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Fin.
Siempre ha existido un texto que me remonta a ti, pero pasa que no sé cuál es, ni siquiera me he puesto a indagar para encontrarlo. Pero sé que está escrito a doce versos y reconozco el pulso de la persona que lo escribió; derramó tres gotas de sangre y cinco lágrimas para recordar la odisea que fue narrar un pasaje de tu vida.
Lo ha escrito una mujer polaca que pasaba por la misma calle en la que tú tomabas el té todos los miércoles por la mañana, describió cada gesto y cada fragmento de tus actividades matutinas, incluso me escribió a mí y nuestros apasionados juegos con tabacos de menta.
Ha nombrado cada detalle que escuchaba de nuestras llamadas telefónicas, sabía bien que nos escondíamos bajo un árbol de maple para que me tocarás los labios con tus dedos, también que nos envolvíamos en listones color índigo imaginarios antes de dormir.
Efe para la enferma.
Han pasado tantas estaciones por el marco de mi ventana que ya no tengo noción del universo, mis manos están cansadas de buscar tanto y no hallar los textos que me recuerdan a ti; mis pestañas están heridas, casi deslavadas del exhaustivo desgaste que ha sido volver a recordarte.
Un día mientras miraba el televisor apagado sentada en el sofá, con un trago de whisky, noté que habían pasado tantísimos años, pensando en qué lugar nos habíamos saturado tanto de actos sin sentido que llegamos a un estado de muerte en vida. -Cuatro días después, me clave una pluma de lado izquierdo de mi cráneo-.
(La pluma que yacía de lado derecho del sofá ensangrentado, ligeramente en diagonal, era la responsable de tantísimos textos que escribí cuando creí que le sentía y amaba, pero en realidad estaba enferma).
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Las fotografías que acompañan el texto pertenecen al artista Alessio Albi