Encasillar la obra “La espuma de los días” en un movimiento social o artístico podría resultar atrevido, pero podría formar parte de la literatura de autor –si el término es aceptable–. Escribir sobre la obra de Boris Vian significa recordar que la literatura francesa en los años 40 había establecido un compromiso con el existencialismo que rompía con la tradición literaria y filosófica del siglo XIX.
Aclarado esto, la escritura de Vian fue más allá de la tradicional, pues las técnicas narrativas que utilizó estuvieron fuera del alcance de cualquier movimiento colectivo. La técnica del autor se puede percibir fácilmente en obras como “El otoño en Pekín”, “La hierba roja” y “Que se mueran los feos”, ya que todas están construidas con un lenguaje fantástico que se superpone o acompaña a la naturaleza: objetos y animales que hablan, un autobús que a veces lleva a un desierto, la muerte como un reventar de fresas en el asfalto, lo grotesco que se fusiona con la belleza y la violencia. “La espuma de los días” adquiere un contraste respecto a sus anteriores obras por el tono festivo que se degrada hasta la desesperación y el tedio; aunque el humor y la violencia no están tan latentes como en “Que se mueran los feos”.
“La espuma de los días” nos muestra a Collin, un joven rico que no necesita trabajar, pero que intenta enamorarse en las fiestas de París como lo hizo su amigo Chick de Alise o Nicolás de Isis. El deseo que siente hacia Alise se apodera de él hasta que aparece Chloé, una joven con el nombre de una canción de Duke Ellington, y se da cuenta que ambos se complementan de manera perfecta. La historia de amor se desenvuelve poco a poco, en medio de referencias de jazz, con nombres, canciones, bailes… lugares vivos y fantásticos que dan a la trama un aire alegre y eufórico.
También hay una boda impresionante en la que Jesucristo se siente cómodo en su cruz al ver a los novios. Después de esto, la historia de amor comienza a degradarse por alguna razón. Los lugares llenos de luz cambian de color, el viaje de los novios marcha sobre pantanos llenos de flores y muestra el trabajo sin sentido de los hombres. La relación entre Chloé y Collin empieza a cambiar de forma al igual que su casa. Los problemas de la pareja florecen como nenúfares y la vida de ambos da un giro inesperado al enterarse de una noticia. Los lugares, los personajes y los animales se modifican conforme la novela avanza y Collin, ya desgastado, hace todo lo posible para detenerlo.
El amor y el tiempo, la belleza y la transformación, el sacrificio y la devoción hacia una persona son los temas principales de la novela. Todo ello sumergido en un éxtasis musical, en el fervor del existencialismo plasmado como un mal colectivo en Chick y Jean-Sol Partre .
El mundo que Vian inventó en su novela se muestra despreocupado, al margen de lo absurdo en el mundo real, pero con una gran coherencia interna, ya que las tres parejas de personajes principales —Collin y Chloé, Chick y Alise, Nicolás e Isis— no se conmueven, se alarman o entristecen con las escenas en las que el lector queda boquiabierto: el pasillo de la cocina con dos soles en las paredes, el pianocóctel que al tocar una canción de él sale una bebida con sabor a ella, una iglesia que no deja ver su cúpula porque las nubes la tapan, pantuflas de piel de tiburón, un ratón que habla, etc. Todo ello parece cotidiano en el universo del libro; sólo las transformaciones azarosas de los espacios y situaciones provocan reacciones en los personajes, como es el caso de la casa de Collin, la cual se hace más pequeña conforme pasa el tiempo.
Boris Vian juega con el lector e improvisa su trama, como en el jazz: se deja llevar por su lenguaje al pie de la letra: “Empezaba a babear de codicia. Entre los pies se estaba empezando a formar un arroyuelo […] que evitaba las irregularidades del polvo”: o vuelve tangible lo abstracto: “Collin quiso seguir a Chloé y al profesor pero tuvo que apartar una especie de velo invisible […] que acababa de interponerse entre ellos. Reuniendo todas sus fuerzas, consiguió avanzar algunos pasos y, en cuanto tocó la mano de Chloé, aquello desapareció”.
El ejercicio excesivo de la imaginación es un arma de doble filo: siempre se está en movimiento entre escenas fantásticas; ninguna descripción es aburrida ni pasa desapercibida; sin embargo, la imaginación es tan desbordante que las imágenes pueden aturdir. Por eso el trabajo de Boris Vian se inscribe en la literatura de autor, al margen de la literatura de su tiempo y de la actual, limitada por su historia; es natural, maravillosa y lúdica.
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Algunas de las fotografías que acompañan al texto pertenecen a Maud Chalard.
