“¡No me llames hijo de puta! ¡Yo soy Bandini, Arturo Bandini!”
Charles Bukowski
Todo joven escritor encuentra, en algún momento, en la obra del estadounidense Charles Bukowski (1920-1994) al héroe de la vida cruel. Henry Chinaski, alter ego de Bukowski y protagonista de gran parte de su obra, representaba al hombre común, sin esperanza o satisfacción más allá de la de sus placeres frustrados. Chinaski era un héroe valiente que anteponía el orgullo de ser escritor a la vida social, vivía al límite y al borde de la destrucción con tal de contar una historia digna de admirar. No le importaba pasar por encima de sus padres, amigos, novias o empleos para narrar la historia perfecta del hombre sin atributos, que pasa las noches en la máquina de escribir, ebrio y lleno de aventuras que contar. Para muchos, además de plasmar otra visión de los Estados Unidos y darle voz a los olvidados creando el estilo underground, Bukowski se encargó de representar a un personaje. Es decir, a pesar de los fracasos a los que se enfrentaba Chinaski, el vago se salía con la suya, y la historia poseía la bondad de una película de Hollywood: existía un final feliz para las aspiraciones del personaje, acorde a sus actos.
A través del alcohol, la escritura desgarrada y el sexo, Bukowski logró satisfacer a los lectores y narrar la vida como una desgracia llena de sentido del humor. El éxito llegó. Cerca de los cincuenta años, su obra cobró fama en gran parte de Estados Unidos y Europa. Los lectores se reunían en diversos puntos de la ciudad para escuchar atentamente sus poemas llenos de moho, y aplaudir desaforados al hombre que recitaba representando al personaje; aquel que bebía, blasfemaba y se drogaba al ritmo de una poesía de cantina. La apuesta estaba consumada. Chinaski había apostado a vivir o morir y logró algo mejor: perdurar.
Sin embargo, una de las aportaciones más importantes de Charles Bukowski a la Literatura fue la de presentarnos al escritor italoamericano John Fante (1909-1983). En el prólogo del célebre libro Pregúntale al polvo (1939), Bukowski reconoció la influencia de Fante en su vida y obra, y confesó cómo fue su descubrimiento. Entre líneas nos contó su paso por las bibliotecas públicas y su recorrido en los principales estantes, hambriento de una voz que disipara la amargura y, entre su perseverancia, encontró al autor. En la obra de Fante, Bukowski conoció a un autor que escribía con el corazón, con una prosa ágil, fluida y elegante. No había mentira en su fuego. Y su deber, tras alcanzar la fama, era presentarnos al mundo a un escritor desconocido, como lo deben ser todos, en estado puro.
Quien ha tenido la oportunidad de encontrarse con la grata fortuna de leer a ambos autores podrá reconocer lo siguiente: Arturo Bandini, alter ego de John Fante, tuvo diferencias muy marcadas, aunque quizá imperceptibles con el personaje creado por Bukowski que quizá lo convierten en un personaje literario de un valor mayor. John Fante escribió la historia de Bandini en la atmósfera de un país que recibía inmigrantes, pero que los discriminaba. No se está narrando la historia del hombre común estadounidense que a contracorriente consigue sus objetivos de manera heroica entre la masa proletaria; Fante imagina a Arturo Bandini desde el invierno crudo de Colorado, y la pérdida de la inocencia del niño hijo de un obrero italiano asalariado y una madre reprimida devota de la religión.
Para Pregúntale al polvo (1939) —quizá su obra más potente—, nos narra la consolidación del personaje y el aislamiento en una pensión de Los Ángeles, donde el guapo, arrogante y talentoso aspirante a escritor llega convencido de que después de la reciente publicación de su cuento “El perrito que ríe”, la fama tocará a su puerta y se convertirá en el Marlon Brando de la Literatura estadounidense. Tras una serie de fracasos y de carencias económicas, el encuentro con una mujer latina le proporcionará, sin planearlo, la voz que necesitaba para su talento. Finalmente, para Sueños de Bunker Hill (1982), Fante escribe sobre los excesos y porquerías que esconde el mundo del espectáculo en la exitosa expansión de Hollywood, y la supervivencia inmoral que representaba para los escritores dedicarse a ser guionistas de películas mediocres para sobrevivir. Además, Fante escribió un par de libros más fuera del personaje de Arturo Bandini, como Llenos de Vida (1952) y Un año pésimo (1985), ésta última, probablemente, una de las novelas más conmovedoras y la representación perfecta de la moral del antihéroe que narró Fante, durante su accidentada vida.
Arturo Bandini era un personaje que, a diferencia de Chinaski, representaba al antagonista ambicioso que no logra sus objetivos por decisión propia. A pesar de su patanería y su posición arrogante ante un mundo sumido en la inopia absoluta, Bandini no se diferencia de él; se asume como parte del problema y percibe la satisfacción personal y al éxito como un acto inmoral, indigno de un artista de sentimientos superiores. A diferencia de Chinaski, Bandini jamás pasaría por encima de alguien más, sin importar lo despreciable que pueda ser, para lograr sus objetivos. El amor al padre, a la madre y a la hermana nos hace recordar que el sentimiento se encuentra siempre por encima de la razón y de lo razonable.
Ambos escritores, como los destinos de sus personajes, fueron completamente diferentes. Mientras Bukowski logró la fama y el reconocimiento, dejando atrás la vida que despreció potenciado por los excesos, John Fante vivió prácticamente en el auténtico anonimato, formó una familia y trabajó como guionista en producciones mediocres para mantenerla, enseñándonos que la única cosa por encima de la literatura es el amor. En los últimos años de su vida, consumido por la diabetes que lo dejó sin vista y con la pérdida de sus extremidades, le narró a su esposa, Joyce —a quien le dedicó prácticamente toda su obra—, los últimos rugidos de su alma de escritor. Sin duda, John Fante es la imagen genuina del escritor virgen: lleno de ambiciones y de corazón, que tiñe de sangre las páginas desde las entrañas de su alma, sin plena conciencia estética y con el poder de la espontaneidad de un beso en una noche sin esperanza.
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