La muerte es como un cuento que nunca podremos terminar de escribir

En medio del terror es difícil distinguir lo que es real y lo que es producto de nuestra imaginación. La tensión y el miedo pueden cegarnos, el pánico nos inmoviliza y no somos más que simples personajes en una historia perturbadora. En el siguiente relato de Himmler Josué, el protagonista debe escapar de las prisiones

La muerte es como un cuento que nunca podremos terminar de escribir

En medio del terror es difícil distinguir lo que es real y lo que es producto de nuestra imaginación. La tensión y el miedo pueden cegarnos, el pánico nos inmoviliza y no somos más que simples personajes en una historia perturbadora. En el siguiente relato de Himmler Josué, el protagonista debe escapar de las prisiones de su mente para enfrentarse al mundo real, allá afuera, donde todo resulta ser más duro y terrible.

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OJOS DESQUICIO

A la mitad de la tarde, en un momento en el que como escritor me encontraba sin ideas coherentes que atacaran mi mente, con una inspiración escasa salí de la rutina que me albergaba. Un llamado de ayuda me solicitaba allá afuera, ya que una tipa colorada yacía muerta en la selva extraña. Cuando más necesité de la musa escritura, sentí que prestar ayuda me llenaría de inspiración. Fue así como llegué a la finca donde la muerta se encontraba. Caminé por senderos pantanosos en los que mi ropa se ensuciaba. Me enterraba y caía lenta y constantemente por el camino. Escuché el sonido de la naturaleza que en ecos nefastos me solicitaba.

 

Observé la extensa vegetación donde ella se encontraba. Caminé, respiré y sentí la paz que tanto había ansiado en mis horas de escritura. Algunas gotas de lluvia cayeron en mi rostro cuando vislumbré algo entre la tiniebla en lo alto de la arboleda. Recuerdo que recorrí dos kilómetros en busca de la tipa colorada, llegué y a primera vista observé un ternero muerto, un útero rasgado ensangrentado resultado de un mal parto a unos metros más allá de aquella escena. Entre la tierra húmeda y pantanosa, sobre un largo plástico negro las tripas de la tipa colorada son cercenados y la sangre florece a la vista de los ojos desquiciados de animales que no quitan la atención.

 

Entre machete, hacha, sierra y cuchillo se reduce el cuerpo sin alma de la colorada ahí tirada. Los capataces golpean con fuerza el cuerpo de la víctima en espera de una pronta repartición, sin manchar ni ensuciar el cuerpo ensangrentado con el fango que lo cobija. La mirada de Pancho denotaba la necesidad de escapar de aquel lugar, de aquel sangriento momento en el que no pudo hacer nada, pues estaba atado al árbol más cercano desde el que observaba con tal precisión que hubiese querido ser ciego sólo en ese momento. Cuando el cuerpo fue destruido en partes no tan iguales, Pancho tuvo que sacrificar su lomo y con montura tuvo que cargar el cuerpo sin vida de quien quizá fue su amiga de vista o de visita. Sus ojos brillaban cual bombillo que enciende la idea de la injusticia incomprendida.

 

Dos cachorros desnutridos, mojados y temblando de frío también observan con desquicio la escena, sus cuerpos muestran la piel rosada y sucia por la que transitan dos pulgas. Las vaconas y sus ojos muestran la tristeza y la pena por su amiga de oficio, en un final inesperado antes de irnos sueltan un coro de mugidos tan parecido a los de un músico perdido por no encontrar el arte de adecuado o por ser acechado de una muerte temprana. El toro padrón de la camada de vacas observa con templanza el cuerpo que se escapa entre la montura de Pancho, observa a la tipa colorada descuartizada, su amada.

 

Decidí quedarme un momento a admirar esta escena en la que las gallinas revoloteaban en círculos, predisponiéndose a compartir el banquete de la muerte. Cuando di algunos pasos hacia ellas volaron como las rapiñas que son, rasgaron rápidamente lo más que pudieron, se alimentaron de la muerte. Y ahora mientras escribo este cuento, observo con desquicio mis manos temblando, las mismas que ayudaron a cargar la cabeza de la tipa colorada.

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