La inocencia de la infancia nos puede hacer dudar de las experiencias que vivimos, como si nuestros recuerdos se disfrazaran de fantasías. En el siguiente cuento de Luciana Caballero, los protagonistas viven una aventura que los dejará marcados para siempre, aunque sea difícil distinguir qué es real.
LA CASA DE LOS ROSTROS
La casa donde se fabrican los rostros anda siempre sin cerrojo. Quien quiere, puede entrar. Pero pocos lo hacen. El titiritero Calile de Román, famoso por sus presentaciones callejeras, se animó a entrar hace unos años. Hoy es famoso por hablar con sus marionetas, y sólo habla con ellas. Y él no sabe de su fama.
Hace unos días, la pequeña Almudena se acercó a la casa. Miró a todos lados. Miró los árboles, el caer de las hojas secas, el columpio del parque, el viento, los pájaros. Miró como queriendo capturar todo con sus ojos, no sabía qué podía pasar luego.
Cuando entró, encontró a un anciano frente a un espejo. El anciano se estaba probando un rostro joven y bello, pero era difícil saber si era un rostro triste o si sonreía.
—Señor, ¿qué rostro es ese que se está probando?
—El de la codicia —dijo él.
Almudena entonces corrió a ver la variedad de rostros, se rió con algunos y otros la asustaron. Eligió uno y corrió al espejo. Cuando estaba por colocárselo, el viejo habló.
—Buena elección. Es el rostro de los sueños, más no de las pesadillas. Hace unos años vino alguien más a visitarme. Era un hombre cansado, no quería saber más del mundo real. “Soy feliz sólo con mis marionetas”, me dijo. Él se llevó el mejor rostro que he creado hasta hoy, el de la demencia.
(Extracto del libro de cuentos Antología Pagana, 2014, Lima-Perú)
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Fotografía: Muestra de esculturas de Choi Xoo Ang
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