“Lo triste o lo alegre de una historia no depende de los hechos ocurridos,
sino de la actitud que tenga el que los está registrando”.
La risa no llena, no es buena, no es interesante, no tiene función literaria. Este era el sentir del célebre autor y periodista mexicano Jorge Ibargüengoitia, quien afirmó que no había beneficio en hacer reír a la gente, ya que creía fervientemente que el mexicano está idiotizado por una sociedad corrompida por la mediocridad.
No hay justicia en la carcajada que estalla de las gargantas iletradas de una sociedad que está a gusto con la venda que tiene en los ojos, que acepta que se respire en las calles de México la corrupción, la explotación y las injusticias que día a día se experimentan.
Ese sonido de una risa que no se merece, ya que no aporta nada al cambio que se debe realizar, uno que se agrava con el paso del tiempo, y que poco se modifica a pesar de que nuevos nombres aparezcan en el gobierno, o que nuevos presidentes nos rijan. Todo es igual, la indiferencia, la ignorancia, lo superfluo en las mentes de los residentes de un país que pide auxilio por cada poro de su cuerpo.
Estas son las creencias que Ibargüengoitia tenía de la humanidad, es por eso que antes de ser un escritor de ficción, fue un alto crítico de la sociedad. Todos sus artículos periodísticos, cuentos y novelas están empapados del salvaje sarcasmo que pretende abrir los ojos de sus lectores. Emplea un estilo que logra destacar a políticos y empresarios que en su época estaban en el poder, los ridiculiza de una manera sutil y, al mismo tiempo, descarada.
Ibargüengoitia se inició en el teatro, pero comenzó a destacar tras la publicación de “Los relámpagos de agosto” (1964); de esto empezó a establecer como suyo el estilo descrito anteriormente, que se refleja en diversas obras que más adelante publicaría. Entre ellas está la novela “Las Muertas”, la cual esconde dentro de sus páginas la sangre de jóvenes inocentes, junto a temas de prostitución, esclavitud, trata de blancas y corrupción.
Se basa en el famoso caso de las hermanas María del Jesús y Delfina González Valenzuela, alías Las Poquianchis, quienes fueron encargadas de dirigir distintos prostíbulos. Las jóvenes que trabajaban en ellos eran reclutadas a base de engaños y sin posibilidad de escapatoria, gracias a las múltiples deudas que las hermanas les hacían acumular.
Cuando sus establecimientos fueron descubiertos y cerrados por las autoridades, las hermanas decidieron mantener reclusas a sus trabajadoras con la ilusión de abrir otro en un futuro, y de esta manera recuperar la fama y el prestigio que habían tenido; sin embargo, su esperanza se quedó en recuerdo y las trabajadoras se conviriteron en prisioneras. Todas fueron maltratadas, otras asesinadas y unas cuantas enterradas en el jardín trasero de la vivienda.
El autor inicia su novela mencionando que algunos de los acontecimientos son reales, pero todos los personajes son imaginarios. “Las Muertas” posee una estructura de informe policiaco, y el principal testigo del caso es el amante de una de las hermanas, Simón.
Ibargüengoitia expone la corrupción del gobierno mexicano, los sobornos que las hermanas tuvieron que otorgar para permanecer con sus prostíbulos y mantener ocultos los nombres de las figuras políticas que asistían a ellos. También logra retratar la condición del ser humano, ya que en su novela no hay villanos, como tampoco hay víctimas; todos se mueven por el propio interés, todos enloquecen al verse privados de su estilo de vida o de sus hábitos comunes; todo a través del profundo sentido del humor que el escritor tiene, ya que no deja que el horror impere en la novela, sino que provoca diversas risas.
Es posible disfrutar de la narrativa de “Las Muertas”, a pesar del suceso terrible en el que se basa, pero también sufrirla y aprender de ella; nos abre los ojos ante las situaciones atroces que aún se viven y se repiten; el que prefiera cerrar los ojos, atarse su venda y recostarse en la ignorancia, es un poco cómplice de la sangre que se derrama todos los días en nuestro país… Por eso nunca hay que olvidar que “quien olvida su historia está condenado a repetirla”.
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No sólo la historia de estas hermanas se convirtió en uno de los sucesos que marcaron a México, también conoce el de la mujer que raptó a cientos de niños para desangrarlos y aterrorizó a España.