La caja de Pandora, o cuando me di cuenta que él no la había olvidado

Mujeres tan finas, de instinto indiscutible; no hay que negarlo, normalmente tenemos un no se qué en el pecho cuando algo está pasando. En esta oportunidad le diré presentimiento.  Todo empezó cuando le pregunté por ella. Su voz no era la de siempre, sentí tristeza en cada palabra que contaba su historia. No podía entenderlo, no hasta ahora. Se separaron

La caja de Pandora

Mujeres tan finas, de instinto indiscutible; no hay que negarlo, normalmente tenemos un no se qué en el pecho cuando algo está pasando. En esta oportunidad le diré presentimiento. 

Todo empezó cuando le pregunté por ella. Su voz no era la de siempre, sentí tristeza en cada palabra que contaba su historia. No podía entenderlo, no hasta ahora.

Se separaron por cosas absurdas, y descubrí que ante batallas simples él podría rendirse de mí.

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Los primeros rastros de ella los encontré en una foto; sentí celos de lo fueron en aquella imagen, con el sol escondiéndose y a lo lejos el mar, ellos besándose.
La envidia me duró poco “yo lo tengo a mi lado, puedo decir que le gané”, pensé.
Le gané una batalla que yo misma había creado en mi mente. Fue una pelea injusta, sin pena y sin gloria.

No tuve señales de ella, no requería buscar entre los caídos, aunque la sed de saber qué era lo que había pasado entre ellos no desapareció. Su pasado me atormentaba. Me resigné a pensar que mi intranquilidad y dudas venían de la nada, ¿existe ese término?

Pero un día lo descubrí saliendo de un bar y trató de ocultármelo.

-¿Estuvieron solamente en casa de tu amigo?, pregunté esperando la respuesta.

-Si, estuvimos ahí toda la noche. Todos reunidos, no había ganadas de hacer más-, respondió con seguridad.

-No entiendo la necesidad de mentir, no es necesario. Sé que se fueron a un bar después. 

Lo miré con los ojos llorosos y con el corazón en los labios. Estaba decepcionándome por primera vez.

-Pensé que era peor que te dijera que salí. Casi siempre he tenido problemas por eso.

Y ahí donde tuve otro rastro de ella, sin mucho rodeo; sus problemas del pasado se conectaban con esa mujer, la reconocí en su mirada y en su voz.

¿Se merecía otra oportunidad? ¿Cuantas veces más me mentiría?

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“Esta batalla la ganó ella2, me repetía. Había dejado una huella imborrable y yo tenía el reto de hacerla desvanecer.

¿Cómo no suponer que aparecería después? Hay huellas que no se borran ni con el tiempo, y yo no pretendía matar fantasmas. No era mi estilo, pero era muy difícil saber que ella sin estar ahí, estaba de manera ineludible. 

Un viaje de cumpleaños hizo que la desenterrara; inventé cualquier excusa para poder hablar y discutir con algo referente al tema, que sólo dejó una pena terrible de lo que no podía negar: él tenía las manos en otro cuerpo, los labios en otra boca, su sudor en otro pecho y su deseo en otro ser. Sólo estaba ahí conmigo en físico, sin estar en mente. Nunca se fue de su lado.

Lo más difícil era cuando se marchaba, por cortos o largos periodos; era una distancia necesaria, finalmente siempre regresaba a mí, aunque yo sólo quería estar segura de que ella no había vuelto a rondar su mente.
A veces creo que sus ojos no me miraban, que la imagen que proyectaba era la de su cara en la mía; la de ella entre ambos.

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No me resistí, y un día escarbé en su caja de recuerdos rezagados, dejados de lado por una novedad: yo.

La caja de Pandora se abrió ahí mismo, frente a mis ansias. Busqué y encontré. No había pasado mucho tiempo, habían conversado y hasta compartido fotos. Mi instinto no se había equivocado.

Aún duele.

Yo con mi conducta evasiva, no hice nada. No podía admitir que había rebuscado en su pasado, que al parecer aún era su presente.

Me quede con más motivos y menos excusas, yo era parte de su ahora, pero ella aún seguía ahí.

Un día decidí dejar de ser su presente para convertirme en un fantasma. El fantasma que persiga a la siguiente chica que dormirá a su lado.

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