como nunca se pudo hacer. Para perfilar sus formas por un sendero que antes era de desdén o poca preocupación, pero que hoy urge se reverdezca de nuevas alternativas. Porque nunca debería ser demasiado tarde para recobrar lo que alguna vez se acarició sin atención, besó por inercia, abrazó por costumbre o simplemente se despreció por estupidez.
¿Cuántas veces hemos intentado resarcir lo vivido? ¿Disfrutar otra vez lo fugaz? Como dijera Benedetti, “Nacemos tristes y morimos tristes, pero en el entretiempo amamos cuerpos cuya triste belleza es un milagro”. Como escribiera Alfonsina Storni, “¿Lo que fue? ¡Jamás se recupera! ¡Y toda primavera que se esboza es un cadáver más que adquiere vida y es un capullo más que se deshoja!”. Y ambas ideas son suficientes para reconocer que lo sucedido en muchas ocasiones, querrá ser recobrado o reparado, aunque imposible a primera vista. Que incluso la Literatura es uno de nuestros vehículos predilectos para dicho interés soñador y que, efectivamente, mucho tiene ésta por aportarnos en la búsqueda de recuerdos y recuperaciones en lo que se advierte irreal.
Reuniéndolos en tres grupos, revisemos a escritores que a) han jugado con la temporalidad en su escritura, b) han tomado el tiempo como tema principal para su obra y c) han hecho de éste el protagonista entero de sus textos. De entre ellos rescataremos perspectivas o instrucciones figuradas de lo que es tener en las manos la posibilidad del tiempo y la contingencia de su salvación. ¿Para qué? Para sentir que podemos manejar verdaderamente lo perdido, aunque sea a partir de las letras.
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Para jugar con el tiempo perdido y recobrado
5. El habla no se detiene y tampoco deberían hacerlo las letras. Así como la pulsión de una amistad y los arrebatos de un amor no se frenan al ser pronunciados, tampoco deberían al ser escritos. Tal vez, así se consiga un puente que conecte al pasado.
4. Adiós a los puntos. Si carecemos de puntuaciones, justo como lo hacía Jerzy Andrezejewski en la descripción de “Las cruzadas cristianas de los niños” (1962), quizás exista un camino entre eras. En esta novela de una sola frase, donde las primeras 40,000 palabras nunca fueron interrumpidas por ningún signo, existe un hilo que jamás será roto.
3. Aunque eso no quita la vida propia de un punto y aparte. Como lo hace Gertudre Stein, quien encuentra en la repetición una maravilla (“Una rosa es una rosa es una rosa…”) y considera serviles las comas o repugnantes los signos de interrogación y admiración. No perdamos el tiempo en preguntas, asombros vacuos o puntos definitivamente finales.
2. Perder la respiración también es importante. Las estructuras de Proust donde la coma es innecesaria y los puntos sólo un halito urgente son muestra de ello.
Los primeros escribanos no dejaban espacios en blanco y su escritura era totalmente continua. Porque el origen oral y del sentimiento no debe interrumpirse, quizá de esta forma también se pueda regresar mil y un veces a lo pasado.
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Para viajar en el tiempo perdido y cobrarlo
3. No intentemos transformar lo ocurrido. Ir al tiempo que ya se fue es una apuesta casi ficticia. “La máquina del tiempo” (1895) de H.G. Wells, probablemente sea un relato fantástico, pero algo nos enseñó: que lo hecho hecho está y que hasta el último fulgor de esperanza en un hombre no puede cambiar lo sucedido.
2. Nunca se recobra el todo y buscar la felicidad absoluta es sobrado. Las consecuencias no son opcionales. En “El fin de la eternidad” (1955) de Isaac Asimov es bastante claro; introducir cambios en el tiempo y tratar de ejecutar rescates de lo extraviado siempre traerá otras acciones o desapariciones.
1. No perder de vista la maravilla de estar vivos. A pesar de que lo pasado se posicione atractivo y millones de veces más seguro, exactamente como sucede en “Memorias” (1987) de Mike McQuay, no se debe poner en riesgo lo presente ante lo que ya fue. Toda realidad se puede hacer pedazos en pos de una recuperación total del recuerdo.
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Para observar el tiempo perdido y recobrarlo
2. Considerar la memoria como un ciclo. Sí, se reconstruye una vida a partir de recapitulaciones, se identifican numerosas ocasiones de un trayecto, pero más allá de todo eso lo que hay es un conocimiento. Observar y protagonizar el día transcurrido es obtenerlo, no para cambiarlo del todo, sino para seguir viendo hacia delante. Éste se recupera, muy a lo Proust, para continuarse.
1. Ver hacia atrás es un acto que debe perfilarse también a lo que viene. En una línea filosófica que atraviesa de Bergson a Woolf, por ejemplo, sólo la memoria (escrita) es capaz de ofrecer al humano una visión compleja de los diversos estados que el paso del tiempo ha dejado impresos en la realidad y que los acontecimientos del presente han adoptado en múltiples paralelismos.
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Recobrar el tiempo es buscar en la memoria y en la palabra sin perder de vista, como Nietzsche, que a diferencia de la visión del tiempo donde la recuperación se debe asir de una sola forma, este empeño no se trata de ciclos ni de nuevas combinaciones en otras posibilidades, sino de que los mismos acontecimientos se repitan en el mismo orden, tal cual ocurrieron. Sí, se pueden añorar muchas cosas, pero sobre todo se debe amar la vida y a nosotros mismos ante todo lo que venga. Justo como se puede analizar también en Los escritores que explotaron la condición humana y traspasaron el tiempo y un estudio sobre El tiempo a través de la evolución del pensamiento humano.