«Chiapas no faltará un solo día de mi vida»: Cuando José Saramago conoció al EZLN

El autor de ‘Ensayo sobre la ceguera’ viajó a Chiapas, México, el 14 y 15 de marzo de 1998, tres meses después de la Matanza de Acteal ejecutada a manos de un grupo de paramilitares, en el contexto del levantamiento zapatista y la militarización de Chiapas. (También lee Acteal: el día que un comando armado

«Chiapas no faltará un solo día de mi vida»: Cuando José Saramago conoció al EZLN

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El autor de ‘Ensayo sobre la ceguera’ viajó a Chiapas, México, el 14 y 15 de marzo de 1998, tres meses después de la Matanza de Acteal ejecutada a manos de un grupo de paramilitares, en el contexto del levantamiento zapatista y la militarización de Chiapas.

(También lee Acteal: el día que un comando armado entró a una iglesia y asesinó a indígenas sin piedad)

Desde San Cristóbal de las Casas, Saramago se trasladó a San Pedro Chenalhó, Polhó y Acteal, recorrió los campamentos de desplazados y se entrevistó con distintos sobrevivientes que le contaron de primera mano la escena del 22 de diciembre pasado. El portugués se dedicó a escuchar y tratar de comprender la realidad que, –en sus propias palabras– se configuraba frente a sus ojos como «un mundo que no comprendo».

En su viaje lo acompañaron Carlos Monsiváis, Samuel Ruiz, Raúl Vera y Sealtiel Alatriste, su editor en México y amigo íntimo, quien contó en la FIL 2018 el acoso que el autor de ‘La Caverna’ sufrió por parte del gobierno mexicano por simpatizar con los zapatistas. Al volver a la Ciudad de México, José Saramago escribió el artículo “Todos Somos Chiapas”, una narración en primera persona de lo que vivió en el sureste de México:

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«He visto el horror. No el que hemos observado en lugares como Bosnia o Argelia. No. Éste es otro tipo de horror. Estuve en Acteal, en el mismo lugar de la matanza… escuchando a los supervivientes. Es difícil expresar lo que se siente cuando uno sabe que se encuentra con los pies sobre el mismo lugar donde hace tres meses asesinaron a estas personas.

Me imaginaba la escena… La gente tratando de escapar… los paramilitares disparando a discreción… las mujeres y los niños gritando, huyendo entre la maleza… el lamento de los heridos…

En Chiapas se vive una situación de guerra o una ocupación militar, que al final es casi lo mismo. No es una guerra en el sentido común, con un frente y dos partes confrontadas. Yo nada más he visto una parte confrontada: el Ejército y los paramilitares. La otra parte, las comunidades indígenas, no están enfrentándolos, no tienen medios. Están rodeados, no tienen comida ni agua… Viven en condiciones infrahumanas. Son casi campos de concentración. No los reunieron allí a la fuerza, es cierto, pero cuando huyeron a esos lugares (se refiere a los campos de refugiados) los rodearon los paramilitares y el Ejército. Entonces esos campamentos se convirtieron en una especie de campo de concentración.

Si alguna vez hubo en la historia de la humanidad una guerra desigual, no la hubo nunca como ésta. Es una guerra de desprecio, de desprecio hacia los indígenas. El Gobierno esperaba que con el tiempo se ¡acabaran! todos, simplemente eso.

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Pero ellos sobreviven, alimentándose de su propia dignidad. No tienen nada, pero lo son todo. Enfrentan la guerra con ese estoicismo que me impresionó tanto, un estoicismo casi sobrehumano que no aprendieron en la universidad, que consiguieron tras siglos de humillación. Han sufrido como ninguno y mantienen esa fuerza interior, una fuerza que se expresa con la mirada… La mirada de ese niño al que le han destrozado para siempre la vida… (Saramago conoció al pequeño de cuatro años Gerónimo Vázquez al que los paramilitares amputaron cuatro dedos en Acteal) Es algo que no se me borrará jamás de la memoria… Las miradas serias, severas, recogidas de las mujeres, de los hombres… son algo que está por encima de todo. Los indígenas no tienen nada, pero lo son todo. ¿Cómo es posible que después de tanto sufrimiento ese mundo indio mantenga una esperanza? ¿Cómo puede sonreír ese hombre de Polhó que nos acaba de decir “mañana puede que nos maten a todos, pero bueno, aquí estamos”? Es algo que no alcanzo a entender.

En Chiapas encontré un mundo que no comprendo. El mundo indio es un mundo donde el europeo no puede entrar fácilmente. Es como si me asomara a una ventana que da a otro mundo y, aunque lo tengo enfrente, no lo puedo entender.

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También descubrí otra realidad, la de un territorio ocupado militarmente. Un territorio donde los paramilitares y el Ejército son la uña y la carne juntas. Por una razón muy sencilla: de no ser así, los paramilitares no podrían haber hecho lo que hicieron y lo que siguen haciendo. Yo vi camiones del Ejército transportando a civiles que seguro no viajaban allí por la amabilidad de los militares. Minutos después de que abandonáramos Acteal hubo un acto de intimidación e hicieron hasta 30 disparos al aire. Esto sólo puede ocurrir si el Ejército da su bendición. Nada más fácil para el Ejército que identificar a los paramilitares y desarmarlos.

Me parece esquizofrénico que el Congreso pueda estar debatiendo una ley (el Proyecto de Ley sobre Autonomía Indígena propuesto por el ejecutivo) supuestamente para resolver los problemas de las comunidades indígenas, como si fuera una ley normal, en situaciones normales para objetivos consensuados, cuando al mismo tiempo hay miles de desplazados que no pueden volver a sus tierras, con miedo a ser asesinados, mientras hay una ocupación militar clara en el territorio de Chiapas. Y mientras los paramilitares se pasean tranquilamente y hacen lo que quieren.

¿Cómo es que no se empieza por pacificar la situación para después discutir una ley donde participen todos los sectores y todas las comunidades?

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Todo se ha hecho sometiendo a los indios de Chiapas a una presión incalificable y esto no puede llamarse humanidad.

El pueblo de México tiene que reclamar a su Gobierno una paz justa y digna. Yo no puedo, sólo soy un escritor extranjero acusado de injerencia. El pueblo mexicano no puede quedarse parado, dejando que los gobernantes lo decidan todo, hay que bajar a la calle… no estoy pidiendo un levantamiento sino simplemente que las conciencias se manifiesten… estoy pidiendo una insurrección moral, desarmada, étnica…

Acteal es un lugar de la memoria que no puede de ninguna manera desaparecer. Sabemos lo que ocurrió y no lo queremos olvidar. Chiapas es el cuerpo de México. La sociedad civil debería admirar no sólo a los indios sino a los que se levantaron para defender a esos mismos indígenas.

De Chiapas me llevo no sólo el recuerdo, me llevo la palabra misma… Chiapas… La palabra Chiapas no faltará ni un solo día de mi vida. Si tenemos conciencia pero no la usamos para acercarnos al sufrimiento ¿de qué nos sirve la conciencia? Volveré a Chiapas, volveré”, finalizó Saramago.

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Nueve meses después, el novelista portugués volvería a México a finales del mismo 1998, esta vez con los reflectores del Nobel a su espalda, para presentarse en espacios académicos e intelectuales, pero marcado por su experiencia con las comunidades zapatistas.

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