De una editorial argentina que ha publicado varios títulos de la generación Beat —locos, vagabundos, drogadictos y homosexuales, la semilla de la contracultura— aparece este título en particular, Viajero solitario, de Jack Kerouac. Es una portada negra con un sello amarillento en donde viene el título. Un poco minimalista, pero he ahí el deleite del libro, bastante estético independientemente del contenido de las letras.
Hace unos años, le presté a mi hermana mayor el libro, el cual llevó a un viaje a Francia. Al regresarlo, tenía café manchado en todas las páginas y la portada se había doblado. Yo, como un obsesivo-compulsivo, sentía mi sangre bullir por dentro. Semejante falta de respeto a un libro de Kerouac, el demente alcohólico que inspira a dejar el trabajo o la escuela y reducir el promedio de vida.
Un autor que nos lleva a la parte incómoda del exotismo. Por supuesto está su burda búsqueda por la autenticidad en este desprendimiento de lo material, también está la resiliencia de lo incómodo: pasar hambre, resistir el frío y las enfermedades, sentir el desgaste de los músculos en sus actividades —como explica en Los vagabundos del Darma, o las exhaustivas caminatas en En la carretera, también traducida muchas veces como En el camino. Un autor que nos lleva al miedo de lo desconocido y la incertidumbre de lo nuevo.
Adentro del texto encontré una servilleta de un café —también manchada— con una nota manuscrita. La nota de mi hermana explicando que leía el libro en una estación del tren en las afueras de Burdeos. Estaba esperando en el frío y la única fuente proveniente de calor era ese café que ni siquiera pudo disfrutar porque se derramó encima del libro. De cierta manera, la servilleta se ha convertido en un perfecto prólogo para el libro, a manera de metanarrativa: una viajera solitaria leyendo. La servilleta cuenta varias historias en sí misma: la torpeza al derramar el café, la necesidad de usar la servilleta, la interacción entre la lectora y el libro. Al derramar el café es como si hubiera derramado las letras de Jack Kerouac a la realidad misma.
A pesar de la bonita editorial en su negro minimalista y la estética del libro, los bordes ahora ondulados y las páginas con este toque arcaico de la humedad y el color ocre, las manchas le dan cierto prestigio a las letras de Kerouac. Como si la lectora de aquella ocasión hubiese tratado al libro como el autor trataba a sus propios manuscritos. Probablemente si le hubiesen permitido, habría escrito su bibliografía entera en servilletas de café, escribiendo en una estación del tren, en el frío, con ese estilo para escribir en las situaciones más incómodas: el desvelo, el frío, el hambre y la bancarrota como sus génesis de creatividad. El viajero solitario como escritor y lector de las historias más duras.
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