“Me arrepiento de las dietas, de los platos deliciosos rechazados por vanidad, tanto como lamento las ocasiones de hacer el amor que he dejado pasar por ocuparme de tareas pendientes o por virtud puritana”.
Este fragmento del libro “Afrodita: cuentos, recetas y otros afrodisíacos” de Isabel Allende abre la puerta a un camino inexplorado para algunos y recurrente para otros, y desde aquella entrada se alcanzan a divisar reglas rotas, deseos cumplidos, relatos placenteros, cuentos detonantes de encuentros íntimos, recetas y otros afrodisíacos. Despiertan los vientres vibrantes, surge el deseo de trasladarse de las páginas a la experimentación, del estudio a la cocina y, posteriormente, a la cama; del pudor a la lujuria y del temor a la pasión; o, al menos, se genera cierto palpitar en el pecho y cosquilleo en la garganta a los que vale la pena prestarles atención.
Cuando amar y comer se mezclan en el mismo recipiente es imposible no hacer maravillosos desastres. La suma entre lujuria y gula da como resultado un placer carnal intenso que “gozado sin apuro en una cama desordenada y clandestina, combinación perfecta de caricias, risa y juegos de la mente, tiene gusto a baguette, prosciutto, queso francés y vino del Rhin”. Es una mezcla inmejorable, la combinación que todos deberíamos aplicarle a la vida para ser un poco más felices. Relajar los músculos, abrir las papilas gustativas, ensuciar las sábanas con especias, fluidos, salsas y amor; encontrarle el punto exacto y la dicha potencial a dos de los pecados capitales más tentadores y sabrosos; esas experiencias que no se le deberían negar a ningún ser humano.
Allende, en su libro, no escribe un manual más entre la cantidad exorbitante que ya existe de culinaria o sexualidad, sino que plantea una posible ruta hacia la desinhibición del cuerpo, la búsqueda y la experimentación de los sentidos más profundos e instintivos. Al ser un camino contingente posibilita que el lector se dé el gusto de improvisar frente al fogón y sobre la cama, o cualquier otro lugar imaginable permitido y vedado para desarrollar prácticas amatorias.
Para nadie es un secreto que las prohibiciones son atractivas, y si se asume que la glotonería conduce a la lujuria y la perdición del alma, la primera se convierte, automáticamente, en un imán que atrae con fuerza a cualquier ser humano —incluso a los que ansían llegar al paraíso—. “Por eso luteranos, calvinistas y otros aspirantes a la perfección cristiana comen mal”, están muy ocupados luchando contra la tentación como para permitirse disfrutar de la buena mesa, las vitaminas y minerales que ofrece el cuerpo amado, deseado, desnudo y dispuesto.
La especie humana es la única capaz de descubrir fácilmente métodos para alcanzar la felicidad —postres, susurros sensuales, alimentos grasosos y caricias bien puestas son tan sólo algunos ejemplos de ello— y, al mismo tiempo, encontrar toda suerte de teorías y leyes tanto políticas como morales, que truncan el gozo por aquellos descubrimientos placenteros. De esta forma fue que comer rico, amar bien y sentir placer pasaron de ser fines en sí mismos a vicios que, posteriormente, deben ser expiados. Orgías y cenas descomunales, en las que los comensales vomitaban para volver a comer, eran prácticas habituales en fiestas organizadas por las clases altas en Grecia y Roma. Una reunión similar en el presente sería severamente castigada y señalada como aberrante.
Entre sus páginas, relatos místicos, fantásticos e históricos, anécdotas de la autora y una extensa diversidad de elementos literarios, “Afrodita: cuentos, recetas y otros afrodisíacos“ expone que la gula y la lujuria son los “únicos pecados capitales en los que cabe cierto estilo…”, ya que pueden llegar a extraer a una persona de la más profunda tristeza. Fueron los sueños sobre comida, por ejemplo, los que le devolvieron los colores a Allende después de atravesar por el duelo de perder a su hija Paula. Fantasear con comida en las noches y despertar junto a su pareja para depositar en ella sus antojos, hicieron que retornara a su vida los deseos de comer y retozar. ¿Qué no podría hacer la comida y la pasión en un mundo de altibajos, penas y decepciones?
Este es un libro de afrodisíacos y emociones fuertes, pero también abre la puerta a diversas reflexiones; por ejemplo, el hecho de que la represión, la duda, el temor y el arrepentimiento puede generar estrés, malas energías y desinterés en la existencia de los seres humanos. Desde las páginas de “Afrodita: cuentos, recetas y otros afrodisíacos” es posible cuestionarse si un buen cimiento en un relación —y no sólo conyugal—, no es construido desde el perfecto equilibrio entre erotismo y buena comida, si las incansables dietas y el pudor excesivo, así como la televisión y el agotamiento común, no terminan convirtiéndose en antiafrodisíacos que ejecutan cualquier atisbo pasional. Si se pudiera dibujar un mapa del amor y el apetito, tendría límites difusos; ambos compartirían territorio en igual medida con el placer de vivir, la felicidad, la autoestima y la sensualidad.
Las prácticas amatorias y culinarias podrían convertirse en dos de los mejores caminos para alcanzar la añorada felicidad vital y, a pesar de que las prohibiciones son muchas, también es mucha la inspiración como para dejarse cohibir por “los achaques de la existencia, el furor de los años, la torpeza física o la mezquindad de oportunidades”. Si la gente dejara de arrepentirse por quedar con el estómago repleto de deliciosos platos y el cuerpo hinchado de tanto querer, la sociedad se ahorraría mucha literatura persuasiva similar a este libro. Quizá sea esta la razón por la cual en el mundo aún se inventan reglas para romper.
Entonces cuando exista vacilación de arrancarse la ropa interior o de ingerir una cantidad “inapropiada” de calorías, es aconsejable recordar que está completamente permitido comer y amar:
“Hasta que el alma se eleva en suspiros y se renuevan las virtudes más recónditas de nuestras aporreadas humanidades, […] barriendo de un plumazo la fatiga de tantas pérdidas acumuladas en el viaje de la existencia y devolviéndonos la sensualidad incontenible de los 20 años”.
Hasta que el cuerpo quede satisfecho y se sienta alivio en el corazón, el oscuro túnel de la angustia y el peso de las responsabilidades desaparezca para ser reemplazado por la colorida inmensidad del placer escuchado y el deseo cumplido.
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Si no te basta con este libro para comenzar a disfrutar de los placeres de la vida, quizá este texto te ayude: “Aquel sofá y aquella cama fueron testigos de batallas pasionales”.