Mataron a la paloma

Todo comenzó por un caballo: la sangre, la huida, la venganza. En el Rancho Limón, Rafael Rojas tenía su milpa, allá, en lo más alto de un cerro. Desde arriba hasta bien abajo tenía un campo lleno de mazorcas. Frente a ese cerro, y con una vista majestuosa, se postraba la Hacienda del Coronel Ramiro

Mataron a la paloma

Paloma - mataron a la paloma

Todo comenzó por un caballo: la sangre, la huida, la venganza. En el Rancho Limón, Rafael Rojas tenía su milpa, allá, en lo más alto de un cerro. Desde arriba hasta bien abajo tenía un campo lleno de mazorcas. Frente a ese cerro, y con una vista majestuosa, se postraba la Hacienda del Coronel Ramiro Velasco: imponentes construcciones de piedra se erigían en la panorámica. Gente iba y venía. Era una propiedad fastuosa la casa del Coronel, quien vivía con sus caballos y sus glorias revolucionarias, 15 equinos para ser exactos. A diario, el Coronel dejaba que anduvieran por la zona sin recato y prohibición. Sólo unos cuantos capataces los cuidaban a la distancia. Dada la cercanía con la milpa de Rafael, un día sí y el otro también, los caballos terminaban dándose buenos banquetes con sus mazorcas. Pero eso, a Ramiro Velasco le tenía sin cuidado pues, como buen asesino y acaudalado sobreviviente revolucionario, era temido en toda la región. Ya fastidiado por la invasión a su parcela, Rafael decidió enviarle un recado con uno de sus trabajadores:

-Dile a Ramiro que amarre sus caballos porque uno de estos días van a terminar muertos.

Al ser informado de aquel mensaje, al día siguiente el Coronel respondió:

-Cuida tu milpa porque mis caballos tienen hambre y son libres de andar por donde quieran. Si alguno se muere, lo cobro con sangre -así de claro fue el aviso.

Pasaron unos días y de nuevo los caballos andaban engullendo las mazorcas. Rafael, sin pensarlo, sacó de su morral una pistola cargada que vació sin remordimiento a un bello alazán de la manada. En pleno día cayó el caballo. Los capataces voltearon sorprendidos.

“Díganle a Ramirito que recoja su animal bien muerto y que, tal como le avisé, no deje a los demás sueltos a su suerte”.

Enfurecido, el Coronel por la tarde le mandó otro recado. Esta vez era un citatorio para verse al día siguiente a las 6:00 de la mañana, entre la milpa y su hacienda.

Rafael fue avisado y de inmediato lo consultó con sus hermanos y parientes.

-Es un asesino el Coronel, ¿cómo ven?, ¿me presento o me “pelo pal norte”?

Sus hermanos se quedaron mudos por un momento. A los pocos minutos hablaron.

-¡No, Rafael! Tú vas, nosotros te acompañamos. Tal vez te mate, ¡pero no lo dejaremos vivo! Lo vamos a quebrar de igual manera, ¡no te rajes!

Ya envalentonados, decidieron presentarse. Eso sí, sus hermanos estarían escondidos con rifle y machete entre matorrales y pastizales. Decidieron llegar a las cuatro de la mañana para esperar con tiempo al Coronel.

A las seis con ocho minutos, de la hacienda bajó un corcel negro reluciente. Venía Ramiro Velasco montado orgulloso; portaba un traje oscuro lleno de brillantes y una pistola dispuesta a todo.

Rafael esperaba y cuando por fin estaban de frente, uno a caballo y el otro a raz de tierra, el Coronel habló:

-Qué pasó, Rafaelito, me has ganado… puntual a la cita.

-Aquí estoy, Ramiro Velasco. Tal como lo pediste. Para que veas que no te tengo miedo.

-Muy bien, muy bien.

-Te voy a matar pero no aquí. Será en el pueblo a la luz del día y en la fiesta de nuestra santa patrona.

-Prepárate, Rafaelito- respondió con ironía el Coronel. Sin más palabras en el aire el caballo se dio la vuelta y a galope tendido desapareció.

Septiembre era esa época. La fiesta sería en febrero. Los hermanos y Rafael respiraban mientras tanto.
Todo llega y con ello los detalles de la vida. La fecha fatal no se hizo esperar. El día era soleado y todos los habitantes de Rancho Limón estaban reunidos en torno al festejo. Corrían los años 60 en el estado de Puebla, México, allí, esperaban Rafael, su cuñado y hermanos, al Coronel, su comitiva y embestida. Escuchando música en la explanada, un sonidero grande con micrófono incluido para las dedicatorias amenizaba el ambiente. A lo lejos ya venía el poderoso Coronel con su séquito de sirvientes, entre ellos el Presidente Municipal, quien coludido a los deseos de revancha de Ramiro, ya tenía todo dispuesto para darle muerte, con el consentimiento de la Ley, faltaba más.

Rafael y los suyos se percataron y se juntaron en la explanada, allí donde servían cerveza y bebidas bajo una carpa bien montada. Listos estaban con sus armas escondidas bajo el vientre y morrales cargados de miedo y osadía, una mezcla rara en un rancho pequeño. La vida tiene sus bemoles. Allí sentados estaban hasta que de nuevo las miradas se cruzaron.

-¿Qué pasó, Rafaelito?, ¿cómo estás?, ¿me puedo sentar? – preguntó el Coronel con aires de grandeza.

-Claro que sí, Ramiro. Aquí estamos tomando un refresco “pa´ mitigar la calor”.

-Entonces déjame invitarte a ti y a tus amigos unas cervezas.

-Cómo no, Ramiro, las que quieras, ¡cómo no!- Respondió Rafael con tono de soltura, sólo un poco.

-¡A ver! ¿Quién atiende? ¡Diez cervezas por acá!

Las bebidas llegaron y antes de ser repartidas el Coronel expresó con tono irónico:

-Estas bebidas te las invita tu padre, Rafaelito, ¡salud!

-Muy bien, papacito. ¡Salud! – secundo Rafaelito.

La música sonaba y Ramiro interrumpió al animador.

-A ver, a ver, páseme ese micrófono que voy dedicar una bonita melodía para los aquí presentes, en especial para el amigo Rafael- con fuerza le dedicó “La Bala Perdida”.

Y entonces el programador hizo sonar la dedicatoria. Entonaron la canción y siguieron bebiendo.

Pasaron unos minutos más y ahora era Rafael quien compraba las bebidas.

-Esta cerveza se la invita su hijito, ¡salud, papacito-! todos chocaron las botellas.

Rafaelito interrumpió también al animador para dedicar una bonita selección. La canción se titulaba:

“Mataron a la paloma que te llevaba el recado”, de los Jilguerillos del Norte… ya cuando comenzó la tonada: “Mataron a la paloma que te llevaba el recado”, el Coronel desenfundó su pistola y soltó tres tiros de frente. Rafael, sin titubeos, se movió hacia un lado y los obuses se estrellaron en la cara chata del Presidente Municipal. Ya los hermanos estaban encima de los acompañantes y pistoleros del Coronel, que con ira y revancha se abalanzó al cuerpo de Rafaelito, quien, sin hacer mucho ruido, sacó una pequeña daga de su antebrazo izquierdo y apuñaló sin piedad la yugular de su Papacito. Una tras otra, hasta completar 21 puñaladas, bañó de sangre el suelo de la carpa. Tirados a los lados estaban dos de sus hermanos y su cuñado. Boca abajo dormía lo que quedaba del Presidente Municipal. Un par más de cristianos que acompañaban a Ramiro también estaban inertes y bien muertos. En el centro yacía el Coronel agonizando y escupiendo sangre por doquier. Rafael, manchado estaba pero no herido. Había burlado las balas y se había aplicado a lo suyo sin contemplaciones. Un par de hermanos más que lo acompañaban lo sacaron de su trance y de la escena. La bonita selección aún no acababa y toda la gente estaba convertida en un marasmo de cotilleos y espanto.

12 kilómetros al norte del pueblo, llegaron Rafael y sus hermanos a la casa de unos primos, asesinos a sueldo. Atónitos, miraron a su primo lleno de sangre y le preguntaron qué le había ocurrido.

-Maté al Coronel Velasco- dijo con seriedad resuelta.

Las carcajadas no tardaron en llegar y lo increparon de nuevo. Uno de sus primos nomás no daba crédito.

-¿Tú?, ¿Un campesino le dio muerte a ese asesino?.. Si nosotros que tenemos huevos le tememos.

– No, primo, ahorita, en la plaza, debe de estar tieso Ramirito. Baja a mirarlo con tus ojos- comentó Rafael bien seguro y exaltado.

Aurelio, el primo más incrédulo, bajó y regresó como un soplo. Sorprendido y con pleitesía se dirigió a su primo.

-Rafael, has tenido muchos huevos, ¡Te felicito! No es fácil lo que hiciste, eres valiente.

-No primo, no lo soy. Yo lo maté de puro miedo. Si no lo hago me despacha a mí y me manda “pal otro lado”. También el miedo mata Aurelio.

Ya, sin más que decir, los primos lo mandaron para Matamoros, Tamaulipas. Un año estuvo alejado del Rancho Limón y de su milpa. En el pueblo ya no temían al Coronel. Los caballos no rastrillaban más por las milpas y las palomas volaban en la plaza principal. La vida seguía su curso.

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