El amor nos enloquece cuando es correspondido y se convierte en la cosa más bella que hemos experimentado… como el siguiente poema de Gamaliel González:
La amo,
amo cada pedacito que es ella,
no la quiero diferente,
no la quiero cambiar,
la quiero loca,
que se vuelva loca conmigo,
es la única que existe,
aunque ella crea que sólo es una más entre todo el mar cósmico,
pero no se da cuenta que ella es el Universo.
La chica por la cual las estrellas bajan para poder brillar con más intensidad,
no se da cuenta que no le basta Venus,
ni la costilla de cualquier hombre,
ni la mano de Dios,
ella es Dios,
la fe,
la única razón por la cual el día comienza de nuevo.
Le gustan tantos los abismos y sentirse querida en ellos,
por eso yo bajé a sus sombras y puse una luz de poesía
y la fui iluminando.
Comenzó a creer y sentir que para mí lo es todo en la vida,
sólo yo sé cuánto dolor es el responsable de su sonrisa,
cuántas noches no puede dormir y aún así sigue teniendo los ojos más bonitos.
La fui aceptando con todos los golpes que traía en su alma,
le fui enseñando a lamer sus cicatrices y empecé a recibir heridas por ella,
creo que se quiere más desde que yo la amo,
y yo me quiero más desde que ella me ama.
Conozco su mundo,
amo su mundo,
beso su pasado,
amo su presente,
y la quiero en mi futuro,
no soy idiota,
todo esto conlleva el amor,
la fortuna de habérmela topado en mi vida,
porque ella es la clase de mujer con la que un sólo hombre —en toda la existencia del Universo— se puede encontrar en su vida.
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A veces por más que deseamos creer en el amor, en que esta vez no dolerá y no volveremos a cometer los mismos errores, la vida se encarga de hacernos ver lo contrario, y decirnos que “El amor siempre causa estragos”.
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Las fotografías que acompañan al texto pertenecen a Lana Prins.