Relatos eróticos: El día que conocí a Xiomara

Conocí a Xiomara en un bar de buena pinta en Cartagena de Indias, Colombia. La brisa del mar y el calor de la playa me hicieron sentir poderoso y resuelto. La Luna me sonreía aquella noche. Llegué con pantalones de color marrón y mi playera “especial”, la que me ha acompañado en aventuras que terminan

Relatos eróticos: El día que conocí a Xiomara

Mg 1892 - relatos eróticos: el día que conocí a xiomara
Conocí a Xiomara en un bar de buena pinta en Cartagena de Indias, Colombia. La brisa del mar y el calor de la playa me hicieron sentir poderoso y resuelto. La Luna me sonreía aquella noche. Llegué con pantalones de color marrón y mi playera “especial”, la que me ha acompañado en aventuras que terminan en coitos memorables. Así las cosas: me sentía relajado. Ordené un mojito. Las mujeres circulaban con soltura. Vi a Xiomara desde que pisé el bar: Cabellos negros ondulados, mirada intrigante y sugerente, cuerpo delgado con cintura discreta estirada al cuerpo, culo pequeño y erguido al espacio. Piernas desnudas y bien torneadas la proyectaban con elegancia a la noche. Me apresuré hacia ella y, ya con trago en mano, me acerqué a su rostro, eso sí, de lado para no incomodar. Si te acercas de frente invades su espacio y le das un motivo más para que te rechace.

“Acércate de lado, con sutileza”, alguna vez lo leí en mis cursos de seducción segura; los psicólogos le llaman neurolingüística. No recuerdo las demás lecciones, pero ésa, la del acercamiento, se quedó grabada en mi mente. Total que llegué y le solté una frase natural: Hola, ¿qué tal se pone este bar?, voy llegando .

Sin pensarlo mucho se apresuro a contestar:

-¿De dónde eres?

-México…

-Ahh, mexicanito… ¡Órale! ¡Cuate!- y se soltó a reír.

Me incomodé un poco, pues no soy adepto de Chabelo, pero ya ves que sigue vigente y en pie de lucha. Intenté contener mi molestia y lo tomé a broma.

-Bueno, bueno… ¿Y acá, en Cartagena, también llegan las telenovelas?

-¡Y de qué manera, “mijo”! Pero es que además de playa y sol hay que entretenerse.

-Bueno, ¿qué bebes?- respondí.

-Whisky con soda.

Venía con una amiga malhumorada, portaba cabellos de mazorca, mitad raíz de betabel, cara de enojada y mirada perdida. Xiomara notó mi indiferencia y me propuso que fuéramos a la barra. Yo asentí con ligereza y la seguí.

Sentados, mirándonos a la ojos, comenzamos a charlar. El bar era discreto y ameno. Las mujeres llegaron con fuerza. Éramos pocos hombres en el lugar. Mejor para mí. Ella me contó que venía de Villavicencio, un lugar en Colombia donde la campiña, el ganado y el cultivo de hoja de coca se ve en todo el poblado.

-Así es, “parce”, yo vine a Cartagena a vacacionar, vivo en Bogotá, me dedico al modelaje. Me encontré a Nicole (la amiga cabellos de mazorca) aquí, la conocí las vacaciones pasadas en la casa de una amiga.

Mientras terminaba de contarme le dio un buen trago a su whisky. De su bolso sacó un lipstick, al menos eso parecía. Le dio un golpeteo en el mismo y salió el polvo blanco que mueve a miles de personas y produce millones de dólares.

-Un “periquito” para ambientarnos, ¿quieres ?

-No, gracias, hace tiempo que no aspiro, respondí con una sonrisa ligera.

-Como quieras- prosiguió con las palabras. Hablaba más allá de los codos. Me contó acerca de su familia y de sus sueños, ¡Vaya que tenía!

También me explicó a detalle de la vez que llegó a Puerto Rico y se hizo novia de un joven “riquillo” del puerto. “Nos íbamos a ir a Miami, pero al final quería casarse conmigo y pues yo estaba bien “chavalilla”, parce. (Así me decía, lo equivalente a “compa” o “wey”. Yo la miraba y de repente admiraba, también, sus piernas). Y seguía dándole a las palabras mientras yo le daba un buen trago al mojito. Pedimos un par de copas más y ella esnifó otro “periquito”. Me levanté de la barra para ir a orinar.

-Ahora vengo- le dije.

-Acá te espero- respondió.

De camino al baño pensé que Xiomara se iba a largar con alguien más, pues además de estar colocada era una mujer atractiva y sospechaba que, también, puta. Se movía con holgura mirando a todos lados.

A mi regreso, por supuesto, como moscas estaban dos tipos allí, escuchando sus palabras. Sin mucho ruido me acomodé en mi taburete. Ella me dio mi lugar recibiéndome con un brazo y cerrándome un ojo, el de ella, claro está.

Los hombres me miraron por un segundo y se alejaron. A esa hora ya había igual número de féminas y “manes”. Mala suerte.

-Y bueno- , comentó- ¿Cómo la estás pasando?

-Bien, pero esto ya se está saturando de hombres.

-¡Pero cómo si estás conmigo! ¿o qué?

Asentí con la mirada mientras le daba un trago al segundo mojito. Su amiga de la mazorca llegó y se despidió. Se iba a casa, según dijo. A mí tan sólo me soltó un “adiós” y se esfumó.

Los ritmos subían y mi excitación también cuando Xiomara se levantó a bailar. Se movía con inocencia provocativa y se contoneaba con sugerencia sexual candente. Yo llevaba ya el tercer mojito. Se sentó al cabo de un rato, no sin antes despedir a un hombre que se le acercó para lo que fuera.

Ella conocía a fondo sus encantos. Curiosa y habladora llegó de nuevo y al ataque con las palabras.

-Y bueno, ¿que tú no bailas?

-Parece que te vi ayer por la playa del Hilton.

-Era verdad. Yo había estado por allí deambulando y tomando sol-, al parecer la chica tenía buena memoria.

-¿Si? ¿Dónde estabas?- respondí.

-Pues por allí caminaba. Vivo cerca del Edificio Cristoforo Colombo.

-Por las mañanas me salgo a ejercitar, a medio día me baño en sol mientras almuerzo, y después me voy por el centro a tomar algo mientras me dispongo para ir a rumbear. Pero no creas que esta es toda mi vida, “mijo”, nooo. Yo ando en mis negocios de belleza en Bogotá. Tengo 24 años. A los 30 me veo de empresaria con toda la elegancia y sapiencia dentro de mí. Quiero casarme y vivir en mi tierra, tal vez en Playa del Carmen o Miami. Me gusta darme “La Dolce Vita” y eso cuesta. Ahora estudio Negocios Internacionales además del modelaje, ¿Otro “periquito”? -Me sugirió con delicadeza-.

-Hágale, pues- la secundé.

Lo hizo. Sacó su lipstick dejando caer la nieve en su mano izquierda. Esnifó con sutileza. Me iba a pasar el resto. Insinué que no y se la aspiró por completo.

Las cuatro de la mañana marcaba mi reloj. El cansancio ya hacía acto de presencia.

Xiomara, en contraste, parecía que apenas comenzaba con su noche.

-Vayamos a otro lado- sugerí en un tono sexual.

Ella más intrépida y astuta asintió -¿Dónde te estás quedando, “parce”?

-En el Conquistador, a un lado del Hilton- comenté.

-Vayamos pues, pero antes, compremos un trago para recibir la mañana.

-De una “mija”.

La tomé de la cintura y le olí los cabellos. Su aroma era fresco, no empalagaba. Pagamos los tragos y nos fuimos del bar.

Paramos un taxi, nos introducimos en el mismo. En el trayecto me venía comentando más aventuras. Sus palabras brotaban como chorro de agua contenido.

Yo me entretenía con sus ademanes y piernas. No es que no la escuchara, es que podía seguir con las dos cosas: echando ojo y parando oreja.

Me bajé a la tienda. Compré lo necesario: botana, una botella de aguardiente, cigarrillos y un par de condones “por si acaso”.

Llegamos a mi apartamento, un lugar fresco y agradable. Mobiliario sencillo, barra desayunadora, nevera, estufa, sala de estar y una cama amplia. Ventanal con vista al mar… suficiente.

Pusimos un poco de música mientras el alba ya se hacía presente bajo un concierto de ligeros destellos. Me preguntó si podía quitarse los zapatos.

-¡Quítate lo que quieras, nena!- Respondí con fuerza.

Siguió platicando más sobre su vida. A las 5:10 de la mañana ya íbamos en su infancia. La adolescencia la pasamos del bar, parando a la licorería con rumbo a casa. Ella notaba que me gustaba y se acercaba más para coquetear. Le encantaba hacerlo. Con sutileza discreta me le insinué de lado. Recordando mis consejos seductores, la tomé de la cintura y le besé el cuello mientras un rayo de luz acariciaba nuestros deseos. Ella paró de hablar y comenzó a besarme un brazo, el izquierdo. Yo la voltee hacia mí, pues estaba sentada en un taburete giratorio. La miré con ojos caídos y deseosos. Me miró desnuda entre palabras, tragos y “periquito”. Su piel transpiraba químicos, alcohol y deseo, que era lo que me mantenía ahí, en vela. Esperé paciente el momento. Levanté sus brazos y alcé su blusa . El sostén lo desabroché en cinco segundos. Sus senos me saludaron con pezones rosados y erectos. Los chupé lentamente mientras ella dejaba escapar un jadeo. Se apartó por un momento y regresó de inmediato, como si se hubiese alejado para tomar aire y devolverme su excitación con vehemencia. Acercó sus labios a los míos con estilo auténtico. Me besó pausadamente y me encendió aún más mientras dejaba caer su falda corta.

En bragas y desnuda, de la cintura hacia arriba comenzamos a toquetearnos. Me quité los pantalones y playera de la suerte. La música seguía ahí mientras recorríamos el uno al otro nuestras formas y enigmas.
Pasamos de la barra a la cama mientras ella jadeaba un poco más.

Me coloqué el condón. Ella se bajó a chuparme “el canario”, que ya estaba listo, dispuesto a trinar. La embestida sucedió a eso de las 5:30 de la mañana. Jadeaba fuerte y pedía más… De la cama regresamos a la barra, de allí paseamos por el baño hasta llegar a la sala de estar. La ventana nos filtraba los rayos del amanecer a todo fulgor. A las 6:15 de la mañana yacíamos exhaustos en el sofá. Ella se levantó como de rayo dirigiéndose a la barra desayunadora. De su bolsa sacó, nuevamente, su lipstick; mismo movimiento y otra vez “periquito”. Se sirvió un trago. Me sirvió uno más. Se acercó a mi regazo y comenzó a llorar. Lágrimas corrieron por el sillón irreductiblemente. Yo sin decir algo contemplaba nuestro momento.

Fue hermoso. Ella se desahogaba, yo le acariciaba sus cabellos mientras el sol nos cobijaba por completo. Xiomara estaba expuesta ante mí con todas sus carencias y virtudes. Desnudó su alma, cuerpo y sueños en una sola noche. Tal vez lo hacía a menudo, tal vez no. Quizá tenga bien montado el numerito. Buen espectáculo. Todo eso me importaba muy poco, por no decir nada. Xiomara surgió de nuevo de entre el llanto para buscar su trago.

Se lo extendí junto con una servilleta para que se secara. Aún con lágrimas, cabellos erizados y removidos, sus ojos irradeaban energía. Amenazó con sacar el “periquito”. Amagué con revivir “al canario”. La interrumpí abrazándola y llevándole a la ducha. Nos brindamos un coito de ensueño. Bajamos a la playa a tomar un poco de aire y a remojarnos los pies. Nos despedimos con la promesa de vernos en otro momento, sabiendo de antemano que difícilmente nos volveríamos a encontrar. Ambos nos complacimos y estuvimos de acuerdo. Intercambiamos datos por escrito. Los expuestos los dejamos florecer sin prejuicio alguno entre las sábanas, rayos matinales y aires de Cartagena.

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