“Soy simplemente una de esas imágenes que los demás congelarán en su mente, preguntándose qué hacía aún sentada mientras el resto abordaba” Marcela Ribadeneira.
Nació en Quito, Ecuador en 1982. Trastornada por el cine y los libros.
Formada en Dirección Cinematográfica, ha escrito sobre cine para revistas como Vanguardia, Fotograma y Zoom (Ecuador), así como para el periódico Ochoymedio (Ecuador). Ha colaborado con La Comunidad Inconfesable (España) y sus relatos han sido publicados por Editorial El Conejo (Ecuador), Replicante (México) y la antología de cuentos urbanos Microquito I.
Sala de embarque
Mi destino y mi hora de partida. Moscardones de neón entre centenares de moscardones de neón, aleteando en microcielos de LED: las nuevas constelaciones.
Parece una ruta espontánea. Pero no lo es. Fue cuidadosamente ensayada en un tablado de bytes. Soy la transcripción orgánica de @Lamb27 —metal, cuero y Kafka—, una entidad virtual que ha viajado por las localidades más exóticas de las páginas web de Lonely Planet y Expedia; que se ha hospedado —al menos, según booking.com— en los hoteles más chic de Hollywood, Nueva York, Londres, Bali y Barcelona. Las reservas en un establecimiento del género pueden realizarse sin recargo, y cancelarse enseguida sin costo; incluso, con una tarjeta de crédito que tenga el cupo excedido. Sin embargo, por alguna fisura en el sistema, aunque booking.com registra la cancelación, el servidor envía un correo electrónico al ‘pasajero’ con una encuesta acerca de la calidad del servicio. Y yo siempre la respondo. Soy minuciosa en mis observaciones. Me quejo de las sábanas ásperas, lavadas quizás con demasiado detergente. También, del agua de cortesía con ligero gusto a cloro, que fue probablemente tomada del grifo. Alabo el café de un lugar, la puntualidad del servicio de limpieza de otro y recomiendo mejorar el aseo de los espejos de los ascensores de todos los establecimientos.
Sí. Ya viajé por todo el mundo. Lo sobrevolé desde su proyección virtual. Soy un nuevo y mejorado Ícaro.
Pero hoy me he arrancado el pellejo digital. Un hara-kiri me extirpó a @Lamb27 de las entrañas.Sus píxeles se sublimaron al momento en que decidí desenchufar mi cordón umbilical, la serpiente con la que clic a clic sometí la jungla virtual. @Lamb27 dejó de existir cuando decidí no viajar más a bordo de un Aleph portátil. Y acá estoy. Sala de embarque 6. Con un destino y una hora de partida en una pantalla, flotando sobre mi cabeza. Pero mi proceso de desvirtualización no supera aún el 10%.
“Cargándose”.
Los demás pasajeros matan el tiempo leyendo libros, guías de turismo, revistas del duty free. Se observan, evitando ser observados, observando los aviones despegar; tratando, quizás, de no verlos como gigantes ataúdes metálicos en los que cada uno ha pagado por su propio nicho.
“Última llamada a todos los pasajeros del vuelo 654 de la compañía American Airlines con destino a la ciudad de Boston. Por favor, abordar por la puerta 6 / Last call to passengers from flight 654 of American Airlines flying to Boston. Please board now through gate 6”.
Me imagino Boston. Sus edificios, sus cornisas, sus frisos. Erectos y sólidos. Imagino Boston y me veo recorriéndola. Pero, en esa imagen lo hago como un fantasma que se desgarra en cada esquina, porque no tiene la corporeidad suficiente. Me pregunto entonces si es posible revertir la conversión de la célula al píxel.
“I repeat… Passengers from….”
No. No se la puede revertir. Mi nicho, me temo, irá vacío.
Los pasajeros abordan. La sala de embarque empieza a desaturarse. Menos densa. Más zumbidos emplazándose en el espacio generado por la falta de píxeles, de bytes, de hipervínculos. A bordo solo pertenecen aquellos seres íntegros. Y mi proceso de desvirtualización no supera aún el 19%.
“Cargándose”.
Pertenecen solo aquellos seres que durante su paso por la sala de embarque se reconfiguran, se actualizan y, convertidos en el último update de sí mismos, se catapultan a un nuevo destino físico. Y yo no soy uno de ellos.
“Carga incompleta… ¿Desea reportar el error?”
Soy simplemente una de esas imágenes que los demás congelarán en su mente, preguntándose qué hacía aún sentada mientras el resto abordaba. Qué hacía allí, sin pasaje, ni pasaporte, ni equipaje. Solamente con la mirada clavada en el tablero de neón. Un Ícaro con alas derretidas, generadas por computador.
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