A continuación un relato escrito por Cecilia Cabrera, una historia con elementos del realismo sucio, propio del imaginario explosivo y tajante de esta joven autora.
La compra de la tarde
Maité esquivó la basura que estaba repartida por la vereda y la calle. Tanto tuvo que desviarse para no pisar que decidió cruzar. Se escuchaba el roce del talón de sus ojotas gastadas sobre el pavimento. El almacenero la saludó con una sonrisa y disfrutó de ver sus glúteos turgentes que el jean mal cortado no cubrían, cuando ella le dio la espalda.
Le iba a regatear a Cacho. Él estaba cambiando, había empezado a apostar en las carreras cuadreras y a preparar caballos para dejar las drogas. Se estaba rescatando, debe estar más bueno, seguro, se dijo a sí misma. Y si no, bueno, veremos.
En la esquina de la escuela estaba apoyado contra la pared. Morocho, grandote, con panza de tomar mucho vino y los brazos con cicatrices de tajos largos y tatuajes verdosos y deformes, metía miedo a los que no lo conocían, pero ella ya había entrado en confianza con él.
Le mostró unos billetes hechos un bollo y le preguntó cuánto le podría dar por eso. No te alcanza para nada, le dijo él. Le sacó los billetes de la mano y le dijo:
—Pero podemos negociar. Vamos a aquel pasillo, me la chupás bien y te doy un paquetito.
Maité se preguntó cuándo se habrá bañado el gordo por última vez, pero era tal su ansiedad que dijo que sí sin pensarlo mucho. Le extendió la mano con la palma hacia arriba y el mastodonte negó con la cabeza y le dijo:
—Primero lo primero —Y empezó a caminar hacia el pasillo y desatarse el pantalón del buzo.
Cuando estaban en el pasillo se pararon frente a frente y él le puso la palma abierta sobre la cabeza y la empujó hacia abajo, haciéndola arrodillar. Miró hacia la calle por si se acercaba algún cliente, mientras le metía su miembro en la boca.
Ella se arrodilló y se dispuso a pagar su compra. Retuvo la arcada con dificultad. Recordó que su madre le enseñó que tenía que tragar sin respirar cuando la leche estaba rancia, sí que probó aplicar la técnica en esta ocasión. Por lo menos así no voy a quedar embarazada, pensó.
Escuchó unos pasos acercarse, y Cacho le sostuvo la cabeza cuando quiso mirar al costado.
—Seguí no más, chica —le dijo a Maité—. Aguántame un cacho, que ya me desocupo, vieja —le dijo a su otro cliente.
El flaco siguió caminando y esperó en la esquina de la escuela del gordo.
Cuando terminó escupió al costado y volvió a estirar la mano con la palma hacia arriba reclamando su pago. Él se acomodó el pantalón, metió la mano en el bolsillo y asintió con la cabeza con cara de que le gustó.
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Las imágenes que acompañan el texto pertenecen al fotógrafo Bryan Carvalho.
Puedes apreciar más de su trabajo fotográfico aquí.
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Después de terminar una relación tormentosa nuestro corazón es una delgada pluma, frágil y pequeña, pero estos poemas te demostrarán que luego del desamor somos voluntad.