A cuestas llevan sueños rotos y desvalijados; tienen por infortunio la miseria y la desgracia. Son huérfanos desde que nacen, ya que nadie quiere adoptarlos. Comentan las malas lenguas que fue la mismísima madre tierra quien los parió, de ahí su color. Con su sangre se ha escrito la historia, pues son ellos los más perjudicados. Las fatalidades de las penumbras nunca los sueltan: son los condenados a la indiferencia y al olvido.
Tienen el prestigio de la burla y la calumnia; no son más que charlatanes que claman ser escuchados, no tienen voz, pero qué bulla la que hacen. Viven bajo la resignación, y sobreviven por astucia, ya que tienen una suerte esquiva.
Ellos, la estirpe de los parias, del lenguaje tosco y vulgar; el miedo los cobija y les despierta el hambre.
Ellos, los educados en la ignorancia por conveniencia; ya que tienen el estigma marcado de ser siempre los culpables.
Ellos, los que añoran pellizcar algo de gloria para salir del anonimato; pero que son los protagonistas del espectáculo.
Ellos, los que siempre están en la polémica y son títeres del drama; que se consuelan con la algarabía y el jolgorio.
Ellos, los que mueven el mundo de una forma irónica e incierta; bajo una efímera paradoja que se repite siempre. Para unos son una amenaza, para otros una bendición: de ellos que no se ha dicho o, en realidad, qué no falta por decir.
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Las fotografías que acompañan al texto pertenecen a Veeejzilla.