Cuento del día en que la libertad de la noche y el calor unió nuestros corazones

Fue el sábado, lo recuerdo porque al día siguiente no tenía que levantarme a trabajar en mi mediocre oficina donde todos son mayores de 50 menos yo, y otro par de personas que por obligación solemos llevarnos bien, me encontraba en el clásico dilema del escritor: la hoja en blanco. Así que salí por unas

Cuento del día en que la libertad de la noche y el calor unió nuestros corazones

Fue el sábado, lo recuerdo porque al día siguiente no tenía que levantarme a trabajar en mi mediocre oficina donde todos son mayores de 50 menos yo, y otro par de personas que por obligación solemos llevarnos bien, me encontraba en el clásico dilema del escritor: la hoja en blanco. Así que salí por unas cervezas y una cajetilla, sin olvidarme de pasar por la farmacia por un omeprazol y sales de digestión. Todo cambia cuando ya no tienes veinte. La una de la madrugada y comencé por tomar una libreta en vez del ordenador; las dos y tome la cuarta cerveza en vez de un café; las tres y escuchaba a Ramones en vez de The Doors; las cuatro y abría el ordenador para sumergirme en la red social, la vi… bueno, en verdad lo que vi fue su foto, una cosa llevó a la otra y 30 minutos después, ya le había seguido el rastro por toda red social en la que estuviera, estaba seguro de quién era, así que le envié un mensaje, del cual no esperé una respuesta inmediata.

Ya eran las cinco y cuando sonó la notificación, era ella diciéndome que estaba en la ciudad, que tenía años que no iba a Cuernavaca y que sí, estaba bien; contesté que estaba de maravilla y que ¿qué hacía levantada tan temprano?; me comentó que iría a correr, le pregunté a dónde y no contestó nada. Dormí más. Cuando desperté, lo primero que vi fue su foto en el ordenador y vi algo que no le había visto nunca: tenía los ojos más secos y apagados que nadie, incluso en cierto perfil parecía una psicópata, muy guapa, pero psicópata; vi que me había contestado que iba a un parque cercano a su casa, me disculpé y le conté que estaba algo ebrio cuando le escribí y la invité a salir. ¿Por qué? Porque necesitaba corroborar en persona que era ella, la chica de la universidad que agregué porque habíamos coincidido en un concierto de una banda muy buena, pero muy desconocida y que jamás me atreví a hablarle por miedo.

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Cinco de la tarde de un caluroso día de mayo cuando la vi llegar en un vestido verde cortísimo, unas botas y un bolso azul turquesa, con el cabello suelto color chocolate, sus labios rosas y los ojos apagados, en persona no se veía tan psicópata como en foto e incluso me atreví a decirle de entrada que era mucho más guapa que en foto, a lo que contestó un tímido “gracias”. Ya no estábamos en la puerta de los 20, yo ya la había cruzado y ella estaba tres escalones abajo. Entramos a ver una película de esas que jamás vas a presumir que fuiste, a menos que tu círculo social sea de gente culta y refinada o bien de hippies y críticos de clóset. La vi muy tranquila al salir de la sala y le propuse sentarse en el pasto de las áreas verdes, accedió; vimos un par de cortometrajes cuando me dijo: ¿y soy yo? ¿soy yo a quién buscabas en la madrugada? Le pedí disculpas y rió. Caminamos de regreso al metro y vi el menear de sus caderas, toda ella emanaba calor, su roce, su voz, sus manos, menos sus ojos. Justo al pasar el torniquete le propuse ir a cenar, dijo que sí.

Las once cuando salíamos de la cafetería donde le había contado mi corta vida: desde mi pésimo trabajo actual hasta la vez que me fui de mochilazo por Sudamérica, ella me contó su fructífera carrera dentro del mundo de las finanzas y su vida secreta como caricaturista para la edición de los lunes de un periódico conocido. Llegamos a los mismos torniquetes cuando le dije: la noche es joven, vamos a bailar. Accedió. La llevé a un bar-antro gay y no porque lo fuéramos, sino porque amo la atmósfera que suele haber, además de que cualquier subidón de calor no sería raro en ese lugar, donde uno puede ser LIBRE, ella coincidió: amo venir aquí, me siento LIBRE. Entramos, pedimos un par de cervezas mientras escuchamos “Under cover of darkness” de The Strokes.

Le pregunté por el amor y ella pidió en la barra una cubeta de cervezas mientras decía que hacia mucho no sabía de él, que la última vez que lo vio se fue corriendo detrás de una rubia a Argentina y ahora tenia dos bebés; reí y sin esperar a que me preguntara le dije que me crucé con él hace un par de años, pero había preferido irse a Madrid.

De fondo sonaba “Let it happen” de Tame Impala cuando ella me arrastró a la pista y la vi desenvolverse como un caramelo de vainilla, el vestido se veía cada vez más corto en sus piernas, su cabello ya era una maraña, una chica intentaba tocarla y sus mejillas se ruborizaron, el ambiente ya era de una gran fiesta, el sudor, su piel, sus labios… Fue ahí cuando me decidí a volver a empezar, dejar la zona de confort y encontrar otro empleo fuera de la burocracia, reconecatarme con mis amigos y volver a escribir, viajar a China, cambiarme de apartamento y pintarlo de mi color favorito. Se lo conté y su sonrisa dio un pequeño resplandor a sus pupilas; me parece perfecto, dijo con entusiasmo, te recomiendo hacer un plan, o sea no dejes tu empleo el lunes, pero comienza a ahorrar desde el lunes para cuando lo dejes, primero ten el otro empleo y luego cámbiate de departamento, lo demás vendrá solo.

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Bebimos de un jalón una cerveza y ya nos habíamos hecho amigos de un grupo surtido que al igual que nosotros amaba el lugar por la libertad del ambiente, por lo bajo comenzó a sonar “Opus” de Eric Prydz, ella me dejó para colocarse en medio de la pista y mover su cuerpo como si de una bailarina exótica se tratara, un desfile de drags pasó a su lado dándole un hula-hula, que para mi sorpresa sabía dominar como toda una mujer de circo, todos la miraron como si nunca hubieran visto algo tan bello y lleno de luz… y justo en una de las vueltas me miró y vi por fin sus ojos llenos de energía, brillantes como un par de soles en plena onda de calor.

Terminó la canción, justo cuando regresaba la tomé en mis brazos, la besé apasionadamente y todo ardió. Lunes, son las nueve de la mañana y yo voy de buena cara al trabajo, ella me ha dejado una notita con su número y se ha ido a casa el domingo por la mañana, hoy le he mandado un mensaje que sin titubear respondió con una foto y ahí están sus dos soles… no creo que se hayan iluminado por mí, en realidad creo que la libertad nos iluminó a los dos, y claro, ésta onda de calor. 

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Escribir y leer poesía es una forma de sanar el alma. Si quieres leer más poemas de amor y desamor, te invitamos a que conozcas a los autores de los poemas para los que se resisten a superar las decepciones y los poemas para los que no quieren olvidar.

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