La noche, la luz y la nostalgia
El producto textual que es el poema “Máscaras del Alba”, de Octavio Paz, es una arquitectura artística y poética que da como resultado la correlación reflexiva de una secuencia de imágenes, las cuales pueden ser asumidas en una perspectiva de carácter contemplativo e intelectual. Dichas imágenes poéticas ponen en relieve unidades de contenido, cuyo valor semántico puede leerse a partir de dos grandes movimientos literarios y artísticos: el romanticismo y el modernismo.
La perspectiva y visión del sujeto lírico en el poema parte de la descripción de una ciudad insertada temporalmente entre el día y la noche; es decir, en el amanecer. La postura panóptica de la voz poética permite, a modo de un zoom, mostrar lo que acontece en ese lapso de tiempo con los hombres. Pone en perspectiva la pugna de la noche con el día, y bajo esta batalla violenta inserta al individuo y cómo se ve afectado su acontecer ante esta cruzada.
Bajo este panorama, la interpretación poética puede iniciar con el tema de la noche, como una unidad de contenido del cual parten significados cuyas cargas semánticas se mostrarán a partir de las imágenes del poema:
Sobre el tablero de la plaza
se demoran las últimas estrellas.
Torres de luz y alfiles afilados
cercan las monarquías espectrales
¡Vano ajedrez, ayer combate de ángeles! [1]
Al iniciar con la descripción de la primera estrofa, la voz lírica inicia su viaje al anunciar la aparición tardía de las estrellas y marca una transformación con los edificios que se cubren por la oscuridad de la noche; es decir, dejan de ser “torres de luz” y “alfiles afilados”, lo que significa que dejarán de ser lugares de vigilancia, de protección para convertirse en murallas que “cercan las monarquías espectrales”.
Aunque si bien las murallas son sinónimo de protección, también son elementos de encarcelamiento; por lo tanto, la vigilancia en la noche será un espacio de contención, una especie de jaula que no cederá el paso a aquello que esa ciudad tiene en su interior. Aunado a esto, el yo lírico también anuncia que la noche de ese espacio contiene en sí un carga semántica negativa; es decir, la ciudad es ya “espectral”, dicha anticipación comienza por perfilar un contenido de descenso dirigido al hombre; esto significa que aquellos hombres que habitan esa ciudad están degradándose para sí.
La desolación se anuncia desde esta primera imagen poética, pues implica una primera crítica hacia lo moderno y lo que se entiende por moderno, al respecto de esto Paz acota:
“La modernidad está herida de muerte, el sol del progreso desaparece en el horizonte y todavía no vislumbramos la nueva estrella intelectual que ha de guiar a los hombres. No sabemos si quiera si vivimos un crepúsculo o un alba […] La modernidad nació con la afirmación del futuro como tierra prometida y hoy asistimos al ocaso de esta idea […] Las utopías es otro rasgo original y característico de la Edad Moderna”. [2]
Las ciudades se convirtieron para los poetas, artistas y sociedad moderna en un espacio de ensoñación hacia el futuro; éste era visto como la realización de una tierra prometida, no se buscaba en el pasado la añoranza por recuperar lo perdido; al contrario, la época moderna o el modernismo buscaba en el progreso hallar los ideales humanos; de tal manera que estas idealizaciones tratarán de ser encontradas en el culto a la ciencia, a la tecnología y a la máquina.
Estos elementos que constituían el ideal humano tuvieron su espacio de desarrollo y auge en el espacio de la ciudad; sin embargo, y tal como lo señala Paz, estos ideales se transformaron en elementos constituyentes de lugares utópicos, conscientemente inalcanzables, pero buscados de manera inconsciente. Por tal motivo, la imagen poética arriba citada inicia con el cierre de la ciudad y plasma una sensación de degradación que sólo ocurre en la noche, pues sólo en este momento de ocultamiento la caída puede ser representada; inicia el primer juego de máscaras entre la luz y la oscuridad; aquello que en lo luminoso no se revela, en la noche sí se puede manifestar. De este modo, la voz lírica se anuncia:
[…]
Abre los ojos el agonizante.
Esa brizna de luz que tras cortinas
espía al que la expía entre estertores
es la mirada que no mira y mira [13]
Mientras que la noche continua su paso, la voz poética nos vuelve a anunciar otro acontecer nocturno: “abre los ojos el agonizante” y “esa brizna de luz tras cortinas”; esto significa el abrupto despertar de alguien dormido; este repentino salto del estado del sueño es observado por una ligera emisión de luz y se devela lo oculto.
De tal forma que se nos anuncia “espía al que la expía entre estertores” y “es la mirada que no mira y mira”. ¿Qué implican estas imágenes? Aquello oculto por la noche, por esos espacios nocturnos, ante el más pequeño atisbo de luz serán revelados; por otra parte, cabe resaltar que la imagen en sí es violenta: salir de ese estado de lo oculto se convierte en agonía para quien lo padece, ya que implica de forma impulsiva una confrontación por aquello que se trata de expiar, de perdonar y purificar. Por lo tanto, la pequeña luz de la imagen se transforma en la “mirada que no mira y mira”, pues esa se transforma en la lucha del individuo consigo mismo, pone de manifiesto la levedad del ser, la cual se convierte en un sufrimiento cuando se asume y se hace consciente de ella.
La modernidad comienza como una crítica de la religión, la filosofía, la moral, el derecho, la historia, la economía, y la política. La crítica es su rasgo distintivo, su señal de nacimiento […] Crítica de la Metafísica y sus verdades impermeables al cambio […] Crítica de las instituciones y las creencias, el Trono y el Altar; crítica de las costumbres, reflexión sobre las pasiones, la sensibilidad y la sexualidad […] descubrimiento del otro. [3]
En esta imagen, la luz se convertirá en el enemigo de la noche; es decir, será aquella que mostrará lo que es mejor mantener en lo oculto, y representan las decadencias humanas, esa parte del individuo que demuestra la pérdida de la condición humana. Esto no sólo implica a individuos quebrantados, también se subraya a un tipo de muerte; una muerte interna en el devenir del sujeto mismo y en su existencia, pues este caducar del hombre, ¿no es acaso una lucha interna con sus demonios?
El perecer de la condición humana se muestra entonces en el poema como aquello que sólo puede manifestarse en lo nocturno, y aquel sujeto que trate de dar cuenta de esa lucha sólo podrá hacerlo en ese ambiente nocturno, pero —y esto es lo más importante— sólo podrá ser visto con un atisbo de luz; de lo contrario, será sumado a este conflicto violento de pérdida de lo humano.
[…]
Duda el tiempo,
el día titubea. […]
Pero la luz avanza a grandes pasos,
aplastando bostezos y agonías.
¡Júbilos, resplandores que desgarran!
El alba lanza su primer cuchillo
Es observable el desarrollo de pugna entre día y noche, luz y oscuridad; sin embargo, en este duelo interviene un tercer elemento: el tiempo; éste se convierte en el botín de esta guerra. La implicación de esta afirmación gira en torno a la disputa que se lleva a cabo entre el día y la noche, la cual inicia en el alba, pues mientras la noche se aferra al tiempo para continuar siendo el espacio en el que la condición humana se ponga de manifiesto, el día trata de subsanar esta decadencia.
Ambas dualidades buscan obtener tiempo, adueñarse de una mayor temporalidad, pues a partir de ellas (día y noche) se determina el devenir de los hombres y sus cualidades; de tal forma que la voz lírica anuncie que “duda el tiempo” y “el día titubea”; es decir, se enmarca el momento del instante en el cual se decidirá quién obtendrá el tiempo para mostrar u ocultar la condición humana. Finalmente, podría asumirse que con la llegada de la luz, el individuo podría sanar su condición; sin embargo, esto no sucede, porque de acuerdo con la voz poética, la luz y el día se han posicionado como ganadores, son los que predominarán en el alba, pero su vencimiento se anuncia como “el alba lanza su primer cuchillo”. La imagen y sus anteriores señalan de nuevo una incisión; es decir, ya no hay espacio para la sanación de la condición humana.
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Si amas la literatura de Octavio Paz, entonces conoce al artista que te ayudará a comprender la tempestad florida, según este intelectual mexicano.
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Las fotografías que acompañan al texto pertenecen a Brandon Woelfel.
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Bibliografía:
[1] Octavio Paz, “Máscaras del Alba”, La estación violenta, CONACULTA/PLANETA, México DF, 2002, p 13. A partir de este momento sólo se señalará al final de cada cita el número de página, en lo respecta a esta referencia bibliográfica.
[2] Paz, Octavio, “Los hijo del limo” en: Obras Completas. TOMO I, 2° ed., FCE, México, DF., 1994, pp. 503 y 514.
[3] Octavio Paz, “Los hijos del limo” Op. Cit., pp. 501-502.