Existen los hechos basados en pruebas y aquellos que nacen de una idea netamente subjetiva. Los críticos e historiadores han dicho sobre John Keats que practicó el género epistolar de manera notable y con mayor maestría que la poesía. Ifor Evans, en el libro “A Short History of English Literature”, menciona: «no son sólo un brillante compendio de sus opiniones críticas, sino muestran su atormentado amor por Fanny Brawne, su viva aptitud para la amistad y la tragedia de su viaje a Italia en un vano esfuerzo por recobrar la salud”».
Sus biógrafos e historiadores de la literatura hablan que su cabeza era muy reducida, lo cual le valió ser objeto de las burlas de sus compañeros en el colegio, así como su estatura (apenas 1.60 metros). Eso no fue impedimento para convertirse en uno de los grandes poetas de la historia. Éstas son historias comprobadas porque fueron verificadas por la ciencia, hubo testigos que lo dejaron constatado.
Después vienen los mitos extendidos por ideas subjetivas y la interpretación personal. Keats, el poeta que enseñó a Julio Cortázar cómo escribir una carta de amor, fue víctima de ellas al momento de su muerte: gracias a los también poetas Percy Shelley y Lord Byron comenzó la leyenda de que había muerto a causa de las malas críticas que recibió en 1819 por su colección de poemas griegos “Endimión”. Los comentarios malsanos vendrían de dos periódicos: el Blackwood’s Edinburgh Magazine y el Quarterly Review.
Uno de los más reputados críticos literarios de México, Christopher Domínguez Michael, dio con los nombres de los examinadores que vilipendiaron a Keats: Gibson Lockhart del Blackwood’s Edinburgh Magazine, y John Wilson Croker del Quarterly Review. Las críticas fueron feroces contra el estilo y la persona de Keats, exestudiante de medicina que había dejado la ciencia del cuerpo humano por la ciencia de las letras. Para los críticos, Keats nunca tuvo que haber dejado sus estudios de medicina. Lo acusaban de haber fracasado como poeta y de practicar un arte que se contraponía a los cánones clásicos de la poesía inglesa.
Las críticas fueron tomadas por Keats más como un asunto político que de enemistad verdaderamente literaria. Su reacción fue más de consternación que de enojo o desilusión y le dio vuelta con relativa rapidez al asunto. Su salud no se vio afectada por los comentarios de los periódicos. Keats en realidad murió de tuberculosis, una enfermedad cuyas garras ya llevaban posadas sobre su familia desde hacía largos años: la misma mató a su madre, Frances, y después a sus hermanos Tom, en 1818, y George, en 1841. Por desgracia, haber cuidado del primero con tanta atención provocó que el poeta se contagiara de la enfermedad y muriera a los 25 años. Después de sufrir su primera hemorragia el joven literato ya no se repondría.
Sus amigos estaban tan convencidos de que el poeta había sucumbido por los comentarios negativos de sus detractores, que Charles Brown se dio el lujo de cambiar la inscripción que Yeats quería que luciera en su lápida (el joven en realidad deseaba algo sobrio y breve): «This grave contains all that was mortal of a young english poet, who on his death bed, in the bitterness of his heart, at the malicious power of his enemies, desired these words to be engraven on this tomb stone: “Here lies one whose name was writ in water.”» Feb 24th 1821.”
«Esta sepultura contiene todo lo que fue mortal de un joven poeta inglés, quien en su lecho de muerte, ante el malicioso poder de sus enemigos, deseó estas palabras para ser enterrado en su tumba: “Aquí yace uno cuyo nombre fue escrito en agua“».
Lo que está remarcado en negritas es lo que Brown agregó por su cuenta.
Shelley y Byron atacaron con furia a la crítica a la cual no dudaron de tachar de cruel y sanguinaria con el joven. Shelley, en su prefacio del “Adonis”, escribe que el de Keats era un “espíritu sensible a los efectos más violentos”. El de Keats era en verdad un espíritu sensible… pero no de la manera en que sus amigos Shelley y Byron pensaron. Era un alma sensible para la gran poesía que realizó.
Keats no sólo recorrió con éxito los tortuosos caminos de la poesía, era también un excelente senderista (se dice que llegaba a caminar hasta 30 kilómetros en un día) que llegó a hacer diversas expediciones y viajes a pie hasta Escocia. Interrumpió estas actividades cuando la tuberculosis comenzó a hacer mella en su salud a muy temprana edad. Se trasladó a Italia con el objetivo de que el cambio de aires le ayudara a devolverle su salud. Sin embargo, fue imposible y murió en compañía de su amigo, el pintor Joseph Severn, quien salió con él desde Londres hasta su último refugio en Roma.
En un artículo para La Jornada Semanal del 19 de enero de 2014, Marco Antonio Campos, escribió una hermosa crónica acerca de su visita a la tumba de Keats en Roma: «A la tumba la flanquean, como dos gigantescas columnas, dos pinos rodenos o marítimos. Me parece en mi imaginación que quisieran resaltar la máxima altura de Keats como poeta y decirle musicalmente que los pájaros no han partido. Es una emoción estar frente a la tumba, pero una emoción hermosamente triste. Recuerdo su “Oda a la melancolía”, y me digo que el trigo de oro se cortó mucho antes de la gran cosecha».
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Fuentes
Letras Libres
La Jornada
Melville House