Personajes de espíritu confuso y universos llenos de “destructivismo ético y social” invaden las líneas que plasman la forma en la que Albert Camus veía a la sociedad en la que vivió, en la que estudió y la que cuestionó en todas las estructuras sociales. Camus afirmaba que “de los resistentes es la última palabra”, y él resistió no sólo la censura a su trabajo sino a la repugnancia ante el espectáculo de una ejecución capital, sentimiento que acompañó, toda la vida, el único recuerdo que el escritor tenía de su padre, quien murió en combate durante la Primera Guerra Mundial.
En 1957, a la edad de 44 años, a Albert Camus se le concedió el Premio Nobel de Literatura, pues su trabajo representa el conjunto de una obra que pone de relieve los problemas que se plantean en la conciencia de los hombres de hoy.
Camus elaboró una reflexión sobre la condición humana. Rechazando la fórmula de un acto de fe en Dios, en la historia o en la razón, se opuso simultáneamente al cristianismo, al marxismo y al existencialismo. No dejó de luchar contra todas las ideologías y las abstracciones que alejan al hombre de lo humano: lo que definió como la Filosofía del Absurdo.
Después de la muerte de su padre, él y su familia abandonaron Saint-Brieuc y se mudaron a Argel a casa de su abuela materna. Es en aquel país donde el escritor cursa sus estudios primarios alentado por sus profesores, especialmente por Louis Germain, a quien guardará total gratitud hasta el punto de dedicarle su discurso del Premio Nobel, pues fue él quien lo inició en la lectura de los filósofos, especialmente le dio a conocer a Nietzsche.
Luego de la entrega del Nobel, Camus sabía que era una buena oportunidad para expresar su gratitud, y escribió estas frases tan breves y poderosas, como muchas en sus libros, a aquél a quien le estuvo agradecido toda la vida: su profesor de primaria.
19 de noviembre 1957
Querido señor Germain:
Dejé que la conmoción que me rodea en estos días calmase un poco antes de hablar con usted desde el fondo de mi corazón. Se me ha dado justo ahora un honor demasiado grande, uno que no solicitó ni solicité.
Pero cuando me enteré de la noticia, en lo primero que pensé, después de mi madre, fue en usted. Sin usted, sin la mano afectuosa que extendió hasta el pequeño niño pobre que yo era, sin su enseñanza y su ejemplo, nada de todo esto hubiera sucedido.
Yo no hago demasiado de honor que se me concedió. Pero por lo menos me da la oportunidad de decirle lo que usted ha sido y siguen siendo para mí, y para asegurar que sus esfuerzos, su trabajo y el corazón generoso que puso en él todavía vive en uno de sus pequeños escolares que, a pesar de los años, nunca ha dejado de ser su alumno agradecido. Te abrazo con todo mi corazón.
Albert Camus.