Los años infantiles se han olvidado; a pesar de ello nos quedan, como en las ciudades perdidas, restos que nos sirven para reconstruir su arquitectura.
“Infancia es Destino”, de Santiago Ramírez
Así como en la primera infancia, en los meses posteriores al nacimiento —antes del año y medio o los dos años de edad— la imitación es el mecanismo primigenio con el cual el niño se hace de herramientas, conceptos y formas de acción novedosas para interactuar con el mundo. Los primeros años del psicoanálisis en México (1950/1960) son francamente imitativos con respecto a sus figuras de autoridad, sus padres y maestros: Freud, Adler, Ana Freud, Françoise Dolto, etc.
La imitación es la operación cognitiva preponderante hasta poco después del segundo año, cuando las funciones neurológicas y psíquicas permiten no sólo identificar el propio cuerpo, sus límites, alcances y coordinación, también la vista, el oído, el cuello y la cabeza, con la observación, exploración y apropiación por parte del niño de su mundo circundante; es cuando el infante se interesa en los adultos, quienes lo rodean para comenzar a imitar sus gestos, palabras, ademanes e incluso actitudes. Volviéndolos suyos, para bien y para mal.
De ese modo, los primeros años del psicoanálisis en México son erráticos y dubitativos, sin una dirección clara, como en los primeros meses y años de vida del niño. Los primeros psicoanalistas toman, incluso plagian, teorías y conceptos provenientes de ultramar. Voltean todo el tiempo hacia el Viejo Continente y a Norteamérica. Parten de la psiquiatría, la filosofía, la neurología y la ginecología tradicionalistas, pasan por la fe ciega en las pruebas psicométricas y los tests mentales; su intención es clara y noble hasta cierto punto: ir más allá del enfoque alopático de la medicina y la psiquiatría tradicionales, pues comienzan a preguntarse por las relaciones entre la mente y el cuerpo.
1. Infancia es México
Santiago Ramírez encabeza la primera avanzada de psicoanalistas mexicanos. Fue un neurólogo y pediatra poseedor de una inmensa cultura, misma que no se reduce de ningún modo a su campo de formación. Se graduó en 1945 como médico por la UNAM, le interesaba la psiquiatría, la neurología, la literatura, la filosofía y la sociología; autodidacta, melómano y amante de cualquier campo de conocimiento humano. Del mismo modo, tuvo una poderosa inclinación personal hacia el alcoholismo y una biblioteca inmensa en la Ciudad de México. Comenzó a adaptar las hipótesis freudianas a la realidad de su país. Lo mismo merecen su atención el estudio de la adolescencia, el pandillerismo en el Distrito Federal, la depresión post-parto, las relaciones madre-hijo en México, que la psicología y la identidad del pueblo mexicano. De ahí surgiría su texto clásico: “El Mexicano: Psicología de sus Motivaciones”, referente obligado para cualquiera que desee conocer la historia de los estudios de identidad de nuestro pueblo.
Tiene el mérito de haber realizado investigación psicoanalíticas sobre problemas y contextos reales donde, hasta entonces, ningún psiquiatra ni psicólogo había volteado: los manicomios en México, los partos de las mujeres en hospitales públicos, la delincuencia, las adicciones, el arte, la cultura y la sociedad mexicana.
Ramírez, como miembro de la etapa imitativa del psicoanálisis en México, es decir, del periodo infantil del psicoanálisis en nuestro país, se identifica terriblemente con las hipótesis del Freud más joven, aquel que explica la personalidad adulta y sus trastornos, retrotrayéndolos o reduciéndolos a las vivencias de la infancia. Precisamente así se intitula otro de sus libros fundamentales para la historia del psicoanálisis y la psicología en México: “Infancia es Destino”. Presuponiendo que las experiencias placenteras o traumáticas de la infancia, conllevarán OBLIGATORIAMENTE el moldeamiento y una influencia determinante total sobre la vida adulta y sus desviaciones.
Escribimos esta palabra con mayúsculas porque así lo entiende el propio Ramírez, y aún muchos psicoanalistas ortodoxos, cayendo en un reduccionismo de la personalidad adulta a la infancia, comprensible hasta cierto grado por el período histórico en que Santiago Ramírez leyó y aplicó a Freud, pero aborrecible cuando lo escuchamos o leemos de parte de actuales psicoanalistas, a casi 50 años de la publicación del libro del doctor Ramírez, y muchas décadas más de la época freudiana clásica. Como si los estudios en psicología del desarrollo, epistemología genética y neuropsicología evolutiva no hubiesen aportado datos de sobra acerca de la complejidad del desarrollo y la evolución humana, de modo que podamos cuestionar y desmembrar cualquier teoría simplista entre edad adulta e infancia actualmente.
Caso semejante es el de Samuel Ramos, filósofo mexicano, contemporáneo a Ramírez y cuyo clásico “El Perfil del Hombre y la Cultura en México”, también resulta imprescindible para todo aquel que desee adentrarse en los debates sobre la mexicanidad y la psicología de dicha nación. Ramos es un referente, junto con Santiago Ramírez, pero no elude un reduccionismo semejante —o más profundo, incluso— al del médico: adopta literalmente la hipótesis del complejo de inferioridad de Alfred Adler, para concluir que el mexicano es un ser acomplejado, edípico, quien gusta de ahogar con bromas y embriagueces sus penurias, amén de sentirse ofendido sobremanera cuando le insultan a su madre.
No negamos muchas de las intuiciones del profesor Ramos como acertadas y penetrantes. El problema estriba en las generalizaciones excesivas y las explicaciones causales simplistas, como reducir toda la mentalidad de un pueblo y una sociedad a un fenómeno psicoanalítico, en el complejo de inferioridad. En ello coincide perfectamente con el doctor Ramírez y ambos se acomodan en la etapa que nosotros llamamos como “la infancia del psicoanálisis en México”: un estado imitativo, de desarrollo y reduccionista.
La labor del analista consiste en ayudar al analizado a captar sus autoengaños, mostrarle sus defensas, hacerle consciente lo inconsciente. Pero una vez realizado esto, el analizado tiene que llevar a cabo el duro trabajo de decidir por sí mismo qué caminos tomar, incluyendo caminos deplorables, caminos nuevamente cobardes, o caminos opuestos a lo que sería el deseo del psicoanalista.
“Sentimiento de culpa y prestigio revolucionario”, Raúl Paramo
2. Adolescencia, culpa y revolución
Para los años sesenta, los movimientos estudiantiles y democráticos de todo el mundo influyeron en el desarrollo y la llegada de nuevos aires psicoanalíticos a México. Dos figuras del psicoanálisis europeo son sustanciales hacia finales de los 60 e inicios de los 70 como imágenes parentales guías y de referencia en el periodo de la adolescencia psicoanalítica en México.
Se trata de Igor Caruso y Erich Fromm, con ellos se formaron algunos analistas mexicanos, que en ese momento oscilaban entre los veintitantos y los treinta y tantos años de edad.
La adolescencia se caracteriza por tener todavía una parte de imitación un tanto ciega; es también una búsqueda de la propia identidad y del sí mismo, que puede caer en el desprecio por lo tradicional, lo clásico y lo conocido, llegando hasta las críticas violentas y los actos rebeldes; es contradictoria, pues al mismo tiempo que retoma algunos elementos de la generación anterior -pues no puede prescindir de ella-, se dedica a atacarla.
Los psicoanalistas de esta generación participaron en movimientos sociales, en protestas y organizaciones democráticas, incluso en guerrillas. Hay una búsqueda del lado revolucionario del freudismo, en ocasiones justificado y en otras estirando la obra de éste hasta querer encontrar subversión en donde no la hay, cayendo en la terquedad. Parece entonces que la obra freudiana posee aspectos muy revolucionarios aún, pero también otros conservadores y altamente reaccionarios.
Con la ayuda y guía de Caruso y Fromm, el psicoanálisis vive en nuestro país una importante renovación, rompe su ortodoxia y se vuelve más crítico. La postura de ambos autores —aunque con sus diferencias— logra empalmar de forma acertada el pensamiento materialista dialéctico, el marxismo —sobre todo el del joven Marx de 1844— y el psicoanálisis. Vinculando el Inconsciente y el desarrollo de la personalidad con la cultura y la sociedad.
Parte de la adolescencia consiste también en la pose. Los psicoanalistas de aquella época —y algunos de la actualidad— aún no transitan de la adolescencia hacia la adultez del psicoanálisis en nuestro país; gustan del exhibicionismo, de mostrarse a sí mismos y ensalzar al ego, volviendo al psicoanálisis un objeto de moda y presunción, y lo alejan de su primordial objetivo, que es la crítica cultural, social y la práctica clínica.
Igor Caruso preparó a diferentes de los analistas que luego formarían parte de la adultez del psicoanálisis en nuestro país: Raúl Páramo, Armando Suárez, bajo una perspectiva abiertamente freudo-marxista, por demás interesante y novedosa por aquel entonces. El psicoanálisis de Fromm más bien es una psicosociología, que de ningún modo está divorciada de la práctica clínica, pero tiende mucho más hacia la teoría crítica social. Fromm incluso vivió en México e impartió clases, seminarios y realizó investigaciones.
Cada uno de los libros de estos autores siguen vigentes y son referencia para muchos temas actuales.
3. La imitación es un mito
Toda operación o acción de imitar conlleva un alto grado de mito en el sentido de repetir historias, anécdotas, palabras, conductas y conceptos ya dichos o realizados por otros. Los mitos se repiten hasta el hartazgo, incluso pierden su conexión con la verdad y con su fuente original.
Así operó y, en buena medida procede, el juicio de algunos psicoanalistas mexicanos actuales, anclados en el periodo de infancia del psicoanálisis en México o de su adolescencia, tomando prestadas verdades, teorías e hipótesis y ajustándolas de manera forzada, incluso violenta, a la realidad mexicana.
El imitador corta, plagia, toma prestado y roba fragmentos de realidades pertenecientes a contextos lejanos, tiene la facultad de mostrarlos con la vestidura de la novedad y la originalidad, cuando en realidad no posee bajo su manga más que un collage de fragmentos hurtados en diferentes partes y fuentes no reconocidas.
La imitación es necesaria y natural en la infancia y parte de la adolescencia, pero la adultez debe caracterizarse por la búsqueda de la originalidad en sí mismo y no fuera. El encuentro de las ideas propias y la construcción de la verdadera identidad.
El psicoanálisis en México debe llegar a la adultez y dejar la imitación.
Para convertirse en un adulto, éste también debería romper con cualquier tipo de escuela, institución o burocracia. Nos parece que la institucionalización de los psicoanalistas o su pertenencia a algún colegio, burocracia de iniciativa privada, universitaria, educativa o de salud, obstaculiza la verdadera madurez de los analistas, pues su estudio pierde su carácter liberador del ser humano, el cual era su finalidad originaria.
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Y si te interesa conocer más sobre estos temas te decimos por qué Jacques Lacan es un psicoanalista de cojones. Además, desearás descubrir cómo es que el psicoanálisis está contra la sexualidad, por lo que algunos ha iniciado la defensa de la ninfomanía.