El reloj apenas marcaba el medio día cuando Jana Leo, una artista española asentada en Nueva York, descubrió que la ciudad viola y es cruel, agresiva y cínica. Enero de 2001 estaba por terminarse cuando Leo subía las escaleras de su edificio, cargando algunas bolsas repletas de alimentos. Por más que lo intentaba, no conseguía subir rápido y comenzó a sentir la presión del vecino que iba detrás y que no podía avanzar. Este vecino era un joven que pocas veces había visto en el edificio; sin embargo el chico no se mostró amable ni tampoco tuvo la paciencia y cortesía de esperar.
Aceleró la entrada de la mujer a su casa y cuando sucedió, él se introdujo a su departamento sin temor a que alguien le viera entrar forzadamente a casa de la artista. Tímido, pero confiado, sacó un arma y la puso de frente a Jana quien encerrada en su miedo sólo podía pensar en que tal vez moriría, pero no podía permitirse que él la viera sufrir o temer, así que simplemente obedeció las órdenes que le dictaba. El hombre, de apariencia adolescente, la cuestionaba sobre su vida. Jana respondía temerosa por su vida, ya que había olvidado lo material, aún así, ella sentía temor por lo que tanto tiempo, esfuerzo y dinero le había costado construir.
Jana Leo es artista y como tal, no podía dejar de pensar en cómo representar ese incómodo momento ya que ya había pasado una hora y no ocurría nada, es decir, él seguía cuestionando cosas, apuntaba con el arma a la mujer y decía algunas frases de vez cuando. Pero lo peor estaba por ocurrir y fue justo después de que Jana manifestara su hartazgo e incertidumbre. «¡Quítate la ropa y túmbate!». Sorpresivamente, el temor que sentía cambió para mutar en uno mucho peor. La artista asegura que tuvo la impresión de que él seguía instrucciones. Quizá si nunca hubiera cuestionado, él no le hubiera pedido que se desnudara, pero probablemente la habría atacado de manera distinta. Su intenciones eran perversas, de eso no había duda.
Él la violó. Eyaculó dentro de ella y por temor a ser asesinada, Leo no puso resistencia, al menos no de manera evidente. Esto fue criticado después por algunas personas que sólo juzgaban el hecho de que la mujer no se opuso; sin embargo, el mecanismo de defensa de la artista fue ese: no oponerse o podía morir y estaba consciente de ello. Pasaron dos largas horas y él abandonó el lugar satisfecho y algo temeroso por lo que había hecho. Al contrario de lo que se pudiera pensar, Leo no mostró miedo en ningún momento, sino que tomó su cámara y documentó todo: capturó las colillas de cigarro, los cajones revueltos y las heridas en su piel.
Posteriormente procedió a hacer las denuncias correspondientes y empezó el largo proceso de papeleo, denuncia, búsqueda, declaraciones y demás, llegando al final del proceso legal seis años después. El joven, indigente y de 19 años de edad, fue puesto en prisión por robo y violación junto al casero quien agresivamente le contestó a Leo que la chapa estaba descompuesta a propósito (según la investigación de Jana, lo hacían así por cuestiones inmobiliarias), con lo cual facilitó el acceso del hombre a la casa de Jana.
Los jueces le preguntaron por qué había dejado la chapa abierta, porqué no había gritado o puesto resistencia si sabía que no la mataría. Según ellos, era enteramente su culpa. Ante semejante acusación, no tuvo más remedio que investigar por su cuenta, llegando a la conclusión de que esto era una especie de negocio, ya que los caseros podían subir sus rentas a costa de la inseguridad del vecindario y con ese dinero harían edificios de lujo en otras zonas de la ciudad. Esto, para Jana, fue una forma de agresión tanto para ella como para la ciudad. La ciudad también viola. A la par, la artista realizó algunas exposiciones y obras que muestran su dolor, su cansancio y su impotencia, como Rape Room, un cuarto en el que el tapiz es la foto de una de sus heridas y en medio se encuentra una cama.
Esto le dio la idea de realizar como terapia personal algo mucho más efectivo que sus fotos o instalaciones: una novela que lleva por nombre Violación Nueva York, misma que lograría publicar hasta 2017 y que no sólo le ha permitido crecer como persona sino que le daría un valor mucho más profundo a lo ocurrido. Así lo requería, no había sido un simple error o una anécdota para recordar con pena, había sido un verdadero martirio y un trauma.
En su libro narra cada uno de los momentos que sufrió durante la violación. Cuenta lo que sintió al ver al hombre detrás de ella con un arma, lo suficientemente cansada que estaba de la situación cuando él no la dejaba salir de su propio hogar y la frustración que le provocaban las autoridades al culparla y darle consejos “para la próxima”. Pero sobre todo, plasma en las hojas de esa novela la manera en que la ciudad le jugó mal, cómo es que la violación fue también por parte de Nueva York y cómo es que a ésta no le importan las personas. Además, muestra la notoria segregación hacia los habitantes ya que retrata cómo es que una mujer pobre es olvidada, mientras que una pudiente, es tomada en cuenta con más facilidad.
La novela es una denuncia pública no sólo al violador y al casero, sino al sistema en general, mismo que le sigue provocando miedo, puesto que se expuso públicamente. Ella sabe que ahora todo el mundo sabrá de su percance y que al principio le costó trabajo aceptarlo; de hecho, conforme avanza la novela se puede notar la confianza que va adquiriendo para demostrar que una mujer fuerte puede y debe denunciar.
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El abuso sexual es mucho más que agresión, conoce otras cinco formas de violación así como todo aquello que puede llevar a una persona a sufrir depresión.