Marisol Ávila expone en este texto una especie de manifiesto o confesión, que la lleva a construir un imaginario plagado de amor y erotismo.
Karma agonizante
Amor, una palabra tan amplia y corta a la vez, llena de miles de significados y de interpretaciones universales como también personales que vuelven loco al mundo entero.
Yo no sé a ciencia cierta qué es, ni siquiera sé si quiera saberlo porque, si lo supiera, tal vez perdería mucha lógica para mí el sentirlo, además de saber que lo he sentido quizá de manera equívoca tantos años. Lo que sé es lo que mi pecho me dice a gritos, lo que mi piel susurra a gotas y lo que mis dedos sienten al verte.
Lo nuestro ha sido un vorágine desde el inicio. Y hablo exactamente desde que comenzó, el día que nos vimos por primera vez. Estando acompañados de otros, en labios ajenos, sintiendo una fuerza descomunal que nos atraía del otro. Ahí fue, justo en ese momento, en el que nuestros meñiques se entrelazaron. Fue ahí cuando de alguna manera nuestros mundos chocarían para crear una supernova.
Un hola, un me caes bien, un me gustas y un te quiero después. Pasión desbordándose por nuestras yemas y lenguas. Tus dedos mágicos, mi pantalón abierto y tú adentrándote a mi pecho. Mi boca sumergiéndose en tu sexo y mis piernas sosteniéndote en mi convexo.
Nos volvimos locos y malditos. Locos de lujuria, de ira, de celos, de pasión, de amistad, de caricias, de cursilerías y vulgaridades profanas. Unos malditos enfermos que no permitían que el otro volase, ni que pudiese respirar sin que lo permitiésemos antes. Sin embargo, ahí estábamos, unidos por lazos más fuertes que nosotros; lazos indestructibles, porque de alguna manera siempre, siempre resultábamos uno frente del otro, llorando, sonriendo y entonces, lo sabíamos: estábamos hechos el uno para el otro de una manera falaz.
Sólo los crepúsculos y los infernales edenes saben que te amé y que lo haré. Porque la vida hizo que mi cintura encajara en tus brazos, porque quien quiera que rija el universo hizo que tu miembro quedará perfecto con mi monte de Venus. Gemidos. ¡Cómo recuerdo los gemidos! Jadeos. Gritos. Tuya. Mío. Nuestro. ¡Éxtasis inestimable! Escurríamos sudor y frenesí por todo el espacio en el que coexistíamos; respirábamos tan agitadamente, suspirábamos tormentas; veíamos a través del otro; sonreíamos, no decíamos nada, no hacía falta palabra.
Pero odiábamos más nuestras virtudes que nuestros defectos. Nos hicimos daños irreparables que hasta hoy día nos provocan pesadillas. Nos quitamos alegrías y ganas de vida. Pero, al mismo tiempo, nos dimos lo que nunca se nos dio. Qué irónico y qué putrefacto.
Y aun así, seguimos vinculados de una manera que no entiendo, de una forma única, impúdica y agonizante. Porque esa es la única manera que conozco de amarte…
*
Las imágenes que acompañan al texto son propiedad de Ludovic Florent.
***
Pensar a alguien requiere de tiempo: de los 60 minutos que tiene cada hora de mi vida, 58 son tuyos, porque 2 son para que me pienses.