Si la poesía es algo que está en el ambiente y busca infectar a una sensibilidad o si es en realidad engullida por un espíritu creador, es un hecho que poco importa desde el punto de vista del lector; quien asume ese acontecimiento y se interesa en percatarse que, para su suerte, existen diferentes apropiaciones de la poesía por parte de los creadores o de los creadores por la poesía, lo que garantiza la renovación de las fuerzas contenidas en el arte de la escritura.
Estas voces de distintas tesituras para distintos gustos logran un universo lleno de fuerzas y matices, convergencias y divergencias, la eterna búsqueda y descubrimiento del misterio poético. En pocas palabras: si en gustos se rompen géneros, también en esa ruptura se genera una luz renovadora, absolutamente necesaria para la creación en el presente de cualquier literatura.
Por esta razón, te compartimos tres libros, muy diferentes entre ellos, que debes leer para descubrir a nuevos poetas:
Vergüenza de Martha Mega
@masmusicamenosbalas
Los poemas de Martha Mega son de caparazón salado más que de panes dulces, son piedras agridulces y un tanto picantes. En su poesía existe un interés por decirle al otro lo que uno es y pedir a cambio su mero rostro: sin máscaras ni prebendas. Es decir, se aquilata el valor no como un atributo del temerario, sino como medalla oriental que se atreve a ser como es. Se nota una natura palpitante y defendida, que en la conciencia de Mega hay un interés por eso sagrado que no podemos hacer como hombres y nos fue delegado. Pero también se muestra la pena que provoca, la vergüenza de no hacerlo. Se expone una feminidad que se reconoce erguida y a pasos fuertes, entre un mundo de ciegos que nunca cuestionó la vulgaridad de sus maneras para reproducir la sociedad. Y que ahora se dará de golpes antes de su renacimiento. Y sabiduría. De que todo lo bello es breve.
No como un capricho de los dioses, sino como un recogimiento para que los seres perfectos hallen lentamente las piedras preciosas de su momento. En la voz poética de Mega no se ve a alguien que queme sus velas, sino que las engarza con una aguja y cubre a sus amantes como cubre a sus lectores; se ve a una madre con una bola de cristal ajada que no es transparente, sino de obsidiana. Una escritora que, como pocas veces sucede, tiene un fiel de la balanza justo en el medio, porque sus ojos ven al gato de adentro, que es su embrollo y le gusta, pero también al que somos todos y le asusta.
Los poemas de Martha Mega traen martillo, pedradas y gritos; traen abrazos y piel. Y eso interesa más que el cerebro gélido puesto en trance para lograr un apantallamiento efímero, un encantamiento vacío del lector. En este libro se hallan las heridas, los golpes, las salidas de sangre o las hemorragias internas que todos hemos tenido.
Caída del búfalo sin nombre de Alejandro Tarrab
@malpaisediciones
La obra de Tarrab es un empecinamiento bestial, y no por esa “graciosa huida” de quien habla de esto como en hervor, quien desenreda sus conflictos con un mero tirón de cuerdas, un jaleo de mantel sobe la mesa. No. La postura que se hace del mundo en esta escritura tarrabiana es la de ese niño místico, de una mula andina, de un terco masticador, rumiante, quizá, de un búfalo que, antes de caer, antes de no saber de nombres, de ser parte de esta ensoñación podrida, pasta en la llanura. Nos metemos a su libro con calma en esa suerte de líquido amniótico de pensamientos graves que nos alumbra con lo que dice —a manera de ensayo, a manera de prosa poética, a manera de aforismos y notas como cartuchos plenos de sentido—, para guiarnos por lo que ha visto y soñado, deseado o aborrecido, lo que ha vislumbrado el autor en una suerte de mirada oriental, por lo que da la sensación de ser invitados a una orientalización y no a una verticalización occidental y rota en el trato de sus referentes.
También se retrata la historia de los hombres individuales, el dolor y la alegría, la nostalgia —del pasado— y el miedo —ya no digamos al futuro, sino al presente—, y, como sucede con todo buen libro, la dureza con la que el tiempo se ha acumulado en la cabeza. “Testa” para ser tarrabiano. O “riñones” para serlo más. Desde la palabra que pareciera no gritar, desde el susurro y hasta que el lector cometa el suicidio que se le antoje: el real, el metafórico o el civilizatorio que todos realizamos contra los otros y los días.
Es que, paradójicamente a la imagen de un búfalo que cae, un sueño de un búfalo en caída, pareciera que el libro nos suspende más que nos acelera a toparnos con su sentido final. Y eso de golpear sin verlo, de dar en la diana sin oírlo, hace que sea un magma que pica, una sustancia densa que se cuela, se arracima en la garganta y en las dendritas de la memoria desde la sabiduría que comprueba a un autor maduro, al que no le va, por lo pronto, más el iridio, la cosa fosforescente de aventarnos un hígado en la cara, hablar de pistolas, del jueguito de las computadoras y la necesidad del Yo.
Poemas panks para community managers de Diego Espíritu
Los versos que se cuentan en este libro no responden a una suerte de manifiesto racional, una postura lúcida y férrea de ciertos lineamientos sobre el deber ser del escritor frente a su escritura, o de ésta frente a la sociedad que la actualiza, sino a una suerte de operaciones oblicuas mediante las cuales se ilumina de manera parabólica el ejercicio escritural. Se trata de escribir sobre escribir, sobre la apuesta mental de escribir en este mundo, escribir sobre la función de ésta en el alma de su creador, y también la posible mella —o fatuidad de suceder lo contrario— que propinaría de ser asimilada con toda fuerza por su población de lectores.
Espíritu camina con pie firme sobre las aseveraciones, proposiciones, relatos o historias de sus poemas, pero no en el decreto plantígrado que todo lo aplasta, tampoco en esa movilidad ortopédica del que todo lo dice y a todo se amolda sin tomar partido. Queda claro, nítido el quid del poemario, y, por ello, queda clara la imagen del poeta que los escribe: un poeta, palabra tan traída como llevada, tan pura y tan sobada pero al fin funcional, un poeta que no sólo es un escritor de versos.
Estamos frente a un libro como tal de poemas y no frente a un poemario. Poemario: cúmulo de poemas. Libro de poesía: esto. Es decir: donde podamos hincar el diente en las páginas que queramos, existe en el cuerpo textual propuesto una misma temperatura, un mismo trato de lo que se dice, una unión, homogeneidad, una suerte de cosa trascendental que cruza a lo largo y lo ancho de la obra: una mirada sobre el mundo. Una forma de entenderlo. Una manera de abrirse paso entre él: mediante las palabras: las de él, Diego Espíritu, para él o desde él a nosotros: los otros pero también los suyos.
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Otras voces que puedes descubrir son la de estos 10 poetas jóvenes mexicanos que debes leer para saber lo que hoy sucede en la poesía.
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