Texto escrito por Daniel Gustavo Lescano
Uno de los libros que es considerado como vasto, diverso y misterioso en su origen es Las mil y una noches; por ello, no es extraño que de él se puedan sacar múltiples conclusiones, referidas a distintos asuntos e incluso que se pueda ejercitar el pensamiento a través de él, tal y como si de un libro de filosofía se tratara. Uno de los temas que subyacen y atraviesan toda la obra es el de la justicia.
Se ha dicho que el objetivo de estos cuentos de origen popular no es el de la fábula ni el de la leyenda, su fin no es la moraleja ni la explicación de un suceso, sólo el divertimiento, el placer de contar; sin embargo, el tema de la justicia y el individuo en relación a su entorno son preponderantes en el libro. Es cierto que esto no salta a simple vista, todo está cubierto por capas de lujuria, extravagancia, fantasía desmedida y sangre. Borges definió la obra como un castillo capaz de hacer metamorfosis, edificado por generaciones de hombres.
A lo largo y ancho de la obra Alá es la fuente de toda justicia y gracia; sin embargo, es curioso cómo estos efectos se adaptan a la idiosincrasia oriental. Burton y Cansinos-Asséns, traductores emblemáticos del libro, indican que el núcleo central de los cuentos se originó en India, fue modificado en Persia, y una vez adornado llegó a Egipto. Veamos algunos ejemplos.
En la “Historia del visir castigado”, titulado también “Historia del rey leproso y el médico extranjero”, se cuenta cómo un rey enfermo de lepra es curado de manera milagrosa por un médico que llega del extranjero. La cura es cuasi milagrosa para la impresión del rey, pues se deja en claro que el médico posee conocimientos que en aquel lugar se desconocen. El rey en gratitud lo colma de honores y pretende darle sitio en el poder. Esto provoca la envidia de un visir del soberano, que hace todo lo posible para convencer al rey de que el médico es, en realidad, un espía enemigo. Lo convence. El soberano ordena la ejecución del médico, quien entrega al rey un libro mágico para que éste sea leído luego del ajusticiamiento. Una vez muera –dice el médico— abre la página seis, y mi cabeza cortada se animará respondiendo las preguntas del libro. Esto se cumple y la cabeza, sobre una bandeja de plata, habla. Las hojas están pegadas entre sí, y el rey debe humedecer sus dedos en saliva para separarlas. Pero el papel está envenenado. Las hojas están en blanco. El rey alcanza a escuchar por parte de la cabeza que pagará por ingrato. Luego fallece y la cabeza queda inanimada, es decir: su propósito no es la resurrección, sino la justicia, o también se cree que se muestra la venganza como compensación y “equilibrio”.
En la historia de “Las tres doncellas de Bagdad”, que comprende distintos cuentos y ramificaciones, tres hermanas que habitan la soledad de una casa realizan ritos rutinarios e inexplicables, invitan a su morada a diversos personajes varones, pero al romper uno de ellos su juramento de no cuestionar el comportamiento de las hermanas —que incluye azotar perras y luego consolarlas mientras lloran—, éstas deciden darles muerte. Uno a uno se salvará al referir sus historias: si son extraordinarias como prometen, se les concederá el perdón. Esto vuelve a repetirse, a la inversa, cuando uno de los beneficiados por el perdón —un poderoso Califa— cita a las hermanas y pide explicaciones. Sucede también en numerosas narraciones e incluso en aquellas que sirven de hilo conductor, como la de Scheherazada y el Sultán que posterga su condena. Esto puede leerse además como un profundo alegato a favor no de la literatura, sino del poder de la palabra y la invención.
Es notable que para el grueso de historias aún de diversas fuentes, la narración vale tanto como el oro, el honor y las especias, y más aún resulta advertir que es un bien preciado que iguala a todos los hombres; un poderoso rey o una princesa pueden valorar y aún enamorarse de un mandadero, si es que éste posee una retórica sobresaliente. Otra cualidad que se subraya constantemente es el valor de la piedad, la compasión y el buen juicio. Es el terreno de Las mil y una noches un ambiente propicio para resaltar estas cualidades, pues la obra está llena de crueldades, inequidades y avaricias. Al tener el libro un origen múltiple y lejano, no podemos saber si éste fue una feliz contingencia o una muestra de la idiosincrasia y el inconsciente colectivo de aquellas generaciones de oriente.
En “Historia del joven rey de las islas negras”, un rey se apiada de un príncipe, a quien su mujer convirtió la mitad de su cuerpo en estatua, en castigo porque éste le dio muerte a su amante. Así que urde un plan para ayudarlo. En este relato podemos ver cómo se trata el tema del rencor, al cual la mujer se aboca, incluso posterga su vida y mantiene a su amante bajo su cuidado en estado vegetativo a la par que le reprocha la falta de correspondencia. En la sublime “Historia del pescador y del genio”, todo es un ir y venir dialéctico entre la lealtad, la confianza, la justicia y el perdón. Casi una reflexión sobre ética.
Los genios, los monstruos y los magos que Las mil y una noches guardan no suelen representar fuerzas, instituciones o emociones concretas, como sí los innumerables dioses y semidioses griegos que comparten un temperamento humano, pero corresponde a la fuerza que el hombre debe superar, vencer, o comprender. También es factible ver en las poderosas criaturas un reflejo del propio poder escondido en el hombre —el hombre es el centro del Universo para numerosos relatos del libro—.
Para finalizar, la disidencia notable entre el sentido del libro y la visión de los evangelios, y aún del mismo Islam, es que va más allá de la fe ciega que en su mayoría los innumerables personajes profesan por Alá, no es en otros mundos o en la eternidad inmaterial en la que se ejerce la equidad y la compensación, sino en la Tierra. Muy parecido a lo que hace Alejandro Dumas en el Conde de Montecristo —un libro con un viaje más corto—, pues cada injusticia es a su manera remediada, y la venganza y el perdón son instrumentos abocados a esa tarea, aunque analizados individualmente y no pocas veces cuestionados. El camino del vencedor es sinuoso y el héroe en Las mil y una noches es el sobreviviente. Jean Antoine Galland, primer traductor al francés de los manuscritos originales en 1704, suavizó escabrosidades e ignoró obscenidades y libidos, pero esto no alteró la impactante y cruda visión del mundo que posee la obra.
Es de suponer que estas corrientes, y no sólo sus formas, esta justicia poética, esta moral que comprende y atesora un oriente cargado de crueldades, racismos y misoginias, pero que a la vez presenta una marcada inclinación hacia la justicia, la rectitud, la contemplación de la excepción de la regla, y el festejo de la belleza —atroz, exuberante—, habrá impactado en la rígida y opaca Europa del siglo XVIII, y su onda y subrepticia impresión habrá de seguir generando fascinación en todos sus descendientes.
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