Estás impresa en todo lo que tocaste. Todo lo que hay en esta habitación, que me consume, tiene tu sello. Te tiene a ti atrapada en una capa inexistente entre su realidad y su esencia, entre lo material y lo inmaterial.
Todo lo que toco eres tú y estás en todo lo que veo. Eres el aire pesado que entra a mis pulmones y sale idéntico e inmutable a unirse a la atmósfera que respiro. Eres la luz tenue que alumbra las horas que separan a la noche de la mañana. Eres el cursor intermitente que me exige escribirte, el plato, el jabón y el espejo. Eres mi reflejo en la ventana y la ciudad que se derrumba.
Eres el pez, la nube, la imagen, el recorte en la pared y la grieta en mis puños; la pulsera que llevo y la gota que sale del grifo. El arete que dejaste y todo lo que te llevaste. La luz que parpadea a la distancia pero nunca se apaga y todas las cosas que nuca voy a entender.
Eres la música y el ruido, los perros que ladran en la madrugada y el sol metálico que sale en las mañanas. El agua que resbala por mi cuerpo y mis días sin noches. Mi indecisión y el rayo que colorea el cielo púrpura. Eres mi sabotaje emocional, mi voz y todo lo que está mal conmigo.
Estás en el perfume en las sábanas, en el viaje en el auto, en el asiento del metro. Eres el pájaro que vuela torpemente con la cola mojada, mi manía por tender las sábanas, mis fotografías en las que no apareces, los calcetines en el suelo, las pelusas en las esquinas, el foco fundido, los lentes sin aumento, las libretas vacías, los mensajes de texto, el separador en los libros, las gotas de lluvia, el vestido de flores, todo lo ondulado, la pasta en el súper, el café, mis músculos sin tono, el pelo en mi cara, mis ojeras y mis dedos irreverentes que deambulan en la nada. Mis ojos curiosos que buscan y no encuentran, mis labios deshidratados y descarnados, mis pupilas dilatadas, mis centavos en la mesa, la sangre en mi rostro y el tiempo que transcurre.
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