Este poema nos lo comparte Mateo Quintero; continúa leyendo…
¡Tú, a quien yo hubiese amado, tú, que lo comprendiste!
Charles Baudelaire
Tristemente idílica,
Realmente utópica.
La dama, la veo en la lejanía,
Su cintura en movimiento de razón folclórica
Se aleja implacablemente de mi vista,
El deseo fulgurante de su belleza me atisba.
Incesantemente cruel,
La diosa coronada de laurel,
Con ojos nerviosos y cabellera deslumbrante.
Me hace sucumbir, inconstante,
Ante la belleza de esos labios indiferentes y estáticos.
Sonrisa tímida y ademanes no vistos;
La reina pasa en su castillo provisto
De temor y lujuria,
Por el deseo sentido por muchos,
Que por desazón y furia,
No se atreven a expresar.
Las noches inmensas, el árbol mortífero;
Las teclas de un piano marchito,
Y la oscuridad latente, acompañan este
Triste pensar, que no hay más que tristezas,
Donde la conciencia llega a posar.
Imposibilidad del descanso. En el sueño
Fatídico las almohadas cobran vida
Y los tobillos atrapan,
El gato negro aparece, la puerta
Cerrada rechina, la sombra de un amor florece,
Y tú te muestras tan impía.
La cama, como el sueño y el alma,
Se encuentra vacía,
Y la intransigente alba,
Toma la forma de la arpía.
La inefabilidad de tu belleza,
Distante e indiferente,
Me hacen ahogar en vodka y ginebra,
Para ver si por fin logro decírtelo de frente.
Un deseo constante y latente,
De los nervios y entrañas brotan,
Y, aunque, quizá no lo veas detrás de mi frente,
Miles de amoríos por dentro trotan.
Las medias rotas,
Veladas, me hacen viajar en la flota,
De lo utópico constante, que las teclas
De un piano marchito tocan.
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Las fotografías que ilustran el texto pertenecen a Alessio Albi; conoce más sobre su trabajo en su página oficial.