En medio del terror es difícil distinguir lo que es real y lo que es producto de nuestra imaginación. La tensión y el miedo pueden cegarnos, el pánico nos inmoviliza y no somos más que simples personajes en una historia perturbadora. ¿Cómo podemos volver a la realidad después de haber visitado un mundo de horror?
En el siguiente relato de Himmler Josué, el protagonista debe escapar de las fantasías que se presentan en sus sueños. Sin embargo, una vez que abra los ojos no le será fácil enfrentar las consecuencias de sus actos.
En una cabaña alejada dos jóvenes reposaban en los brazos de Morfeo, entregados al sueño perfecto ignoraban la pesadilla que podía ocurrir aquella noche. Uno de ellos, el más incongruente, despertó al escuchar el sonido constante de una gallo que cantaba, su canto era como cuando un globo suelta aire con un sonido chirriante en su escape, o como alguien que dormía en la misma habitación y soltaba ronquidos.
Ya despierto, el joven notó que las luces del cuarto estaban encendidas; sin sueño y molesto se acercó a la entrada, no sin antes regresar la mirada a su acompañante el cual dormía plácidamente en una hamaca, sordo al molesto estruendo del gallo que cantaba una vez más. Un murciélago en la ventana intentaba entrar una y otra vez, golpeaba cada vez con más fuerza el vidrio. De pronto el golpeteo cesó, el joven imaginó que el murciélago astutamente estaría esperando un descuido para entrar al cuarto, pero él no le tenía miedo, tan pronto entrara lo golpearía con el objeto más próximo. El canto del gallo continuaba en el fondo.
El joven salió del cuarto de madera y encendió un cigarrillo, tal vez así olvidaría el molesto sonido de aquella ave inoportuna. La luz de la luna llena iluminaba un galpón a unos 200 metros de distancia. Justo ahí el joven observó una sombra con sombrero de paja, de ella misma parecía emanar el canto del gallo, que a cada minutos sonaba con mayor intensidad. Al mirar la sombra quedó pasmado, pensó que todo era producto de su imaginación, del estrés y del sueño. Pero no era una alucinación. La sombra levantó un brazo sombrío e hizo señales, llamaba al joven.
El gallo cantó una vez más, pero esta vez el sonido le provocó un dolor de cabeza. No resistía más, ya no sentía miedo de aquella sombra. Para protegerse agarró un machete tan afilado que podía cortar cualquier garganta. Impulsado por la curiosidad, decidió subir hasta aquel galpón, a cada paso el sonido se intensificaba. Al acercarse a unos metros de la sombra, ésta emitió las siguientes palabras:
— Como lo intuyes, te vengo a ayudar.
— ¿Pero cómo harás eso? —replicó el joven, casi gritando pues el sonido del gallo opacaba su voz.
— Ese gallo flaco que con su molesto estruendo ha perturbado tu sueño perfecto, ¿no crees acaso que merece un castigo por tal imprudencia? Asesínalo, raja su cuello y disfruta el éxtasis de contemplar su sangre. Mátalo y juro por la noche que es testigo que descansarás en paz, sin molestias o preocupaciones, te perderás en un sueño plácido. Mátalo, es tu destino, te lo digo con sinceridad.
— No puedo hacerlo, cantar es su instinto. Si ha interrumpido mi sueño, quizá fue para salvarme de un mal sueño.
— ¿Qué clase de instinto es uno que te arrebata el sueño? La idea de un mal sueño es sólo un pretexto, tu mente está perturbada por el insoportable ruido. Asesínalo, es tu destino. Hazlo y juro que descansarás en paz.
El gallo cantó con tal fuerza que el joven decidió seguir los consejos de la sombra. Sin más réplicas, agarró la cabeza del gallo y con el machete cortó su cuello. El gallo se retorcía, tratando de cantar una vez más. La sangre fluía y formaba pequeños ríos en el suelo, hasta que de pronto el gallo no se movió más. La sombra soltaba risas que sonaban muy familiares.
Al día siguiente, el joven despertó descansado y contento. Intuyó que lo de la noche anterior había sido sólo un sueño y nada más; pero estaba equivocado. Al incorporarse notó que tenía un sombrero de paja puesto, puso los pies sobre el suelo y se dio cuenta de que había un charco de sangre. Horrorizado, levantó la mirada y vio un texto escrito con sangre en la pared:
“Cumpliste tu promesa, silenciaste el sonido perturbador de aquel gallo flaco. Ahora yo cumpliré con la mía, y te dejaré dormir sin molestias, encerrado tras las rejas de tu propia conciencia.”
El joven dio tres pasos, confundido por todo lo que pasaba. La escena no tenía sentido, miró alrededor del cuarto, tratando de encontrar respuestas; hasta que de repente sus ojos dieron con la clave: en la hamaca se encontraba su compañero sin cabeza.
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