En 1925, a los 11 años, José Revueltas abandonó la secundaria antes de terminar el primer año. Le pareció que los profesores iban “muy lento” y el siguiente trienio leyó por su cuenta en la biblioteca pública.
A sus quince, en noviembre de 1929, participó en un mitin en el Zócalo de la Ciudad de México. Por esa participación fue acusado de “rebelión, sedición y motín” y terminó en la cárcel correccional condenado a un año y un día de presidio; pero como participó en una huelga de hambre, fue liberado bajo fianza luego de seis meses de reclusión.
Antes de cumplir 18, por militar en el Partido Comunista organizando trabajadores, es deportado a las Islas Marías. Esa fue su primera visita forzada, permanece ahí de julio a noviembre de 1932, cuando fue liberado por “menor de edad”.
Dos años más tarde, mientras asesoraba a peones agrícolas de Nuevo León para que instrumenten una huelga, vuelve a ser enviado a las Islas, y de nuevo consigue su libertad en febrero de 1935.
Tales experiencias le servirán para su primera novela Los muros de agua (1941), en cuya presentación escribe:
“La clandestinidad a que el partido comunista estaba condenado por aquellos años, nos colocaba a los militantes comunistas en diario riesgo de caer presos y de ser deportados al penal del Pacífico”.
“Vasto y solitario Pacífico, que llegaba a convertírsenos en una inmensidad obsesionante a través de los largos meses de relegación…”
De tales evocaciones imaginarias surge, pues, de mi autoría, el siguiente poema breve titulado:
EL JOVEN REVUELTAS
Olas
enhebran prisiones
en la mirada
Obsesivo son
de sol y sal
en la pupila
Escribo
sobre sus crestas
grafitos al vacío
Más allá el horizonte
muro azul
naufragio de utopías
Enormidad
tiñéndose
de negro
Chapoteo en la memoria
pantanal ejercicio
de los cautivos
Mirando al mar
entiendo infinita el agua
de los suicidas
Soñar es andar
sobre las olas
prisionero.